Puigcerdà, la villa arropada por las cumbres pirenaicas y por la novela de Carlos Ruiz Zafón

Esta ciudad pirenaica no se concibe sin las montañas y el valle que la rodean. El invierno es una de las mejores épocas para visitarla, cuando el esquí y el hockey sobre hielo toman las pistas en este lugar alejado del mundanal ruido. 

Vista general de Puigcerdà, con la cordillera pirenaica nevada al fondo.
Vista general de Puigcerdà, con la cordillera pirenaica nevada al fondo. / Alfons Rodríguez

Puigcerdà se aprecia desde lejos en el camino. Los 1.200 metros de altitud a que se encuentra se consiguen, en parte, gracias a la colina sobre la que asienta esta ciudad norteña. Al norte y al sur se hallan los Pirineos, Francia y el macizo del Cadí. En medio, el inmenso valle de la Baja Cerdaña, envuelto en montañas de más de 2.000 metros y de una luz que dicen es la más bella de Cataluña. La ciudad se alza, literal y figuradamente, como la capital de la comarca ceretana. A sus pies, el Segre, un río humilde que nace en el sur de Francia y que desemboca en el Ebro, siendo testigo de los casi 1.000 años de historia de la villa. 

Lago artificial de Puigcerdà con una de las mansiones señoriales de época de fondo.

Lago artificial de Puigcerdà con una de las mansiones señoriales de época de fondo.

/ Alfons Rodríguez

Hace siglos, el trazado urbano antiguo estuvo rodeado de una muralla. Hoy sus límites son otros mucho más altos: las cumbres pirenaicas que la arropan. Legado de ese pasado medieval son los restos de la fortificación que quedan al oeste, en la llamada Ronda dels Torreons. Después vinieron terremotos y luego guerras con los franceses debido a su situación estratégica. Tiempos difíciles que dieron paso a un periodo de tranquilidad y apogeo hasta el inicio de la Guerra Civil española.

La huella de este último conflicto quedará siempre marcada por el campanario de Santa María, lo único que queda en pie del templo, tras la destrucción por los combates. Desde entonces la ciudad y su entorno se han ido convirtiendo, gracias a sus atributos paisajísticos y climatológicos, en uno de los lugares más turísticos y apreciados de la Cataluña norte. 

Monumento al brigadier José Cabrinetty en la plaza Cabrinetty de la ciudad.

Monumento al brigadier José Cabrinetty en la plaza Cabrinetty de la ciudad.

/ Alfons Rodríguez

Carles Bisbal es hijo de Puigcerdà. Vivió más de 10 años en otros lugares del mundo, incluyendo Barcelona y Nueva York. Este ceretano de raíz se dedica al mundo de la gastronomía gourmet y es otro de los enamorados de la ciudad y su órbita rural. Carles es un fan de la montaña. Si el senderismo o el esquí son actividades que ocupan, en buena medida, a los que visitan el entorno, también lo son para los locales. De igual modo, pasear relajadamente por el centro de la ciudad resulta agradable a foráneos, a vecinos de la ciudad o para los habitantes del resto de la Cerdaña, como Carles. 

Recorrer las calles y plazas del centro puede ser incluso como un paseo literario, explica Carles. Un tocayo suyo, Carlos Ruiz Zafón, el escritor barcelonés, la puso en el mapa de muchos cuando la utilizó para ubicar parte de su bestseller El juego del ángel. Hasta 10 puntos indican los pasajes de la obra y el recorrido de su protagonista David Martín. Una historia de intriga, amor y tragedia ambientada a principios del siglo XX.

Parque Schierbeck, el lugar más visitado de la ciudad en todas las épocas del año.

Parque Schierbeck, el lugar más visitado de la ciudad en todas las épocas del año.

/ Alfons Rodríguez

Uno de esos escenarios es el lago artificial que se extiende en pleno centro y el Parque Schierbeck, enclaves que tanto han forjado el carácter de la ciudad. El nombre del parque deriva de un Cónsul General de Dinamarca en Barcelona, German Schierbeck. El diplomático llegó a la ciudad en 1866 para construir su residencia de verano y se hizo tan célebre que la ciudad acabó por dedicarle su nombre a la zona verde más grande y concurrida de su plano. Hoy es el lugar más emblemático de la villa.

El centro está repartido en lugares muy evocadores, como el Teatro Casino Ceretà, la Plaza de Barcelona, la de los Héroes y la de Santa María. De este conjunto de plazas colindantes parten las arterias comerciales, calle de España, calle Miquel Bernades y calle Mayor, que acaban todas al sureste formando un entramado de calles más pequeñas repletas de comercios, cafeterías y mucho ambiente a casi todas las horas del día.

La ya histórica estación del ferrocarril, a la entrada de la ciudad cuando vienes desde el lado español, fue uno de los puntos geográficos que mencionó Ruiz Zafón en su novela, justo cuando el protagonista llega a la ciudad. A David, el personaje,el edificio de la estación se le aparece como un espejismo, según describe él mismo. Al viajero de hoy se le debiera aparecer como una especie de universo perdido, pues la línea que une Barcelona con Puigcerdà, la R3, es una línea olvidada por la administración que tarda varias horas en recorrer los apenas 165 kilómetros de su trazado, convirtiendo el viaje en casi una aventura.

Vistas del valle de la Cerdaña desde Puigcerdà, con la cordillera pirenaica al fondo del lado español.

Vistas del valle de la Cerdaña desde Puigcerdà, con la cordillera pirenaica al fondo del lado español.

/ Alfons Rodríguez

El mencionado lago es el escenario principal de esta parte de la novela. En esos pasajes se describen los grandes caserones señoriales que lo rodean y el estanque congelado, algo que suele ocurrir casi todos los inviernos. Al noroeste del lago existe otro indicador de la ruta de El juego del ángel. Se halla en la entrada al Camino de los Enamorados, un bonito y relajante paseo en dirección a la población francesa de Ur. Sobre todo en otoño, ya que esta flanqueado de árboles de hoja caduca. A medio camino hay un desvío hacia la iglesia neogótica de Sant Jaume de Rigolisa y su campanario de 17 metros de altura.

El entorno geográfico cercano de Puigcerdà es un espacio abierto y casi llano que se extiende hasta las estribaciones pirenaicas y del Cadí. A su alrededor, los campos de cultivo y los pequeños pueblos se arrodillan como rindiendo pleitesía a la ciudad. Manadas de vacas y caballos decoran de forma entrañable un paisaje ondulado que parece no tener fin, ni hacia el este ni hacia el oeste. Hacia la vasta anchura del valle de la Cerdaña. Carles Bisbal se siente afortunado por haber nacido aquí y su identidad viene marcada no solo por la ciudad, sino por el entorno de esta. Desde siempre sintió que era el lugar donde crecerían sus hijos. Encontrar el equilibrio entre las dificultades del mundo rural y el desarrollo profesional y personal: esta era su prioridad. Asegura que solo dejaría la Cerdaña por algún motivo muy grave o importante sobre el que no tuviera elección. Cuando atraviesa el túnel del Cadí se siente en casa, declara con emoción Carles.

Un valle gigantesco

Tras el Tratado de los Pirineos de 1659, los reinos de España y Francia se repartieron estas tierras. La parte que correspondió a España es considerada la Baja Cerdaña, que posteriormente y hacia 1833 se fraccionó en dos, repartiéndose entre Gerona y Lérida. El valle donde se engloba todo se formó a causa de hundimientos tectónicos, dejando grandes cumbres a su alrededor de casi 3.000 metros de altura, como la del Puigmal o la del pico francés Carlit. Hasta 16 municipios rodean la ciudad de Puigcerdà, los cuales tienen a esta como referencia para cuestiones comerciales y administrativas. Este valle es de los más grandes de Europa, con más de 30 kilómetros de largo y nueve de ancho.

El invierno es un momento importante para visitar el lugar. Los deportes de nieve y hielo y otras disciplinas han crecido desde antiguo en esta parte de la Cataluña norte: esquí, ciclismo, alpinismo, golf o vuelo deportivo son practicados habitualmente dependiendo de la época del año. Una de las tradiciones más arraigadas es la del hockey hielo, siendo uno de los enclaves pioneros en este deporte. Su club profesional se fundó en 1956. Apto para todos los públicos es el senderismo, con una oferta de rutas casi inabarcable. Variantes del Camino de Santiago, el Camino de los Buenos Hombres o GR-107, que recorre la huella e historia de los cátaros y, cómo no, el GR-11, un sendero de gran recorrido por todos los Pirineos, desde el Cantábrico hasta los Pirineos pasando por la Baja Cerdaña, naturalmente.

Tomando el sol en el Convento de Sant Francesc.

Tomando el sol en el Convento de Sant Francesc.

/ Alfons Rodríguez

Tradicionalmente, Puigcerdà y su entorno se valían de la agricultura y la ganadería como pilares económicos. Esto ha cambiado en buena forma. Desde que en el siglo XIX las primeras familias acaudaladas de Barcelona se fijaran en sus bondades, la mejora de infraestructuras, comercios y servicios no ha parado. Con su influencia hicieron llegar el tren, las estaciones de esquí y se abrió el famoso Túnel del Cadí, en 1984, con algo más de cinco kilómetros de longitud.

Con este enorme agujero en las montañas se mejoró mucho el acceso al valle y a su capital. Hoy día el turismo y las segundas residencias, para bien y para mal, son el combustible que mueve el motor ceretano. Pequeños productores artesanos de queso, mantequilla o miel, por ejemplo, o ganaderos y agricultores siguen existiendo para intentar perpetuar el carácter rural y auténtico de la comarca. De su gastronomía hay que destacar la alta calidad de su carne, las peras de Puigcerdà —muy apreciadas por los gourmets— y el plato estrella, el trinxat de Cerdanya, a base de patata, col, panceta, ajo y aceite de oliva y que ha dado lugar a una fiesta en su honor cada mes de febrero en Puigcerdà. Simple pero delicioso.

Plaza de Los Héroes de Puigcerdà.

Plaza de Los Héroes de Puigcerdà.

/ Alfons Rodríguez

Para Carles Bisbal la ciudad ha cambiado y mucho desde que era un niño. Jugaban cada día hasta que anochecía o hasta que los padres les hacían regresar al hogar con un cop de bastó, recuerda con nostalgia. El núcleo urbano era mucho más pequeño que ahora y continuamente se cruzaban con conocidos y vecinos. Hoy eso es casi impensable, asegura este vecino ceretano. Como él, muchos otros habitantes de la comarca sienten un profundo arraigo a esta ciudad y a estas tierras norteñas. No puede ser de otro modo, pues las montañas pirenaicas indómitas y los paisajes abiertos bañados por una luz mágica forjan y marcan los caracteres ceretanos. 

Vecinos de Puigcerdà

Albert Pons, de Quesos Vall de Meranges

Nació en Puigcerdà. Se formó como economista y trabajó como director de un selecto club de golf. Como su vocación era ser pastor, dejo los cargos ejecutivos y se fue al monte, donde lleva más de 20 años entre prados con sus ovejas. La vida en el campo no es fácil, y ser granjero tampoco lo es, por la escasa rentabilidad de la profesión y la dureza del esfuerzo diario, pero la naturaleza y la paz son buenas compañeras para compensar esas dificultades, asegura Albert. Las 23 variedades de queso que produce han ganado muchos premios y están elaboradas de forma artesanal y con la leche de sus rebaños en exclusiva, que cuida como si fueran un tesoro. Solo hay que verle la cara cuando huele, degusta o sostiene uno de sus quesos. La verdad es que son una joya para el paladar de los amantes del queso.

Albert Pons, de quesos Vall de Meranges

Albert Pons, de quesos Vall de Meranges.

/ Alfons Rodríguez

Regina Rodríguez, escritora

Su novela Las bragas al sol se ha convertido en un bestseller para el público millennial y no tan millennial. Le gusta pasear con su familia por los bosques de alrededor de Puigcerdà, sobre todo en otoño, cuando la paleta de colores es infinita y de tonos cálidos y embriagadores. De pequeña, recuerda sobre todo el frío de verano en las calles de Puigcerdà y cómo jugaba y vivía aventuras con sus amigas del colegio. Estos vínculos emocionales perduran hasta hoy y el círculo vital de una vida se completa, asegura Regina, cuando llevas a tus hijos a esos lugares, momentos y personas que te han forjado a ti como persona. Parte de la inspiración para escribir la encuentra en lugares secretos de la Cerdaña y de Puigcerdà. Para esta escritora, es una suerte ser de pueblo y, sobre todo, ser de la Cerdaña. 

Regina Rodríguez, escritora.

Regina Rodríguez, escritora.

/ Alfons Rodríguez

Xavier Formentí, criador de caballos

Es criador de caballos de raza pirenaica. Una especie fuerte y robusta. Se dedica a esto porque le encantan los animales, cómo nacen y crecen, cómo corren libres por los prados de la Cerdaña. “Tú los cuidas, pero ellos te devuelven el esfuerzo si trabajan el campo contigo”, asegura Xavier. Nació a escasa distancia de Puigcerdà, en la localidad de Talltorta, aunque vive en la capital de la comarca con su familia.

Xavier Formentí, criador de caballos.

Xavier Formentí, criador de caballos.

/ Alfons Rodríguez

Se siente privilegiado por habitar en la naturaleza y convivir con sus caballos a diario. Ser ganadero es duro, pero la recompensa es grande. Según él: “Puigcerdà ha crecido mucho en los últimos años y si te quedas con lo bueno de ese crecimiento, pues también han crecido los servicios e infraestructuras de todo tipo, como el Hospital Transfronterizo, que te hacen la vida más fácil”.

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