Matarraña, bienvenidos al edén
Tierra de frontera, con campos pintados de olivo y almendros, la comarca turolense más cautivadora atrapa por la belleza de sus paisajes, pero también gracias a un patrimonio y una gastronomía que alcanza la excelencia.
José Donoso llegó a Calaceite casi por casualidad. Había acudido allí, en 1970, para aclarar unas dudas al traductor de su última novela, pero lo que iba a ser una visita fugaz se convirtió en una estancia de años en la hermosa localidad turolense. El novelista chileno, figura destacada del boom latinoamericano, cayó rendido ante el encanto de las casas de piedra, las calles silenciosas, los olivares y la bonhomía de sus gentes. El autor de El obsceno pájaro de la noche vivió en su refugio aragonés una “temporada floreciente”, alumbrando tres novelas, pero también convirtió al pintoresco pueblo en un oasis cultural por el que desfilaron genios como García Márquez, Buñuel, Saura, Bryce Echenique o Vargas Llosa, entre otros.
Han pasado más de 50 años desde que Donoso sucumbiera a los encantos de esta apartada comarca aragonesa, pero el Matarraña sigue siendo un imán irresistible. Con poco más de 8.000 habitantes repartidos en 18 municipios, este territorio encajonado entre las estribaciones del Sistema Ibérico y el valle del Ebro, y bañado por las aguas del río que le da nombre, continúa enamorando a todo aquel que se aventura en sus dominios.
Calaceite: íberos y literatura entre fogones
Ya en los 80, al chileno le preocupaba que el turismo robase a la comarca su autenticidad: “Lo que menos querría es un pueblo-museo”, escribió en su diario. Pero no parece que haya razones para temer tal cosa. En Calaceite, como en otros pueblos del Matarraña, lo que importa sigue inalterable: el sosiego, el carácter de sus gentes, la belleza de sus monumentos… Y es que pese a la creciente popularidad del territorio, los turistas que se dejan ver por sus calles están lejos de arrebatarle su esencia. Las mismas piedras ocres que cautivaron a Donoso siguen asistiendo cada miércoles al mercado que, desde hace siglos, abre sus puestos entre las arcadas de la casa consistorial. No es su única joya: en una calle próxima, la iglesia de la Asunción sorprende con su espectacular fachada barroca de columnas salomónicas y, en otra vía, la de Maella, se levanta un curioso portal-capilla —una construcción típica de la comarca— dedicado a la Virgen del Pilar, cuyas puertas aún se abren en fechas señaladas.
En las faldas del pueblo, junto a la carretera, aguarda otro hito imprescindible: la Fonda Alcalá, que el año pasado cumplió un siglo, para deleite de no pocos comensales. Uno de ellos fue Joan Perucho que, como Donoso, se enamoró de Calaceite y atrajo aquí a sus amigos. El literato y juez barcelonés acudía a la fonda con regularidad, siempre en buena compañía: el periodista Néstor Luján, el novelista Álvaro Cunqueiro, el fotógrafo Català-Roca… Miguel Alcalá, nieto de los fundadores, recuerda con emoción los días en los que llevaba la comida a García Márquez. O cuando Perucho, embajador entusiasta de la fonda, encargó unas perdices guisadas que dejaron relamiéndose al mismísimo Picasso (hoy siguen en la carta, junto al nombre del malagueño).
De castillos y dinosaurios
Basta contemplar la estampa de Valderrobres desde el puente gótico de San Roque para confirmar lo que ya se intuía en Calaceite: que el patrimonio de la región es envidiable. Para alcanzar el magnífico castillo-palacio que emerge como un faro en lo más alto de la localidad —capital de la comarca— hay que atravesar una amplia plaza porticada en la que destaca la majestuosa casa consistorial.
El ascenso continúa después por callecitas estrechas y empinadas, entre viviendas apiñadas que en algunos casos aún conservan algo del añil que servía de desinfectante en tiempos de epidemias. Todo está envuelto por una tranquilidad apenas alterada por el vuelo juguetón de las golondrinas o el paso perezoso de algún gato desocupado. De camino al castillo, antigua propiedad de los arzobispos de Zaragoza, nos sorprende el glorioso rosetón que adorna la iglesia de Santa María la Mayor, un magnífico ejemplo del gótico aragonés que, por sus hechuras, bien podría ser catedral.
Ya a las afueras de Valderrobres, junto a la carretera que conduce a Beceite, se encuentra una nave cuyo exterior disimula las joyas que se acumulan en su interior. Allí trabaja Daniela Krpan, una joven ceramista que hace 17 años dejó atrás su Argentina natal para establecerse en la comarca de las maravillas. “Cuando vi toda esta zona, me di cuenta de que este era mi lugar en el mundo. Fue un flechazo”, dice convencida. Otra alma cautivada por el Matarraña. “Muchas de mis piezas están inspiradas en la tierra, en las texturas, en todo lo que nos rodea, que es maravilloso”, cuenta con emoción.
En Peñarroya de Tastavins, un pueblecito de casas apiñadas y bellos balcones de madera, el pasado más remoto tiene nombre propio: Inhóspitak. Así se llama la sede de Dinópolis que hay en la población, en la que se pueden contemplar fósiles de hace cien millones de años y la réplica de un imponente Tastavinsaurus. El otro gran tesoro del pueblo aguarda junto a la carretera. Allí se levanta desde hace siglos la ermita de la Virgen de la Fuente, un templo medieval que perteneció a la orden de Calatrava y que aún conserva una bellísima techumbre mudéjar.
En Cretas, otra localidad con vistas a los hipnóticos Puertos de Beceite, tampoco andan escasos de patrimonio. Aquí uno de los rincones más destacados es su Plaza Mayor, perfilada con bellos palacetes de piedra y aleros de madera. Su elemento más destacado, sin embargo, es la magnífica columna de 1584 que se yergue en medio de la plaza. Antiguamente estaba en otro lugar, y se desconoce con certeza cuál fue su uso original, pero es posible que acabara usándose como picota para ejecutar a los reos. También merecen una visita la iglesia de la Asunción, con una llamativa fachada manierista, y el portal-capilla de San Roque.
En esa misma calle, medio oculta en una de las casas de piedra, se encuentra Mas de Torubio, una de las bodegas que están revalorizando los vinos de la zona al apostar por uvas locales, como las garnachas peluda y blanca. Enrique Monreal, un vecino orgulloso del territorio, lleva varios años trabajando esta bodega familiar que, además de realizar visitas a su bodega, también ofrece rutas por la Cretas medieval y el entorno que rodea a sus fincas, donde se conservan algunos de los túmulos íberos que abundan en esta parte del Matarraña.
“Mientras aquí todo el mundo arrancaba la viña, nosotros plantamos la primera cosecha en 1999”, recuerda mientras paseamos junto a sus viñedos. “Yo era joven y no tenía muy claro qué quería estudiar, así que me enamoré de esta finca e intenté hacer algo.” Y lo hizo: Enrique se formó como enólogo y trabajó en Francia y España, con la idea de crear su propia bodega. Hoy Mas de Torubio cuenta con 13 hectáreas y produce unas 40.000 botellas al año, de la mano de una viticultura ecológica y sostenible.
Vanguardia a las puertas del paraíso
Con cinco municipios declarados Conjunto Histórico Artístico (Calaceite, Valderrobres, La Fresneda, Beceite y Ráfales), la arquitectura del Matarraña está definida de forma irremediable por construcciones que van del gótico al barroco. Un patrimonio que, sorprendentemente, una pareja de galeristas de arte, Christian Bourdais y Eva Albarrán, han logrado enriquecer con una de las actuaciones más singulares y atractivas de la comarca: Solo Houses. Cuesta imaginarlo e incluso puede parecer una idea descabellada: ¿arquitectura de vanguardia y un museo de arte contemporáneo en un paraje de la España Vacía? Después de buscar por todo el mundo, Bourdais y Albarrán escogieron un idílico rincón del municipio de Cretas, entre pinares y encinas, y con vistas a los Puertos de Beceite, para dar vida a esta hábil mezcla de arquitectura, paisajes y arte de vanguardia.
Hasta la fecha son dos edificios —la idea es construir 15, además de un hotel— los que se han levantado en el paradisiaco enclave: Solo Pezo, diseñado por Pezo von Ellrichshausen, y Solo Office, del estudio belga Office KGDVS. Ambos se abren por completo al paisaje, en un ejercicio de armonía con la naturaleza que explota el concepto de “casa sin límites”. El éxito de ambas propuestas deja claro que han dado en la diana con su propuesta. De hecho, Solo Office, cuyas formas se asemejan a un ovni aterrizado en medio del bosque, es uno de los escenarios de Bienvenidos a Edén, la serie de Netflix, y también ha servido para filmar un buen número de anuncios de marcas de lujo.
Si en los bosques de Cretas la arquitectura es sinónimo de hormigón y vidrio, en Beceite sigue dominando la sillería dorada, como la que da forma al robusto puente que, con su único arco de 15 metros de altura, une las dos riberas de la localidad. Aquí el río Matarraña salva un desnivel importante que se aprovechó durante centurias para mover numerosos molinos. Hasta nueve fábricas usaban la fuerza del agua para elaborar el papel que Goya empleó en sus grabados y Fournier en sus naipes. Hoy aquellos edificios son notables ejemplos de patrimonio industrial, en algunos casos reconvertidos en nuevos espacios con una segunda vida.
Es el caso de La Fábrica de Solfa, un hotel y restaurante que los hermanos Moragrega decidieron poner en marcha adaptando una de estas antiguas factorías papeleras. Tenían las ideas claras y una pasión contagiosa y desbordante por el Matarraña, así que acabaron dando forma a un espacio que, respetando la estructura del edificio, se ha convertido en un hotel boutique sobrado de encanto.
Un río entre cañones
Pero más allá de su bonito casco histórico, Beceite destaca sobre todo por un entorno natural envidiable. Casi en pleno centro se encuentra la Font de la Rabosa, de aguas color turquesa, y apenas a unos minutos, siguiendo una pista de tierra, se llega a La Pesquera, un enclave en medio de los Puertos, donde el agua del Ulldemó forma también piscinas naturales que permiten darse un chapuzón en un entorno de singular belleza.
La joya de la corona, sin embargo, está en otro rincón. Lleva por nombre El Parrizal y es un paraje formado por cañones de caliza que nacieron allá por el Jurásico. Para disfrutar de este valle habitado por la cabra montés y tallado con desfiladeros y gargantas de perfiles kársticos, se pueden realizar varias sendas, pero la más popular es la Ruta de las Pasarelas que, a lo largo de unos seis kilómetros (ida y vuelta) va remontando el curso del Matarraña, que aquí esculpe pozas y paisajes de gran belleza, antes de alcanzar los Estrechos del Parrizal, un cañón de 200 metros de longitud y hasta 60 metros de altura.
Mucho más arriba, en las cimas de los Puertos que se encaraman hasta formar frontera natural con Cataluña, están las fuentes del Matarraña, el río que bautiza y riega de vida a una comarca en la que, como bien explicó Donoso con su acertada prosa, “el paisaje sigue bello, casi intocable”, firme ante los embates del tiempo y los caprichos de los hombres.
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