Hoteles de La Rioja

La estación de esquí riojana de Valdezcaray ha cumplido 30 años en 2006. Nuevas instalaciones y dispositivos técnicos hacen aún más sugerente el deporte blanco en medio de los atractivos de la Sierra de la Demanda. Uno de ellos es el pueblo de Ezcaray, donde reposar y comer muy bien después de deslizarse sobre la nieve.

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No se debe jugar con la madre naturaleza, pero los humanos no dejan de hacerlo. A veces muy dañinamente, otras -hay que reconocerlo- con imaginación y creatividad. Y, a menudo, por pura diversión: que las alturas blancas de las cordilleras, nidos inaccesibles e inhabitables, mundos secretos de frío y silencio durante milenios, se transformen en pistas de esquí es todo un triunfo sobre los elementos.

Es como ponerse chulos ante la diosa Tierra: pues si ahí tú nos lo pones difícil, ahí que vamos nosotros a divertirnos. ¡Qué no diría la Sierra de la Demanda en sus alturas riojanas en torno al monte San Lorenzo el pasado 26 de marzo! Más esquiadores que nunca, familiares y mirones en pleno jolgorio, música de dj''s, fuegos artificiales... Los coloridos trajes de los especialistas dejaban una estela sobre las blancas pistas cuando éstos ejercitaban sus piruetas, y eran cosa de magia los bailarines que rodaban sobre la nieve dentro de burbujas de plástico. Y los espíritus de las cimas no debieron de enfadarse mucho porque el sol no dejó de brillar en la fiesta con la que la estación de esquí de Valdezcaray celebraba por todo lo alto sus 30 años de existencia.

Estancias de inspiración británica

La cuestión era también congratularse de las recientes mejoras: nuevas pistas, nuevos núcleos de servicios, nuevos telesillas y, por supuesto, nuevos y potentes cañones de nieve artificial, que ya se sabe que el clima cada vez está más raro. Así se completan las instalaciones que abarcan tres niveles: 1.530, 1.620 y 1.800 metros. Y así este techo de la Sierra de la Demanda, que resultó intransitable durante siglos en invierno, refugio de miedos y misterios, se entrega más a ese juego con la naturaleza. Y cada vez más esquiadores surcarán sus alturas heladas: de Bilbao, de Burgos, de Zaragoza, de Madrid... De muchos sitios porque a Valdezcaray, como a toda La Rioja, le ha tocado una inmejorable ubicación en el reparto geográfico de la Meseta norte.

Tiene también en suerte la estación de esquí la comarca en la que se halla, bien nutrida de atractivos naturales y monumentales. Por de pronto, el mismo pueblo de Ezcaray, con su muy norteña estética, por donde hay que pasar y donde hay que hacer noche después de deslizarse una y mil veces sobre las blancas laderas. Un clásico es el hotel Echaurren, establecimiento de años que se ha tomado a pecho el papel de elucubrado refugio de esquiadores acostumbrados a lo bueno. Es casi norma que la inspiración británica perfile el mundo recogido y acogedor después de jornadas a la fría intemperie.

Por eso, el Echaurren, dentro de su construcción moderna de piedra, esconde los tópicos más amables de la decoración inglesa. Los papeles pintados en tonos pasteles, los sofás de rayas, los cuadros de flores, las lámparas suaves y el detallismo prolijo se adueñan de los espacios comunes y de las habitaciones. Es un ambiente muy suyo y envolvente, que sólo se sale de este estricto guión en uno de sus restaurantes, El Portal, donde en un ambiente mucho más minimalista se sirve una selecta cocina creativa que ha merecido una estrella Michelin.

Decoración versallesca

Que no falte el buen beber y el buen yantar en La Rioja. Y menos aún en este pueblo de Ezcaray, cuyo nombre vasco encaja con la arquitectura de sus casonas de piedra de sillería y fachadas entramadas. Justo enfrente del Echaurren está la iglesia de Santa María la Mayor, construida entre los siglos XII y XVII, con sus aires góticos y la peculiaridad de su balconada y su rojiza piedra.

En la misma plaza se levanta una de las casas palaciegas que surgieron en la villa en el tiempo de la prosperidad de la industria textil. Empaque neoclásico tiene el Palacio de Azcárate, construido en el siglo XVIII por una rica familia terrateniente y rehabilitado como hotel desde el año 2003. A tono con el nombre, el establecimiento ha mantenido elementos existentes y ha incorporado otros para que el aspecto de cada rincón sea eso, palaciego. Profusa y casi versallesca es la decoración del hall, muebles hechos con mimo artesano en las habitaciones, cierto toque de modernidad en el comedor y guiños art déco en la terraza y en el jardín, donde reina un gran y vetusto cedro.

La complacencia de lo elegante en el restaurante se hace perfectamente compatible con los sabores de la tierra a costa de las artes y las mañas de la nueva cocina. Una buena presentación por aquí, una rara mezcla por allá y todos contentos. Alegres y satisfechos estaban los habitantes de este pueblo serrano, bellamente dormido entre sus verdes parajes, cuando en el siglo XVIII la industria textil trajo bonanza y más habitantes. De aquel fervor queda el edificio de la Real Fábrica de Mantas, muy enhiesto, muy del norte, con la sillería de sus ventanas realzada, y hoy convertido en albergue y en dependencias administrativas. Buena cuenta de lo vivido dan las casonas de la calle Arzobispo Barroeta, que dejan ver sus señoriales escudos por encima de los soportales, entre entramados de madera o piedras de un característico tono rojizo.

La línea argumental de la arquitectura recorre las estrechas calles del centro y se hace envolvente en las plazas, todas cuidadas. Tranquilidad del atardecer antes de que vuelvan los esquiadores de Valdezcaray... Y entonces, como en verano, casi todos se internarán en el territorio peatonal de la Plaza de la Verdura para seguir el ritual de buenos vinos y buenas tapas de los bares.

En el devoto recorrido no ha de faltar el bar Masip, más que tradicional y reconocido por sus pinchos, que, a pesar del nombre catalán, siguen fielmente la escuela vasca.

Mobiliario de último diseño

Recientemente sus dueños han convertido una casa solariega aledaña en el hotel Masip, donde han sabido dar la talla y el buen gusto a la hora de mezclar estilos. Los materiales rústicos de la construcción de 150 años que perteneció a una familia de militares ocupan bien su sitio entre muebles, decoración y colores de último diseño.

Confortable y muy apetecible se hace así la atmósfera en el salón, donde se conserva la antigua capilla, y en las habitaciones, cada una con una inspiración y todas envueltas en una gran armonía de detalles. Los colores y las viejas vigas dan también el tono en el restaurante, donde el chef Pedro Masip juega a reinventar los platos tradicionales con un excelente tino.

Y es que en Ezcaray se toma muy en serio eso de comer, porque en todo es puro mundo norteño. Toda una sorpresa es que así sea, porque aquí se llega en pocos kilómetros desde Santo Domingo de la Calzada, que está al norte y que en su paisaje y monumentalidad es mucho más mesetaria y "sureña ". Una vez más, las divinas rarezas de la Península Ibérica. Así que a saborearlas, que en Ezcaray se come bien incluso en la estación de tren. Claro que hay que decir que hace años que dejó de funcionar como tal para convertirse en coqueto restaurante, y lo que eran raíles es ahora una espléndida vía verde que llega casi hasta Haro.

Al antiguo establecimiento ferroviario se llega cruzando el puente que atraviesa, nada más y nada menos, el origen nominal de la región: el río Oja. Aquí, en su parte alta, la corriente baja con las potentes rugosidades del agua joven. Su fuerza se transforma en cascada en la presa que forman los restos de lo que fuera el puente de la India, arrastrado por una riada en 1913. La carretera que discurre al otro lado es la que lleva hasta la estación de esquí y también a algunas de las aldeas del municipio que se asoman al cauce del Oja, muy a menudo en los puntos donde a sus aguas se incorporan las de los numerosos arroyos serranos.

Seductores colores

Zaldierna es uno de estos pequeños núcleos urbanos a los que el turismo está salvando de la definitiva decadencia. Y así sus casas, hechas de canto rodado, como si fuesen un capricho natural de la orilla del río, se restauran y siguen componiendo su eterna y hermosa estampa sobre las verdes laderas.

Una de ellas es la casa rural Río Zambullón, que ocupa una construcción de 300 años y que por su esmero y buen acabado cuenta con la Q de calidad. Lo que antaño fueran cuadras hoy conforma una cálida planta baja, donde domina un gran salóncomedor entre vigas y piedras, ornamentos tradicionales y coloristas guiños actuales. De verdad acogedor y sugerente: el lugar donde esconderse del frío vivido mientras se ha esquiado, y leer al amor del fuego de la chimenea, y luego cenar a base de raciones de los mejores y más típicos manjares. Claro que también le puede dar a uno por no perder ni un minuto de tiempo campestre y entonces tiene el jardín bien ambientado, con sus gallinas y una cascada artificial. Y ya está bien: hora de descansar en una de las habitaciones, agradablemente pertrechadas entre piedra y madera, y todas con los nombres de montes circundantes.

La vivencia de lo rural después de bajarse de los esquís la ofrece también La Casona del Pastor, en la aldea de Valgañón. La vieja casa de labranza con fachadas de madera entramada conserva muchos de los elementos de lo que fue una próspera granja. Quién diría esto al contemplar ahora la estética medida de sus estancias por mucho énfasis que ponga en lo rústico, los cálidos sofás, los seductores colores de las habitaciones, el apetecible salón de lectura de la buhardilla, el cuidado jardín... Lo dicho: la madre naturaleza conquistada. Aunque ahora, de noche, vuelve ella a reinar en las cimas cubiertas de nieve, arropada en su soledad, en su silencio, en su misterio.

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