Las cinco carreteras más espectaculares de España
Hay carreteras en España que son más un instrumento de comunicación entre pueblos y ciudades. Son, en ocasiones, paisajes de inenarrable belleza. He aquí cinco de ellas.
Carretera de Sa Calobra
El norte de la isla de Mallorca la cicatriza la carretera autonómica MA-10. Es la que lleva a Soller y a la Sierra de la Tramontana, y la que –más al norte– conduce hasta Escorca y el embalse de Gorg Blau. De ella parte una carretera comarcal espectacular, considerada entre las más peligrosas de España. Es la MA-2141, conocida como la carretera de Sa Calobra, una de las más bellas de este país.
La carretera, estrecha, bien asfaltada y sin línea divisoria de ambos carriles, desciende hasta la playa de Sa Calobra, pero antes cicatriza el abrupto paisaje del norte insular a través de doce curvas de ciento ochenta grados y una de trescientos sesenta, conocida como el nudo de la corbata. ¡Ojo! No se puede perder la carretera de vista. Su circulación es complicada. La buena noticia es que está salpicada de miradores.
Desfiladero de La Hermida
Angostas gargantas y paredes verticales de piedra caliza, de una altura superior a los seiscientos metros, conforman el desfiladero de La Hermida, uno de los pasos naturales más sobrecogedores de la geografía española. Está en Cantabria, en la frontera con el Principado de Asturias, y el corte geológico lo originaron las aguas del río Deva.
El desfiladero forma parte del macizo de Ándara y discurre a lo largo de una veintena de kilómetros, lo que lo convierte en el más largo de España. La carretera que lo atraviesa es la N-621 que sube hasta la comarca de la Liébana. Fue frecuentado por viajeros románticos, escaladores, cazadores y montañeros que crearon en torno a él un mundo de leyenda y fascinación.
Carretera de los Lagos de Covadonga
En temporada alta, es decir, en los meses de verano, subir en vehículo propio hasta los lagos Enol y Ercina, símbolos de los Picos de Europa asturianos, está prohibido. En los meses restantes del año está permitido, aunque con algunas restricciones de fin de semana. Para solventar esa contrariedad están los buses que parten a todas horas desde la estación de Cangas de Onís.
Subir hasta aquí tiene algo de iniciático. Se diría que el viajero alcanza un graduado cuando llega hasta el santuario donde la historia ubica el inicio de la Reconquista. Kilómetros más arriba, allí donde las vacas pastan con asombrosa indiferencia y las nieblas ocultan el sol en menos de un minuto, aguardan los lagos de origen glaciar.
Carretera del Roque de los Muchachos
Cuarenta y seis kilómetros y poco más de una hora y cuarto de viaje en coche. Esa es la distancia y el tiempo estimado entre Santa Cruz de La Palma, la capital de la isla más bonita del archipiélago canario, y el Roque de los Muchachos, símbolo del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente y la segunda mayor altura –2.426 metros sobre el nivel del mar– de todas aquellas islas.
La carretera que trepa hasta allí es espectacular. Los primeros veinte kilómetros discurren entre curvas imposibles y bosques tupidos. De pronto, los árboles desparecen y la roca seca de extintos volcanes, de grises imposibles y rojos salidos de un sueño, invaden ambos lados de la calzada. En días claros, si la niebla no oculta los pies de la isla, se divisan los pueblos que recorren el litoral, además del resto de islas vecinas, en especial La Gomera y Tenerife.
Carretera de La Almadraba de Monteleva
Andalucía está cicatrizada por carreteras fascinantes, en especial en zonas de sierra. Pero la calzada que une San Miguel de Cabo de Gata y La Almadraba de Monteleva, en la provincia de Almería, parece salida de una película. De hecho, muchos productores y cineastas han fijado su atención en este rincón del Parque Natural del Cabo de Gata donde han rodado largometrajes y spots publicitarios.
Son tan solo cinco kilómetros en línea recta. A un lado el mar Mediterráneo y al otro la laguna salada donde anidan cientos de flamencos rosa. Al final del camino descuella el espigado campanario de la iglesia y por un momento, en lugar de creernos en una esquina de la península ibérica, nos creemos transportados a un escenario onírico de la Baja California.
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