Crónica desde Bali: así es vivir en el paraíso

Preparo las maletas y emprendo un viaje como nómada digital. Una oportunidad para escapar de la rutina, vivir la isla de los dioses más allá del turismo y acabar con el temido síndrome posvacacional.

Elena Ortega se mete en la piel de una nómada digital y nos hace una crónica desde Bali.
Elena Ortega se mete en la piel de una nómada digital y nos hace una crónica desde Bali. / Istock / Circle Creative Studio

A pesar de ser periodista de viajes desde hace tiempo y escribir desde lugares remotos y de lo más insospechados, mi verdadera experiencia como nómada digital no llegó hasta que preparé un reportaje sobre ello, cuando ciudades como Las Palmas de Gran Canaria atraían este modo de vida durante la pandemia. Entonces me planteé, ¿y por qué no yo? Trasladar mi oficina fija, durante unos meses al año, a otras partes del mundo dejaba de ser una idea descabellada para convertirse en realidad. Primero fue Fuerteventura. Al año siguiente, Los Ángeles. Este es el turno de regresar a mi querido Sudeste Asiático, donde ya viví cerca de tres años. Ansío sentirme extraña en otros países y adaptarme a distintos estilos de vida. Echo de menos Asia. Ese pedacito del planeta nunca es como cuando lo dejamos ni como lo volveremos a encontrar.

Templo de Brahmavihara Arama.

Templo de Brahmavihara Arama.

/ Josep María Palau

Después de hacer un recorrido por el mapa, me detengo en Indonesia. Cuatro viajes a Bali y siempre tengo ganas de más. La masificación de la isla en los últimos años me genera dudas ante una posible decepción. Pero esta vez quiero vivirla a ritmo lento, profundizar en su cultura, mezclarme con su gente más allá de lo que unas vacaciones de unos días permiten y viajar sin prisas por el país. Una forma diferente de hacer turismo más enfocada en experimentar el destino que en hacer check en sus núcleos turísticos, algo que, en el caso de Bali, merece especialmente la pena si lo que se busca es autenticidad y alejarse de los rincones creados para alimentar Instagram. 

Aterrizar en la isla de los dioses

Bali me recibe tal y como la dejé la última vez hace siete años, con su característica lluvia monzónica impregnando todo de nostalgia y devolviéndome de golpe mil recuerdos. Nada más salir del aeropuerto, unos chicos me hacen partícipe de la hospitalidad local guiándome hasta el punto donde hacer uso de las distintas aplicaciones para solicitar un traslado hasta Ubud, mi destino. Maxim, InDrive, Gojek y Grab ya están descargadas en mi teléfono móvil y me dispongo a comparar precios. Las dos últimas funcionan, además, como moto-taxi y para pedir comida a domicilio.

Templo Ulun Danu Bratan en Bali.

Templo Ulun Danu Bratan en Bali.

/ Josep María Palau

El mejor modo de moverse en Bali y descubrir sus encantos entre arrozales infinitos y templos centenarios es alquilar una moto (partiendo de los cuatro euros al día), pero para quienes no tenemos práctica y tememos desaparecer en la nube de tráfico, optar por estas aplicaciones o contratar un guía conductor es la opción ideal. Para ello será recomendable hacerse con una tarjeta de datos móviles, desde tan solo cinco euros. Estar conectado con el mundo no supone inconveniente alguno en Bali, que goza de buen internet incluso en las zonas más remotas. Cualquier restaurante u hotel suele contar con wifi gratuito, y siempre es buena idea acudir a alguna de las coquetas cafeterías o clubes, rodeados de vegetación o junto a una playa de arenas negras, en busca de inspiración. Trabajar en entornos ajenos al habitual y sometido a nuevos estímulos incrementa la creatividad y la productividad, y mi lista de tareas pendientes no para de aumentar. ¿Dónde me inspiraré mejor?

Encontrar mi Bali

Hay una gran cantidad de alojamientos a lo largo y ancho de la isla, pero la posibilidad de encontrar apartamento con una mesa adecuada para trabajar reduce bastante las opciones. ¿Quién necesita una mesa cuando está de vacaciones? Pero no olvidemos que hemos venido a trabajar y la comodidad es primordial cuando el alojamiento en cuestión se convierte en hogar y oficina.

 Los numerosos espacios de coworking repartidos principalmente por Ubud o Canggu no encajaban con mi ritmo ni con mi idea de seguir el horario español, trabajando desde las 14:00 hasta medianoche. Un horario al que cuesta adaptarse, teniendo en cuenta las seis o siete horas de diferencia, pero que permite aprovechar las mañanas soleadas. Por las tardes, los cielos monzónicos enfurecen y descargan sus lluvias incluso en temporada seca. Existe también la posibilidad de alquilar maravillosas villas con piscina privada a precios muy económicos en caso de largas estancias.

Templo dedicado al dios hindú Ganesh en la isla de Menjangan.

Templo dedicado al dios hindú Ganesh en la isla de Menjangan.

/ Josep María Palau

Llego de noche a mi apartamento en Ubud escéptica a que cumpla mis expectativas originadas por las imágenes anunciadas en internet. Lo reservé cinco meses antes con posibilidad de cancelación, y a un precio realmente bueno, incluso sin tener aún billete ni plan definido. Pero mi labor de búsqueda ha dado sus frutos y no solo cumple mis expectativas, sino que las supera con creces. Mi nuevo hogar temporal reúne toda la esencia balinesa. Localizado en una callecita muy local y tranquila, donde por las mañanas veo a mis vecinos realizando ofrendas y algunas tardes acompaño a los niños a volar sus cometas, tiene todo lo que busco: una piscina, un dormitorio cómodo con terraza, un saloncito que reconvierto en espacio de trabajo y una pequeña cocina, que no acabaré usando porque terminaré de confirmar que en Bali resulta más barato comer fuera que cocinar, entre 3 y 10 euros por persona, tanto en variadísimos restaurantes internacionales como en warungs, los establecimientos locales con nasi goreng y mie goreng (arroz y noodles fritos) como platos estrella.

Después de un mes, mis ganas de conocer nuevos lugares me llevarán a trasladarme unos días a la extremadamente relajada Lovina, al norte de la ínsula, y otros al suroeste, concretamente a Pererenan, una zona en pleno desarrollo que se abraza con la más saturada Canggu. Hay muchas Balis dentro de Bali, y los contrastes se suceden por toda la isla. Yo he encontrado mi Bali en la vegetación de Ubud, en sus bosques pluviales, arrozales sin fin y tradiciones perfumadas por incienso.

Participante en un festival de música y danza en la playa de Pemuteran.

Participante en un festival de música y danza en la playa de Pemuteran.

/ Elena Ortega

“Ubud está lleno de energías”, asegura Monica Mohindra, directora de uno de los pocos centros de Ayurvedagram que existen fuera de India. “Seguimos las tradiciones de Kerala Ayurveda, un centro fundado hace 75 años apoyado en las formas más puras de ayurveda.”

Probar retiros de yoga o experiencias como la de internarse en este Ayurvedagram para rejuvenecer y curar cuerpo, mente y alma son otras de las posibilidades durante una estancia en Bali. “Hacen falta 14 días para equilibrar el cuerpo”, cuenta Monica. Yo lo haré en dos, en los que paso una amplia consulta con una doctora especializada en esta medicina milenaria y me someto a un tratamiento a medida basado en friegas con aceites especiales.

Vivir Ubud

Dormir con mil sonidos selváticos entre los que centellean luciérnagas, despertar al ritmo de gongs y xilófonos, abrir la cortina y contemplar arrozales que se extienden hasta el monte Batur, salir a la calle y descubrir cada día un templo nuevo. Ubud late en el centro de la isla concentrando la cultura más arraigada y ejerciendo como su foco espiritual. No es extraño que durante siglos esta ciudad cargada de misticismo haya sido elegida como cuna de artistas internacionales que aún hoy bosquejan sus paisajes. Actualmente, tatuadores de todo el mundo ocupan algunos de los locales que hasta no hace mucho llenaban lienzos con campos de arroz, porque en Bali todo evoluciona, incluso el arte, pero siempre manteniendo como telón de fondo su inmutable tradición.

Siguiendo los compases hipnóticos de unos tambores que reverberan en una callejuela discreta, acabo colándome en una escuela de gamelan, el conjunto musical tradicional. Repartidos entre varios patios, grupos de extranjeros tratan de seguir el ritmo de sus maestros con los kendang y trompong (tambores), xilófonos y cen-ceng (platillos). Un señor ataviado con un sarong se acerca a mí. “Es un curso de 15 días para aprender danza y música”, me explica.

Ceremonia en el templo Ulun Danu Bratan.

Ceremonia en el templo Ulun Danu Bratan.

/ Elena Ortega

En el corazón espiritual balinés es imposible no ser partícipe de su esencia. Hace unos días regresaba a casa un poco decepcionada tras explorar uno de los barrios más alejados del centro, hasta que, de repente, me vi envuelta en una de las numerosas procesiones que cada día se suceden por los rincones de Bali. Un grupo transportaba sobre sus hombros un enorme monumento de madera en el que hacía equilibrios un hombre. Por detrás, el gamelan imponía su melodía mientras que algunos devotos lanzaban agua sofocando a los sufridos porteadores. Estupendamente acogida entre aquella marabunta de desconocidos que seguían el ritmo de sus dioses de camino a algún templo, me sentí una intrusa fascinada por el hecho de convertir una mañana corriente en una de las más emocionantes.

Las ofrendas también son parte del día a día en Bali, decorando vehículos, viviendas, negocios y aceras. ¡Cuidado con pisar alguna si no quieres enfadar a los dioses! Pero las ofrendas no son el único obstáculo en las aceras de Ubud, repletas de motocicletas y coches mal aparcados, montículos y socavones que también hay que ir esquivando, porque si caes en alguno de esos agujeros, que funcionan como alcantarillas, quizá lo mejor sea que nadie te encuentre.

De Ubud al resto de Indonesia

En mi empeño por buscar la autenticidad de Bali y huir de la masificación, durante un fin de semana pongo rumbo al norte. Cruzando cascadas, fincas cafeteras, arrozales (entre los que sobresalen los bancales centenarios de Jatiluwih…), el lago Beratan con su templo Ulun Danu y aldeas de montaña, como Munduk, llego a Pemuteran, un pueblecito asentado en un volcán extinto y protegido por arrecifes de coral. En una playa vespertina, varias personas vestidas con trajes tradicionales se preparan para competir en un concurso de danza y música. Intercambio unas palabras y nos hacemos fotos. “Es un orgullo que vengan a vernos desde tan lejos”, comentan. No hay más extranjeros entre el público. Cada actuación dura media hora y hay ocho grupos. La noche se une al día para despertarme frente al volcán Ijen, allá en la vecina Java.

Vía de acceso al Campuhan Ridge Walk en Ubud.

Vía de acceso al Campuhan Ridge Walk en Ubud.

/ Josep María Palau

Hacer un tour en barco hasta la cercana isla de Menjangan es el principal atractivo de Pemuteran. Un espacio natural protegido donde practicar esnórquel o buceo entre infinidad de peces tropicales, y visitar el templo más antiguo de Bali, del siglo XIV, dedicado al dios hindú Ganesh.

En la cercana Lovina experimento otra actividad marina, nadar con delfines al amanecer. Aunque la verdadera aventura acuática la vivo en las islas Gili, concretamente en las costas de Gili Meno, la Gili que me quedaba por conocer, la más vacía y serena y el lugar donde disfrutar de verdaderas playas paradisiacas. Allí me sumerjo entre estatuas y nado con tortugas. 

Durante una semana también descubro otra Indonesia en Sumba, a tan solo una hora de vuelo de Bali. Una de las islas más desconocidas del país y donde aún es posible empaparse de la cultura ancestral marapu entre lagunas turquesa, playas salvajes y aldeas que son un auténtico viaje al pasado. 

Los días que se quedaron en Asia

Ha pasado un mes desde que llegué a Bali y me toca salir del país. Parece que el tiempo lejos de casa transcurre a mayor velocidad cuando la rutina dicta los días. 

Templete en Ubud.

Templete en Ubud.

/ Josep María Palau

En Indonesia existe la posibilidad de gestionar un visado por 60 días con antelación o tramitar el de un mes a la llegada al aeropuerto. Extenderlo una vez en Bali requiere lidiar con una tediosa burocracia que puede desesperar a cualquiera. Como mi idea es aprovechar para viajar por Asia, busco conexiones de vuelos directos y a buenos precios: Kuala Lumpur, Bangkok, Ho Chi Minh, Singapur y Hong Kong son las propuestas. Opto por esta última. Uno de mis mejores amigos acaba de mudarse allí y es una buena ocasión para regresar e impregnarme de más choques culturales.

Aquellos que llegaron a Bali y se quedaron

Begoña se trasladó a Ubud hace más de 20 años para crear una ONG y aún no tiene fecha de vuelta a España. El caso de Soraya Nicolás fue diferente. Hace 11 años llegó de vacaciones y, sin un plan claro en la vida, sintió que de pronto había encontrado uno, su sitio estaba en Ubud. “Volví a España con la idea de montar algo relacionado con la gestión de inmuebles.” Su proyecto de negocio y de vida fue tomando forma a medida que iba poniendo los cimientos para acabar transformándose en Calma Ubud, un coqueto hotelito, de 10 habitaciones y dos villas, envuelto entre plantas y arrozales que contagian de una absoluta quietud. “Esa tranquilidad es la que sentí al llegar a Ubud”, afirma la madrileña, que ya planea levantar cinco villas más. Hace apenas unos meses también abrió otro negocio de gran éxito en pleno centro de la ciudad, Malditos Streetchurros. “Aquí vuela la creatividad.” 

Terrazas de arroz de Tegalalang.

Terrazas de arroz de Tegalalang.

/ Josep María Palau

Durante mis atípicos días balineses tengo la suerte de compartir algunas aventuras con una vieja amiga, quien después de disfrutar de dos meses de vacaciones practicando yoga e integrándose con la vida local, se marcha con billete de vuelta para quedarse, esta vez, indefinidamente. ¿Qué tiene la isla que atrapa magnéticamente?  

Es mi último día en Bali y acaba de celebrarse Galungan, el momento en que los dioses y los espíritus de los ancestros descienden a la tierra. Me siento frente al mar e, inesperadamente, decenas de cometas alzan el vuelo ante mis ojos. Aunque los dioses hayan vuelto a las alturas, no importa, la isla de las sorpresas siempre está cerca del cielo. 

Bali, ¡menuda historia de amor hemos compartido! Pero hay historias que tienen que acabar para que otras empiecen. 

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