Recorriendo la ruta de los Cahorros, la senda cañón de Granada
En Monachil, casi a las afueras de Granada, el río del mismo nombre se abre paso por un desfiladero de roca caliza que hace las delicias de escaladores y senderistas. Lo atraviesan varios puentes colgantes, uno de 63 metros de longitud. Es un camino seguro cien por cien. Y un caramelo para los niños, que son los que mejor se lo pasan aquí.
En el Corán está escrito: “Dios ha prometido a los creyentes unos jardines en los que corren ríos. En ellos vivirán eternamente: tendrán hermosas moradas en el jardín del Edén”. Para recrear el paraíso en la tierra, se hicieron los jardines de la Alhambra y el Generalife, sin duda maravillosos. Pero innecesarios.
Y es que, ahí al lado, a solo ocho kilómetros al sureste de Granada, había (y sigue habiendo) un paraíso de verdad, natural, los Cahorros, donde el río Monachil se encañona, brinca y riega con sus aguas puras y espumeantes almeces, chopos, sauces y 76 especies más que forman una jungla difícil de creer en España y más en el sur. Cuesta menos imaginar el paraíso como esta selva espontánea, que como un laberinto de arrayanes podado eternamente por Alá.
El río Monachil nace en el pico Veleta, a casi 3.000 metros de altitud, y poco antes de entrar en Granada, donde se lo bebe el Genil, atraviesa unas angosturas de roca dolomítica, los Cahorros, que parecen haber sido creadas por Alá para deleite de escaladores y senderistas.
Hay dos formas de acercarse a los Cahorros: salir andando desde el mismo pueblo de Monachil por un sendero abierto en 2017 en la espesura inaudita de la orilla izquierda del río. O subir un kilómetro en coche por la carretera de El Purche, desde Monachil hasta la Era de los Portachuelos, donde antes se trillaba el cereal y hoy se aparcan los vehículos para hacer la ruta circular de los Cahorros, la senda más bella, clásica y apetecible del lugar, que es una vuelta a pie de nueve kilómetros, asequible para todos. Se pueden hacer ambas sendas, la nueva y la clásica circular, en dos días distintos. O en uno solo, aprovechándolo a tope.
Hay numerosos letreros en los caminos de acceso (desde la Era de los Portachuelos o desde el mismo pueblo de Monachil) y en el propio desfiladero, que además de valiosas orientaciones, ofrecen instrucciones precisas para cruzar ciertos puentes colgantes.
Un punto clave de la ruta es la cueva de las Palomas, que hay que atravesar sin apartarse del río, por un estrecho canal lateral, y que no alberga palomas, sino murciélagos.
Otras sendas para hacer en familia, en el próximo número de VIAJAR, a la venta en marzo. Aunque de momento puedes tener un aperitivo con esta fotogalería:
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