Lujo soviético en ruinas: Tskaltubo, una ciudad-balneario abandonada en Georgia
Un auténtico templo en el vacacionaban cientos de miles de soviéticos, incluido el propio Stalin.
Una ciudad-balneario que hacía las veces de vacaciones para los personajes soviéticos más relevantes del pasado siglo, hoy ha quedado abandonada a merced del tiempo y del escaso mantenimiento que se le da pese a que sigue funcionando como sauna. Está en Georgia -paraíso en tierra de nadie- y actualmente hay masajistas que conviven en este conjunto de sanatorios y balnearios con todo tipo de animales asalvajados. Pocos edificios emergen visiblemente restaurados, mientras que otros parece que van a desplomarse en cualquier momento, con un golpe de viento algo más fuerte de lo normal.
Cuando Stalin fijó Tskaltubo como su destino vacacional por excelencia, sus aguas terapéuticas de radón-carbono ya habían aparecido en los primeros registros hacia el siglo VII; en el XVIII, se estudiaron en profundidad y en el XIX, Pushkin escribió decenas de páginas sobre sus propiedades. La época soviética fue la que colocó a la ciudad en el punto de mira. Su faceta de sanatorio era realmente importante en la época, puesto que el que fuera presidente de la Unión Soviética recibía allí tanto baños como hidroterapia -antiguamente llamada 'kurotología'-.
La ciudad abandonada de los perros
El abandono de los edificios más descuidados, que realmente están cubiertos de vida por una frondosa vegetación, no es del todo total, ya que cuentan con guardias de seguridad en las puertas. Aunque otros tantos tan solo están protegidos con un simple pestillo que cualquiera puede descorrer. La decoración de cada zona es diferente, escaleras de estilo art déco, balaustradas neoclásicas, corpus del estilo del imperio estalinista... Un auténtico paraíso para los amantes del urbex -exploración de edificios aparentemente abandonados-.
Se cuenta que en Tskaltubo hay un perro que actúa como ángel de la guardia de los visitantes más atrevidos. Dicen que aparece de pronto y sigue al caminante durante su exploración entre aquellas construcciones deconstruidas; que ladra si percibe que se adentra a un lugar peligroso y que guía a todo aquel que pise su territorio. Aunque hay que tener cuidado, porque no todos los canes son tan amigables como el que se acerca al excursionista con la única misión de convertirse en perro guardián y guía.
Un recorrido por Tskaltubo
Cada uno de los rincones parece un espacio liminal creado por la propia imaginación, pero no podrían tener más de real. El Sanatorio del Ministerio de Defensa de la URSS se renovó -parcialmente- y funciona como hotel. Este era el favorito de Stalin y en él tenía una habitación privada que disfrutaba en cuando podía. Hay frisos en los que el comunista aparece representado como una especie de dios griego que atrae la prosperidad para el lugar. Otros baños están completamente abandonados, aunque manteniendo la apariencia que se le otorgó en su momento y el aura prácticamente intacta.
En la década de 1950 se convirtió en ciudad-parque y albergaba nueve casas de baños y 22 sanatorios y hoteles, recibiendo hasta 125.000 visitantes al año. Y es que en esta época la ley mandaba que todo trabajador de la URSS tenía derecho a unas vacaciones sanitarias pagadas íntegramente por el Estado. Después el Sanatorio Rkinigzeli, igualmente abandonado, que sirvió de refugio -como otros tantos edificios- para los exiliados durante la Guerra de Abjasia en 1992. O el Hotel AIA, que es una de las joyas modernas de los 70. Los sanatorios parecen sacados de un cuento o incluso de mitos griegos, que ganan otro tipo de magia cuando se descubren fotografías, libretas o tazas que hacen que parezca que la vida allí nunca se detuvo.
Stalin era georgiano y aprovechaba cualquier momento para visitar su país natal. Allí tenía su dacha, la casa típica de campo rusa. Se confunde la realidad con lo imaginario, lo que está reformado con lo que no; nadie está seguro de si hay espíritus que continúan vagando por los balnearios atrapados en un pasado que se muestra completamente destruido ante nuestros ojos. La timidez no impidió a Stalin contruir un imperio en el que reinaba el terror, igual que el tiempo tampoco ha impedido a este escalofriante lugar mantenerse en pie. Maldito o sagrado, este 'templo' resulta intocable. Para algunos por respeto, para muchos por miedo.
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