La puerta de China

Exaltación de una modernidad representada por los vanguardistas rascacielos que se levantan en la zona de Pudong, Shanghai también representa una evocación, el recuerdo permanente de la existencia de un mundo lejano y misterioso. Si Beijing, la capital china, es ese portón de la Ciudad Prohibida siempre a punto de cerrarse, Shanghai es una ciudad abierta a orillas de un río, el Huangpu, que da la bienvenida a los forasteros y que convierte a la urbe en un espacio de todos y de nadie, un caudal que da sentido a cada una de las existencias que transitan por sus bulliciosas calles.

La puerta de China
La puerta de China

La historia le entró a Shanghai por un gran río, por donde debería entrar todo viajero dispuesto a entender en cierta medida a la esencia de esta ciudad china. Más allá del río, a la orilla del mar, han construido las autoridades el nuevo aeropuerto para recordar a los viajeros que la gran urbe de Shanghai se mantiene en una permanente comunicación con el agua. Si el agua define la ciudad, también lo hace su espíritu rabiosamente moderno. Un tren de levitación magnética, el único en funcionamiento en el mundo que comunica a 430 kilómetros por hora el aeropuerto con las primeras casas de la ciudad, se encarga de recordárselo al visitante. Pero la velocidad no sirve para conocer Shanghai. En cuanto el viajero consiga desprenderse de su equipaje, deberá dirigirse, en primer lugar, al Jardín Yuyuan. Este jardín, uno de los más bellos del sur de China, muestra con precisión didáctica los conceptos de la cultura china: sus pabellones, rodeados de miríadas de estanques, jardincitos y montículos, recrean en apenas una hectárea los elementos básicos de los jardines chinos. Este enclave, con sus mil perspectivas diferentes, merece una visita relajada. En realidad, ese recinto era la casa de un rico comerciante de la dinastía Ming -tal vez el primer capitalista de Shanghai-, construida en el centro de la ciudad amurallada. Visitar el jardín es, por lo tanto, trasladarse al centro del llamado, hasta hace poco, " barrio chino ".

Esas minúsculas calles estrechas que rodean el jardín, limitadas de forma evidente por las calles Zhonghua y Renmin, donde antaño discurría la muralla, conformaron hasta la llegada de los primeros europeos el corazón de la vieja Shanghai, situada a orillas del río Huangpu, un importante centro textil y comercial donde la gente se apiñaba en tremendas condiciones de hacinamiento. Esa historia sigue viva actualmente, pues alrededor del jardín aún se conservan en su emplazamiento original la famosa casa de té del Pabellón del Centro del Lago, así como el Templo de la Ciudad -" Chenghuangmiao ", en chino-, cuya misión era proteger a sus habitantes. Estas tres excepcionales muestras del Shanghai antiguo están enmarcadas entre una serie de edificios cuyos tejados de madera, curvándose hacia el cielo, apenas dejan paso a la luz. En los balcones cuelgan estandartes anunciando su actividad, y sus paredes, laqueadas en un rojo tradicional, reconstruyen un ambiente histórico único.

Un poco más allá de ese ambiente restaurado con un cuidado excepcional, que consigue trasladarnos a los esplendores de una ciudad imaginaria en los tiempos Ming (1368-1644), todavía se pueden encontrar unas pocas calles originales, donde las existencias de sus habitantes se encuentran más cerca de los pretéritos tiempos que del futuro al que apuntan las construcciones más llamativas. Son calles estrechas, con edificaciones de madera a sus lados, donde humildes viviendas, apenas capaces de alojar a la población durante la noche, les fuerzan a realizar en la calle todas sus actividades cotidianas. Lo sorprendente es que al fondo de estas humildes construcciones encontramos invariablemente el cercano horizonte de alguno de los magníficos rascacielos de acero y cristal que definen el Shanghai del futuro.

La historia de la urbe de Shanghai, como su presente, se define por una continua contradicción. Los británicos provocaron la primera Guerra del Opio, entre otras cosas para exigir que los chinos les permitieran establecerse en Shanghai. Pero, tras la victoria, consideraron que vivir en el interior de las murallas que enmarcaban la urbe sería insalubre, por lo que prefirieron asentarse un poco más al norte, en la misma orilla del río. Las rudimentarias edificaciones que albergaban los almacenes de los británicos fueron evolucionando a la par que lo hacía la prosperidad de la ciudad. Así, en las primeras décadas del siglo XX, el paseo que se extiende a la orilla del río, conocido como bund o malecón , se había convertido ya en el más importante conjunto de edificios de estilo victoriano fuera de Europa. Una elite cosmopolita y multinacional era el cliente habitual de estos establecimientos, entre los que destacan el Hotel de la Paz, en la confluencia de la calle Nanjing, cuyo edificio sur, de 1920, es el más antiguo de la vía. Justo enfrente se levantan el nuevo Hotel de la Paz, con una magnífica terraza desde la que contemplar el ajetreo del río; el Banco de Shanghai y Hong Kong, con su presuntuosa cúpula, y el Banco de China, el único edificio chino que tuvo que valerse de las ingeniosas soluciones que caracterizan a este pueblo para, sin sobrepasar en altura al edificio británico del hotel, dar desde el suelo la imagen óptica de ser más elevado.

Los edificios que un día fueron paradigma del mayor centro comercial del imperio se están transformando ahora en centros de ocio y servicios. Conocer el restaurado Three on the Bund, un conjunto de bares, restaurantes, tiendas de lujo y salas de exposiciones con una estupenda terraza al río, ayudará a entender cómo recupera Shanghai su pasado más cercano. Esta es sólo la primera muestra de la completa renovación que se prevé completar cuando se celebre en Shanghai la Exposición Universal, en 2010.

Desde el malecón hacia el interior de la ciudad se avanza siguiendo una vez más el curso de la historia, según se consolidaba la presencia británica en Shanghai. Si bien la zona natural de penetración hacia el interior es Nanjing, la que fue calle principal de esa parte británica, las vías que salen a sus lados evocan un pasado no tan lejano. Y si bien las arterias más anchas y cercanas al río conservan aún una considerable cantidad de edificios sorprendentes, las calles más estrechas, ignoradas hasta el momento por la implacable piqueta, muestran construcciones más humildes que recuerdan que no todos los aventureros alcanzaron ese éxito sobre el que está construida la mitología de Shanghai.

La calle Nanjing, con sus cientos de comercios y sus luces de colores, parece salida de un auténtico sueño. Ni siquiera los enormes rascacielos modernos que se han levantado sobre los huecos dejados por los edi- ficios deteriorados consiguen hacernos levantar la cabeza y abandonar la vida en continua ebullición. Todo Shanghai parece reunido en esta vía peatonal.

Esa primera porción de Nanjing acaba en la Plaza del Pueblo. Antes de la Revolución era el hipódromo de Shanghai, y todavía se ven sus oficinas reconstruidas como un Museo de Arte Moderno. La plaza ha necesitado cincuenta años de vaivenes políticos para completar la transformación a la que estaba destinada desde que se decidió acabar con ese símbolo capitalista de las carreras de caballos.

Una plaza de la cultura que se puede complementar con la calle Fuzhou -de las librerías (antes de los prostíbulos)-, que contiene en medio de cuidados jardines tres edificios que simbolizan el pasado, presente y futuro de la ciudad: el Museo de Shanghai, el mejor de China, donde se presentan grandes colecciones de arte chino (bronces, cerámica, escultura, pintura...), el Gran Teatro, con una original estructura diseñada por el arquitecto francés Jean Marie Charpentier, y el Museo de Planificación de la Ciudad, con una espectacular maqueta que hace comprensible el Shanghai del mañana.

Desde la plaza se ve una enorme autopista elevada que discurre en dirección este-oeste cortando la ciudad en dos partes. Es la calle Yanan, que antaño separaba la concesión británica de la francesa. Si los ingleses necesitaron hacer la guerra para conseguir establecerse en Shanghai, a los franceses les bastó con la amenaza de la guerra para conseguir que los chinos les aplicaran los mismos privilegios bajo la cláusula de nación más favorecida. No obstante, ante la imposibilidad de asentarse en la orilla del río, ocupada por los británicos, lo hicieron hacia el interior. A cambio, se aseguraron una concesión dos veces mayor que la británica. Si el descubrimiento siquiera superficial de la urbe británica se puede realizar en unas horas, explorar la antigua concesión francesa llevará al viajero más activo varios días. Entre los lujosos rascacielos modernos, tan ubicuos en Shanghai como en Roma las iglesias, se encuentran una serie de vías tranquilas en las que mansiones de diferentes tamaños crean un espacio urbano diferenciado. Son calles que surgen perpendiculares a lo largo de la calle Huaihai, la principal de la concesión francesa.

De nuevo la historia nos indica la forma de comprender este barrio, pues en la parte más cercana al río las mansiones se alinean a lo largo de las calles; más lejos, en las vías cercanas a Huashan, las impresionantes residencias obligan a las calles a retorcerse de mil formas imaginables. Pocos viajeros llegarán hasta allí, donde viven actualmente potentados y magnates. Pero el que se aproxime vislumbrará que la forma de vida tampoco ha cambiado a pesar del tiempo.

Entre estas construcciones destacan algunas que sirven de faro al viajero para orientarse en sus andanzas, como la Casa del Gobernador francés, actualmente Museo de Artesanías en Fengyan lu, la iglesia ortodoxa de la calle Gaolan lu, la mansión de los Moris de Ruijin er lu, transformada en el Hotel Ruijin, o la mansión Muller, de estilo nórdico, convertida en el hotel del mismo nombre. La única posibilidad de asomarnos a ese mundo con las prisas que desgraciadamente definirán nuestro viaje será conociendo el Xintiandi, un bloque de viviendas de la época que ha sido recientemente restaurado.

Hemos evitado mencionar en este recorrido histórico el elemento que se está convirtiendo en determinante de la personalidad de la urbe, y que previsiblemente seguirá creciendo hasta ahogar a los demás, pues Shanghai parece destinada a recobrar sus pasados esplendores y el gobierno no escatima esfuerzos a la hora de convertirla en paradigma de modernidad. Esta circunstancia abre al viajero una serie de posibilidades que, si bien no constituirán por sí solas el aliciente para un viaje a China, se pueden convertir en un complemento ideal del mismo.

La nueva zona de Pudong constituye el verdadero emblema de la modernidad de la ciudad de Shanghai. Desde el malecón, los llamativos edificios de la orilla Este cautivan la atención del viajero, que sólo realizando un esfuerzo valorará con justicia las maravillas arquitectónicas de la orilla Oeste. La forma más recomendable de cruzar el río es a través del llamado túnel del Bund, un extraordinario proyecto de ingeniería que permite a los viandantes ser con- ducidos bajo el lecho del río montados en cabinas y arropados por unas luces marcadamente psicodélicas y una música sacada de una película de ciencia ficción.

Al volver a la superficie en Pudong se aprecia al Centro de Convenciones de Shanghai, con sus dos enormes globos terráqueos dedicados a la restauración. No resulta posible prestarle mucha atención puesto que la Torre de Televisión Perla de Oriente, con sus tres grandiosas esferas, ocupa todo el ángulo de visión. La tercera torre del mundo por altura, con 468 metros, fue el primer gran edificio de esta zona. Se puede subir hasta la segunda bola a 263 metros de altura o a la tercera, a 350 metros, pero el viajero no debe impacientarse porque es sólo el aperitivo de lo que encontrará en Pudong. Tras pasar la Torre de Televisión se alcanza un pequeño parque, Lujiazui, cuyo principal atractivo lo constituye la hilera de rascacielos que lo rodea por todas partes. Desde esa posición céntrica se observa el edificio Jinmao, que se eleva al cielo como una oración.

Mientras que la Torre de Televisión queda esclava de la servidumbre para la que fue concebida, el edificio Jinmao, obra del famoso estudio americano SOM, refleja de forma exuberante el espíritu de Shanghai. Desde el lado opuesto al parque, es decir, desde las cercanías del río, se puede contemplar con todo su esplendor. Entonces se observa que el Centro de Convenciones, situado en su base, tiene la forma de un barco en el que la propia torre surge como una gigantesca chimenea. El edifico constituye el barco de Shanghai, su chimenea, con la forma de una pagoda que se funde con el cielo en increíbles filigranas, un reflejo más de la concepción china del mundo, pues esa pagoda de acero es cuadrada por fuera (como la tierra) y redonda por dentro (como el cielo). Por tanto, contiene en su interior la armonía del yin y el yang. Eso se podrá comprobar subiendo a la planta número 88 -que en China simboliza la doble suerte-, desde donde la vista de Shanghai es impresionante y donde la mayor bóveda construida por el hombre, con 130 metros de altura, se presenta ante los sorprendidos ojos del viajero en el interior del edificio.

Volviendo al mundo terrenal y siguiendo hacia el interior por el camino más lógico, hallamos el gran edificio de la Bolsa de Shanghai, que con forma de una puerta parece animar a los capitalistas a entrar e invertir. El recorrido nos lleva por Century Avenue en un paseo de casi una hora (también se puede tomar el Metro) a través del mayor museo de la arquitectura contemporánea hasta el Parque del Siglo (Century Park). En cada extremo de este paseo nos encontramos con un impresionante museo, como el Centro de Arte de Shanghai, en su inicio, y el Museo de Ciencia y Tecnología de Shanghai, con más de 250.000 metros cuadrados de exhibiciones.

El esplendor profano de esta ciudad de los negocios sólo tiene un contrapunto en los pequeños templos dispersos por la ciudad, que a veces surgen inesperadamente en el camino del viajero. Entre ellos, el más interesante, y el más moderno a la vez, es el Templo del Buda de Jade. Como su nombre indica, su mayor atractivo radica en las grandes estatuas de Buda elaboradas con jade y traídas de Birmania en el siglo XIX. El fervor con el que la población local venera estas imágenes proporciona al viajero una puerta para observar sus sentimientos religiosos, sus rezos, sus ritos; todo se realiza allí a la vista de cualquier visitante, muy acorde con ese espíritu abierto que caracteriza a esta moderna ciudad.

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