A Coruña misteriosa: paisajes llenos de magia que no puedes perderte este otoño
Las historias arraigadas profundamente en el imaginario popular gallego sirven de guía para encontrarse con parajes extraordinarios en la provincia de a Coruña en los que la Tierra revela todo su magnetismo.
Si Edgar Allan Poe hubiera nacido en Galicia su obra no cabría en ninguna biblioteca de lo extensa que sería, influenciada por las infinitas leyendas que recorren las terras galegas y todas aquellas historias que se han explicado de viva voz de generación en generación. El otoño, con sus paisajes dorados y luz mortecina, inflama todavía más este ambiente en el que confluyen viejas supersticiones e historias orales capaces de poner los pelos de punta al más valiente.
Justo se acaba de celebrar, además, el Samaín celta, la semilla original del Halloween estadounidense. El nombre proviene de una palabra gaélica que significa fin del verano, y servía como celebración de las últimas cosechas y, al mismo tiempo, como puerta de entrada a la mitad más oscura del año. Una cita muy vinculada a los ciclos naturales de la tierra que también tenía su lado espiritual. Se decía que esa noche se abría el portal entre el mundo de los vivos y los muertos, por lo que las casas recibían los espíritus de sus familiares muertos con el riesgo, eso sí, de que también se colara algún espíritu maligno. Porque ya se sabe que una vez se abre la puerta del inframundo, todo puede pasar.
Quizás la aportación más gallega, y aterradora, a esta celebración –de la que nace, por ejemplo, la tradición de decorar calabazas o disfrazarse con máscaras—es la de la Santa Compaña. Una procesión de almas en pena encabezadas por una persona viva (la primera con la que se hayan cruzado esa noche) que tiene como misión alertar a todos aquellos a los que le espera una muerte próxima. Es, por lo tanto, una compañía que evitar a toda costa o, al menos, engañarla con un disfraz. En cualquier caso, más allá del gusto que da escuchar una buena historia, las leyendas gallegas son la excusa perfecta para descubrir lugares llenos de magnetismo y fuerza telúrica.
Las Fragas do Eume, donde habita la magia
Quizás existan o quizás no, pero si uno quiere dedicarse a buscar meigas y trasgos (unos duendecillos verdes típicos del folclore celta) debería empezar por el Parque Natural Fragas do Eume, especialmente en otoño. Es en esta época cuando las brumas y nieblas que acompañan el curso del río Eume en su camino hacia el océano dibujan el escenario ideal para que los personajes de leyenda campen a sus anchas por un bosque frondoso, a veces opresivo de tan espeso, lleno de cascadas, fuentes, senderos, puentes y un variado elenco de árboles que se tiñen de dorado, marrón y granate para la ocasión. Son robles, abedules, fresnos, chopos, castaños, alisos y nada menos que 28 especies distintas de helechos, en el que es el bosque atlántico de ribera mejor conservado de Europa.
El escenario, al que se puede acceder a través de la localidad costera de Pontedeume, es capaz de inflamar la imaginación por sí mismo. Pero también hay que tener en cuenta que, a lo largo de la historia, ha sido refugio de todo aquel que –por una o otra razón—ha necesitado huir de la mirada de las autoridades del momento. Y esto, claro, es una fuente inacabable de historias, leyendas y cuentos. Por ejemplo, la que cuenta los orígenes del mismo río Eume, que al verse traicionado por sus hermanos en su competición por ver quién llegaba antes al océano, decidió con furia llevarse todo lo que se le pusiera por delante (incluso hombres) para lograr su objetivo.
En el parque natural existen diversas rutas señalizadas para el senderismo. Una de las más populares es la que conduce a otro enclave capaz de inspirar todo tipo de historias: el monasterio de Caaveiro, una construcción de muros robustos y ábside circular, que en su origen acogió a una pequeña comunidad de monjes anacoretas. El edificio, declarado Monumento Histórico Artístico, conserva su planta románica y un campanario de estilo barroco.
San Andrés de Teixido: la puerta al más allá
En San Andrés de Teixido, en el municipio de Cedeira, la belleza de los acantilados potencia el magnetismo de las leyendas que danzan alrededor de uno de los santuarios más populares de Galicia. La peregrinación a este enclave se remonta al siglo XII, pero la importancia del lugar como espacio de culto retrocede hasta la época de los celtas, que convirtieron la zona en escenario de diversos rituales relacionados con el tránsito al más allá a través de los mares.
De hecho, también se dice que es aquí a donde se dirigen las almas en pena de la Santa Compaña después de la peregrinación buscando la puerta de acceso a la otra vida. La llegada del Cristianismo también supuso la adaptación de estas historias míticas y la creación de otras, relacionadas con el santo que ahora le da nombre. En todo caso, hay una expresión que se sigue utilizando que demuestra cómo de impregnada se encuentra esta leyenda en el saber popular gallego: “A San Andrés de Teixido vai de morto quen non foi de vivo” (“A San Andrés de Teixido va de muerto quien no fue de vivo”).
El santuario actual, que se comenzó a construir en el siglo XIV y que sufrió varias reformas posteriores, es a día de hoy un lugar de peregrinaje tanto para aquellos que quieren empaparse de tradición y espiritualidad como para los que simplemente quieren disfrutar de un paisaje extraordinario. Por eso, cualquier día es válido, si bien hay uno especialmente indicado para una visita: el 30 de noviembre se celebra la festividad de San Andrés, el momento ideal para poner en práctica toda una serie de ritos para granjearse la buena suerte durante todo el año.
Noia y su iglesia incompleta para toda la eternidad
La Ría de Muros y Noia se adentra tierra adentro hasta llegar a una tierra fértil en leyendas, comenzando por su propio nombre, que podría proceder de la descendencia de Noé. Por eso, el escudo del municipio de Noia está presidido por una imagen de la embarcación bíblica y de la paloma con la rama de olivo que anunciaba la llegada a tierra firme tras el diluvio universal.
Sin embargo, esta vinculación divina no es suficiente para proteger a la localidad de ciertas maldiciones, como la que afecta a su iglesia de San Martiño, situada en la céntrica plaza del Tapal. De un rápido vistazo uno ya se da cuenta que a la iglesia le falta algo, en concreto, una torre lateral que mantenga la simetría con la que sí existe. Se cuenta que el maestro cantero responsable de la obra murió al caer desde lo alto mientras construía la segunda torre y que una maldición caerá sobre quien trate de concluir el trabajo. En 1973, el director de cine Claudio Guerín Hill rodaba allí su película La campana del infierno y ordenó construir una torre de cartón piedra para que quedara mejor en pantalla. El último día de rodaje, el director murió al precipitarse desde lo alto. Obviamente, nadie lo ha intentado una tercera vez.
Con o sin maldición, Noia va sobrada de leyendas, como la que cuenta que en la Punta Paralada o Pedra da Fada, uno de los recodos que traza el río Tambre antes de llegar el mar, vivía una sirena. O la que explica que hay múltiples aldeas sumergidas en sus aguas, como una situada frente a aldea de A Barquiña, en el islote de San Bartolomeu. Dicen que había una capilla cuyas campanas aún se pueden ver cuando baja mucho la marea. Sea o no verdad, vale la pena intentarlo.
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