Panamá, quinto centenario del Pacífico

El 25 de septiembre se cumplen 500 años desde que el primer europeo contempló el Océano Pacífico desde su lado oriental. Fue el extremeño Vasco Núñez de Balboa y lo hizo desde la actual Panamá, país de exuberancia selvática y crisol de culturas. Este paraíso bañado por el Atlántico y el Pacífico ofrece parques naturales, especies endémicas, playas vírgenes, rutas por las regiones indígenas y unas infraestructuras ultramodernas en su capital que han llevado al país a ser conocido como "el Dubái del Caribe".

Archipiélago de San Blas.
Archipiélago de San Blas.

Abundancia de peces y mariposas. Es lo que significa el vocablo Panamá en lengua indígena, según la leyenda local, un significado que ya da una muestra de los tesoros que guarda este destino. Pero su nombre también podría significar abundancia de etnias y culturas, las que llegaron desde cualquier parte del mundo a este país, uno de los ejes comerciales de la Tierra, que se sumaron a las diversas etnias indígenas que ya habitaban estas tierras, como los kuna, los ngäbe, los chiricanos o los emberá, antes de la llegada de los españoles. "Yo Señor he estado bien cerca de aquellas sierras hasta una jornada, no he llegado a ellas porque no he podido a causa de la gente (...) Pero dícenme todos los indios que hay tanto oro en casa de los caciques de la otra mar que nos hacen estar a todos fuera de sentido". En estos convincentes términos se expresó el extremeño Vasco Núñez de Balboa en una carta al Rey fechada el jueves 20 de enero de 1513 en Santa María la Antigua, a orillas del Caribe, una ciudad que él mismo había fundado en 1510. Y con esos testimonios que le llegaban a Núñez de Balboa surgió el sueño inaplazable del Pacífico. De modo que el primer día de septiembre de 1513 Balboa emprendió su misión suicida selva adentro y después de una singladura de combates, muerte y desolación logró alcanzar la cima de una loma y desde ella se convirtió en el primer europeo en contemplar el Océano Pacífico desde su lado oriental. El 25 de septiembre de 2013 se cumplen 500 años de esta gesta.

Piratas y ciudades viejas y nuevas

Pocos años después de aquel día, en 1519, Pedro Arias de Ávila fundó Ciudad de Panamá, el primer asentamiento europeo en la costa americana del Pacífico, y su importancia económica y estratégica para el comercio con las Américas llegó a ser tal que la ciudad fue atacada, rodeada e incendiada por el pirata inglés Henry Morgan entre enero y febrero de 1671. Abandonados sus restos, los españoles de entonces fundaron un nuevo emplazamiento con el mismo nombre diez kilómetros al suroeste, el actual Casco Antiguo de Ciudad de Panamá. En cuanto a los restos de aquella urbe primigenia, son conocidos hoy como el Panamá Viejo, un conjunto monumental declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En el Casco Antiguo se encuentran varios de los restaurantes y bares de moda de la capital, la Catedral Metropolitana (construida entre los siglos XVII y XVIII), la zona del Paseo de las Bóvedas, donde las comunidades indígenas asientan sus puestos y conforman un mercadillo de artesanías, y la Plaza de Las Bóvedas, donde se encuentra el sistema defensivo de murallas originario de la ciudad, en la Plaza de Francia. Desde el Casco Antiguo se tienen excelentes vistas de la parte moderna, Punta Paitilla, al otro extremo de la bahía sobre la que se asienta la ciudad. Se trata de la zona de los rascacielos, símbolo del auge económico de un país que empieza a ser llamado el Dubái del Caribe.

El sueño de un canal que uniera los dos océanos nació con el auge mismo de Ciudad de Panamá. Fue el fraile español Francisco López de Gómara quien propuso la idea de una ruta interoceánica en un libro publicado ya en 1552, donde aseguró que en el Istmo "hay montañas, pero también manos, y para un Rey de Castilla son muy pocas las cosas imposibles". Aquel sueño que en el siglo XVI era una locura es hoy un brazo de agua que atraviesan cada año 14.000 buques y un auténtico El Dorado: cada uno de ellos paga una media de 105.000 dólares como tarifa de paso. Este mito panameño es visitable si uno acude a la esclusa de Miraflores, a las afueras de Ciudad de Panamá, tras el Parque Natural Metropolitano. Allí, en el centro de visitantes instalado uno puede ver cómo las compuertas y miles y miles de litros de agua juegan con los barcos hasta hacerlos subir y bajar a fin de que vayan atravesando la esclusa, la primera por el Pacífico de las que jalonan el Canal, cuyo recorrido se extiende unos 80 kilómetros hasta la ciudad de Colón, a los pies del Atlántico, del Caribe.

Las comarcas exóticas

Si se quiere hallar el exotismo de los pueblos indígenas de Panamá hay que echarse a recorrer el país hacia las comarcas del interior y visitar sus comarcas y sus ciudades, como Portobelo, Penonomé y Santiago. La primera, de unos pocos miles de habitantes, fue sin embargo una de las ciudades más importantes de la América colonial: de ella salía casi todo el oro que llegaba a España procedente de las Indias. Las otras dos ciudades son las capitales de las provincias de Coclé y Veraguas, respectivamente, y, además de su catedral y edificios de estilo colonial, atesoran una artesanía y un folclore genuinos (destaca el vestido tradicional del país: la pollera) y una gastronomía autóctona con productos típicos como el ñame, la yuca o el otoe, con los que se preparan los platos típicos, como el ceviche, un sabroso plato de pescado, y el sancocho, una sopa especiada elaborada con dichos ingredientes. Todas estas ciudades resultan especialmente interesantes si se visitan en fechas de fiestas locales, sobre todo Portobelo, a orillas del Caribe y a escasos kilómetros de Colón, la segunda ciudad del país y con menor atractivo para el viajero por ser una ciudad marcadamente comercial (la zona libre de Colón es la segunda más importante del mundo tras la de Hong Kong). Portobelo celebra cada 21 de octubre su procesión del Cristo Negro. En esta pequeña ciudad la cultura local es una mezcla de las costumbres autóctonas indígenas mezcladas con las tradiciones españolas (sobre todo andaluzas) y la cultura del África negra (la ciudad fue un importante centro de venta de esclavos). El poso histórico de Portobelo no ha quedado en nada: la zona antigua, con los castillos de Santiago de la Gloria, el Fuerte San Jerónimo y el de San Fernando y la Batería Santiago, la Trinchera de la Casa de la Pólvora, el viejo edificio de la Aduana o Real Contaduría, convertida hoy en museo de la ciudad, son varios de los atractivos que exhibe este enclave declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1980.

Naturaleza endémica

Y si lo que se busca son destinos de naturaleza, el contacto con la selva y el mar, el Valle de Antón, Bocas del Toro, las islas de San Blas o la playa de La Barqueta en el Chiriquí son los enclaves que destacan sobre los demás. El Valle de Antón es un espacio selvático rodeado de cerros y emergido en un antiguo cráter a unos 80 kilómetros de Ciudad de Panamá. El Valle está a unos 600 metros de altura, lo que le confiere unas condiciones climáticas más suaves y frescas que el resto del país, caluroso y húmedo. Es, además, uno de los pocos sitios en los que se puede ver, en cautividad, ejemplares de la rana dorada, la especie endémica panameña, extinta en condiciones de libertad.

Bocas del Toro y el archipiélago de San Blas están a orillas del Caribe. El primero cerca de la frontera con Costa Rica; el segundo, en el lado opuesto, en plena selva del Darién, al Este del país. Las islas de Bocas del Toro, emplazamiento comúnmente turístico, destacan por sus playas paradisíacas, sus olas para lanzarse a surfear y su oferta hotelera, que también se puede encontrar en las playas de La Barqueta, cerca de la capital chiricana, David, una opción similar a Bocas del Toro aunque menos masificada y en el Pacífico. En cuanto al archipiélago de San Blas, es un destino natural, para quienes quieran vivir la aventura de adentrarse en territorio de la tribu de los kuna yala, tomar una barca y surcar el mar durante casi una hora hasta alcanzar alguna de sus diminutas islas, equipadas con pequeñas cabañas que alquila la población local.

Allí, en medio de las aguas cristalinas del Caribe, rodeado de mar hasta donde alcanza la vista, alimentándose de la comida que pescan y cocinan los kuna, sin electricidad, sin grifos de agua potable, rodeado de arenas y de cocoteros y con la única luz que ofrece la naturaleza, se imagina, experimenta uno sin dificultad cómo debió ser aquel edén original en el que todo era armonía y perfección, y el tiempo no existía. Hasta que llegó Vasco Núñez de Balboa.

Las selvas de Kuna Yala

Unos 50.000 panameños pertenecen a la etnia kuna, cuyo espacio natural es la región de Kuna Yala (también escrito Guna Yala), en la selva del Darién, a los pies del Caribe, una región que hace frontera con Colombia. Las islas del archipiélago de San Blas son el destino estrella de esta comarca, sobre la cual los kuna mantienen una autonomía absoluta desde la revolución de 1925. Si usted ve una bandera española con un símbolo nazi un tanto invertido, no se asuste, estará ante una zona kuna: esa fue la bandera que enarbolaron los kuna en dicha revolución y que nada tiene que con la bandera española ni con el nazismo. Esta autonomía hace que el turismo en la zona se deba realizar guiado siempre por kunas: desde la entrada en sus territorios hasta el traslado a cualquiera de las islas de San Blas. De la mano de los kuna se entra en la selva más frondosa y se viaja a islas edénicas lejos del mundanal ruido. Podrá contemplar y adquirir la artesanía kuna: telas, pañuelos, objetos tallados, cestas, collares y un largo etcétera hecho a mano en el corazón y con los materiales de la selva.

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