En tren por la Nariz del Diablo: la ruta más terrorífica de Ecuador
A esta titánica obra de ingeniería se le consideró la vía ferroviaria más difícil del mundo
Dicen que aquí el diablo dejó olvidada su nariz y lo cierto es que esta roca gigantesca adopta una forma nariguda, como si quisiera fisgonear entre la cordillera de los Andes.La Nariz del Diablo es el obstáculo con el que se topó, a principios del siglo XX, la construcción de la vía del tren más ambicioso de Ecuador: el que unía Guayaquil con Quito, esto es, la pegajosa costa del Pacífico con las espigadas cumbres nevadas.
Salvar este endiablado accidente geográfico dio lugar a una de las grandes obras maestras de la ingeniería. El reto era batir una gigantesca roca de afilado perfil a 1900 metros de altitud. Y la única manera de conquistarla era a través de un diseño en zigzag: el tren bajaría hasta donde se lo permita la arista de la montaña y se detendría. Después emprendería marcha atrás para bajar otro tramo. Y así hasta concluir la mole.
Trágicas muertes
Por la titánica labor de construcción, a este tramo se le calificó como la vía ferroviaria más difícil del mundo. Porque, desgraciadamente, no sólo se requirió un hercúleo esfuerzo técnico sino también un descomunal el sacrificio humano. Para construir tan sólo estos trece kilómetros de vía, cerca de 3.000 personas fallecieron.
Las explosiones de la dinamita, los derrumbes, las picaduras de las serpientes y las enfermedades contraídas por las deplorables condiciones laborales fueron las causas de estas trágicas muertes, en la mayoría de los casos de presos que estaban sentenciados a muerte y a los que se les había prometido que, al terminar la obra, quedarían libres.
Alturas de vértigo
Hoy la Nariz del Diablo supone un tramo del Ferrocarril Transandino conocido como Tren Ecuador. También es parte del recorrido de otro tren de carácter turístico al que se ha llamado Tren Crucero: una elegante locomotora con el sabor de antaño que, en su trayecto desde el litoral hasta los Andes, incluye no sólo alojamiento en haciendas desperdigadas, sino también excursiones y recorridos guiados.
En cualquier caso, es el hito de la accidentada geografía ecuatoriana y la máxima expresión de aquel sueño del ferrocarril que propició algo que la naturaleza jamás habría permitido: la liberación del yugo de unas cumbres que dificultaban la integración de las regiones y desafiaban alturas de vértigo.
Vistas prodigiosas
Por las faldas de nariz del diablo los trenes transitan o más bien avanzan y retroceden en un vertiginoso zigzag. Y los pasajeros disfrutan (o sufren) de las puntiagudas rocas que casi rozan la ventanilla por un lado y de los profundos abismos al otro.
Ante los ojos se despliega la cordillera ecuatoriana, una buena parte de lo que el científico alemán Alexander Von Humboldt calificó como Avenida de los Volcanes, ese corredor interandino que serpentea entre más de 70 volcanes paralelos (27 de ellos aún activos) a lo largo de 300 kilómetros. Una cordillera que alcanza su altura máxima en el Chimborazo (6.310 metros), el coloso de fuego activo más alto del mundo y el punto más alejado del centro de la Tierra.
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