Alemania de cuento

En muchos rincones de nuestro planeta podemos encontrar destinos mágicos que parecen extraídos de la imaginación de un niño. Si hubiera que hacer un ‘ranking'' de lugares fantásticos, el sur de Alemania ocuparía una de las primeras posiciones. En unos pocos kilómetros se concentran castillos y pueblos tan ‘realmente irreales'' que han servido de inspiración a genios de la ilusión. Walt Disney o Tim Burton construyeron algunos de sus oníricos mundos después de haber recorrido estas verdes y montañosas tierras.

Castillo de Neuschwanstein
Castillo de Neuschwanstein / Carlos Hernández

El sol ilumina con sus últimos rayos del día, unas blancas y espigadas torres que resplandecen entre las montañas. Hemos parado el coche a varios kilómetros de distancia porque lo que contemplamos, a lo lejos, es una visión irreal. Quien ve por primera vez este castillo, calificado unánimemente como ‘el más bello'' de Alemania y quizás del mundo, se convence muy pronto de que sólo puede ser la obra de un genio o de un loco... Y no se equivoca.

El castillo de Neuschwanstein surgió de la depresión de un rey. Ludwig II, monarca de Baviera, ordenó su construcción tras sufrir una severa derrota en el frente de batalla. Admirador de las historias de caballeros medievales y apasionado de la música de Wagner, este peculiar soberano quiso plasmar en este castillo todas sus fantasías. Levantado sobre las ruinas de dos fortalezas del medievo, el arquitecto siguió los deseos de Ludwig y se vio obligado a utilizar una macedonia de estilos arquitectónicos que van desde el románico al neo-gótico. Pese a todo, el resultado fue una increíblemente estilizada construcción que armoniza con las verdes montañas que la rodean. Un escenario tan mágico que, casi un siglo después, encandiló a un joven de Chicago llamado Walter Disney. Tanto le maravilló la obra del rey bávaro, que decidió copiarlo para incorporarlo a su mundo de ilusión.

Resulta por tanto evidente que el principal encanto de la visita se centra en caminar por sus alrededores para contemplar el castillo desde todos los ángulos posibles. Sin embargo, no hay que despreciar su interior, en el que pronto confirmamos la enorme y bella locura en la que estaba sumido su creador. Descubrimos salas ricamente decoradas con frescos de Parsifal y otros personajes wagnerianos. Leyendas medievales como la del Santo Grial se respiran en cada rincón. Cuatro estancias son capaces de sorprender aún más que el resto: el recargadamente hermoso dormitorio real, el barroco salón del trono, la gruta artificial inspirada en la ópera de Wagner Tannhäuser y el gran salón de baile que, en su día, estuvo iluminado por 600 velas y en el que el depresivo Ludwig jamás organizó un solo festejo.

El descomunal sueño del monarca bávaro fue aún mayor, pero se despertó antes de poder terminarlo. Ludwig fue depuesto por unos súbditos que estaban hartos de su desgobierno y de tanto despilfarro. El ‘Rey Loco'' murió inmediatamente, pero dejó como legado, en sus poco más de 20 años de reinado, otros bellos aunque no tan novelescos castillos que también merecen ser visitados, como el de Herrenchiemsee o el de Linderhof.

Pueblos imposibles

Frente a Neuschwanstein, se alza otro imponente castillo, Hohenschwangau, construido por el padre de Ludwig II. Quienes ya estén cansados de tanta almena y tanto tapiz rococó, preferirán dirigirse directamente hasta el cercano pueblo de Füssen. Su casco antiguo, repleto de coloridas casas es el lugar perfecto para reponer fuerzas. Los pequeños restaurantes ofrecen comida bávara a base de salchichas, codillo, ensaladas de remolacha y chucrut. En uno de ellos, el ‘Die Alm'', encontramos esos platos con el toque español que le da el canario José García. Comida ‘fusión'' regada con vinos españoles y, eso sí, la mejor cerveza alemana.

A menos de 50 kilómetros de Füssen, encontramos otro pueblo de fábula: Oberammergau. Sus habitantes, en el siglo XVII, trataron de protegerse contra una epidemia de peste pintando las fachadas de sus viviendas con escenas de la Pasión. No sabemos si la estrategia funcionó, pero lo cierto es que nació una tradición que ha permanecido hasta nuestros días. Las casas lucen hoy todo tipo de motivos. Aunque se siguen imponiendo los temas religiosos como los que pueden verse en la Kölblhouse, también destacan otro tipo de decoraciones. La casa de Pilatos, del siglo XVIII, muestra una pintura tridimensional que engaña al ojo poco preparado. Otras fachadas provocan una sonrisa en el viajero, por ‘talludito'' que sea, con escenas de cuentos tradicionales como Caperucita Roja o Hansel y Gretel.

En el lugar en que terminamos nuestro viaje no necesitan dibujar cuentos en sus casas. Gengenbach es en sí mismo un cuento de pueblo o un pueblo de cuento. Rodeado por una muralla medieval, pasear por sus empedradas calles te catapulta a un mundo irreal. Cada casita parece ser el fruto de muchas horas de trabajo empleadas por algún creativo de desbordante imaginación. Pero no, Gengenbach es la realidad. Sus habitantes contribuyen a mantener el ambiente mágico decorando sus ventanas con flores y desplegando en las puertas y calles un abanico de originales bancos, figuras y hasta coloridos buzones.

Poco esfuerzo tuvo que realizar Tim Burton para rodar aquí los exteriores de su ‘Charlie y la fábrica de chocolate''. Cada calleja parece un decorado, cuidadamente preparado, en el que no sorprendería ver aparecer a algunos de los surrealistas personajes creados por el director norteamericano. Porque en Gengenbach como en el castillo de Neuschwanstein, no es la imaginación la que se hace realidad, sino la realidad la que, por sí misma, alimenta nuestras fantasías.

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