Juanito Oiarzabal: "El Everest ha perdido su identidad y es un negocio masificado"
Lo suyo siempre ha sido subir y subir montañas. Hace ya veinte años que completó la ascensión a los catorce ochomiles y ha llegado a repetir la gesta por segunda vez en diez de ellos. Ahora, a sus 63 años, ejerce de guía de montaña y se toma algunos vinos con su cuadrilla por el casco antiguo de Vitoria.
Hay que aprovechar una de sus escalas en Madrid, a su vuelta de un viaje a Nepal, para vernos antes de que regrese a Vitoria. Después le esperan en República Dominicana para grabar un programa de Conquistadores del mundo (ETB). Menudo y campechano, Juanito Oiarzabal ha perdido a algunos de sus mejores amigos en las cumbres del Himalaya y ha sobrevivido a situaciones límite, pero su vida no tendría sentido sin abordar, en cuanto puede, una próxima expedición, otra nueva escalada.
¿De dónde le vino su afición a contemplar el mundo desde las más altas montañas?
Yo empecé con 7 añitos a subir montañas de la mano de mi padre. Me llevaba a Gorbea, Aitzgorri, Aratz y Amboto, montañas muy significativas de Euskadi. Luego, a partir de los 14 años, empecé a ver el mundo en vertical. Escalaba en roca y ahí comenzó mi gran afición.
En el País Vasco hay mucha tradición y grandes montañeros...
Tenemos referentes como Edurne Pasaban, los hermanos Félix y Alberto Iñurrategi, Adolfo Illarramendia, Juan Vallejo o Miguel Zabalza. Las expediciones vascas al Everest de 1974 y 1980 hicieron que salieran nuevos aficionados a la montaña. En Euskadi, en casi todas las familias hay un montañero.
¿Ha cambiado mucho la manera de practicar este deporte?
Han mejorado los equipos y la información. Una novedad muy importante son los partes meteorológicos. Esto permite rebajar la intensidad y la tensión. Ahora sales a subir una cumbre sobre seguro, mientras que antes íbamos al tuntún. ¡Cuántas veces nos hemos tenido que dar la vuelta porque la ascensión coincidía con un cambio de tiempo!
¿Se ha perdido la épica?
Efectivamente, se ha perdido la épica. No puede ser que al Everest, la montaña más alta del planeta, subieran el año pasado setecientas personas, y solo dos de ellas sin oxígeno. La gente es muy libre de hacer lo que quiera. Faltaría más. Pero esa forma de hacer montaña no tiene nada que ver con lo que hacíamos nosotros. Ha perdido su encanto. Para mí, el Everest ha perdido toda su identidad, todo su protagonismo. Lo único que me dice es masificación y negocio.
Le veo a usted bastante crítico con esta nueva versión del montañismo de masas.
En el Everest y en el K-2 te lo equipan todo de arriba abajo. Y el Manaslu y el Cho Oyo se han convertido en montañas vulnerables, para expediciones comerciales. Se ha creado un turismo de montaña que antes no existía. Ahora hay un auténtico filón de negocio, de business, en torno al Himalaya.
¿Cuál ha sido el lugar más bello que ha conocido?
Hay muchos y diferentes, pero si tengo que quedarme con uno, me quedaría con Alaska. Aterrizar en el glaciar de Talkeetna, debajo del Hunter, viendo al fondo el Foraker y prácticamente encima el MacKinley es algo verdaderamente espectacular. Pero también es espectacular salir de la tundra, que marca una línea muy perfecta, y encontrarte con el hielo.
Después de tantos ochomiles, ¿a qué se dedica ahora?
Hago sietemiles. El próximo verano quiero subir al Pico Lenin, entre Tayikistán y Kirguistán. También voy a ir al Aconcagua, como todos los años. Además, trabajo como guía de montaña. Estar con gente joven tiene su encanto. Flipan un poco al ver cómo eres, qué consejos les das y cómo les cuidas.
Para ello tendrá que mantenerse en forma.
Yo soy de la vieja guardia. La mejor forma de hacer montaña esdejar de beber cerveza y estar continuamente en contacto con la naturaleza. El programa de Televisión Española “Al filo de lo imposible” ha contribuido a dar a conocer el montañismo en España. Yo siempre digo que Sebastián Álvaro y quienes le acompañábamos hemos contribuido a que este maravilloso deporte se conozca mucho más y se practique. Sebastián se merece un reconocimiento.
¿Qué se siente al alcanzar una cumbre de más de ocho mil metros de altura?
La sensación que yo sentí al superar la primera cuota de ocho mil, el Cho Oyu (Tíbet), en 1985, ya no ha vuelto a repetirse. Ha habido otras sensaciones, distintas, diferentes, pero aquel primer ochomil fue especial.
¿Lo que peor lleva de los viajes?
Los aeropuertos y los vuelos. Acabo de volver de Nepal y en la ida, por buscar un vuelo económicamente más asequible, hicimos una escala de varias horas en Abu Dhabi. Nos dio tiempo a salir del aeropuerto y ver un poco la ciudad. Tardamos 18 horas.
¿Cuál es su rincón preferido de Vitoria, su ciudad?
Tenemos uno de los cascos medievales, con su torre y catedral de Santa María, mejor conservados de Europa. Luego, me quedaría con los humedales de Salburua. No olvide que a Vitoria le dieron el título de Global Green City compitiendo con otras grandes ciudades.
¿Dónde tiene pensado refugiarse cuando se retire?
No llegará ese día. Aunque no lo parezca, soy una persona de ciudad y me gusta estar en Vitoria con mi cuadrilla y con mi gente. No soy de los que dicen: me voy a comprar una casa en el campo o me voy a ir a vivir a un pueblo. Vitoria es una gran ciudad, que tiene su encanto y su aliciente, con muchas zonas verdes.
¿Qué tal se le da hacer las mochilas?
Imagínese, después de toda una vida yendo a la montaña. He hecho todas las mochilas que se pueden hacer y más. Soy de llevar más cosas de las que luego necesito.
Cuéntenos alguna cosa curiosa que haya vivido en alguna de sus expediciones.
Me he encontrado con paisanos en cualquier parte del planeta. Al vasco se le identifica de lejos. Estoy en el Himalaya y en cuanto veo a alguien digo: ese es vasco. Tenemos una cierta peculiaridad.
¿Guarda recuerdos de los lugares donde ha estado?
Me quedan muy poquitos, porque he donado un montón de cosas al Museo Vasco de Montaña creado en San Sebastián. Quedan algunas cosas, pero otras las he ido retirando.
La mejor forma de hacer montaña es dejar de beber cerveza
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