El Transmongoliano, el AVE y el eclipse, por Mariano López

El Transmongoliano, el AVE y el eclipse, por Mariano López
El Transmongoliano, el AVE y el eclipse, por Mariano López

"Ya nadie viaja en tren. ¿Se ha fijado? Con los trenes de ahora te desplazas, pero no sirven para viajar". Mi interlocutor era un médico inglés, de unos cuarenta y pocos años, alto, muy delgado, aventurero, generoso y nómada. Había subido al tren en Ulan Baatar, la capital de Mongolia, y se dirigía a Beijing. "¿No pensará coger trenes en China? No lo haga. No merecen la pena. Ya no son como los de antes: lentos, imprevisibles y divertidos. No. Ahora van a toda máquina, como los europeos, con gente ordenadamente sentada que duerme o habla por el teléfono móvil". Unos días después comprobé que tenía razón, pero en ese momento me negué a compartir su afi rmación: aún quedan muchos trenes viajeros por el mundo. Para empezar, el tren donde viajábamos, el Transmongoliano, una reliquia del pasado que tarda casi siete días en unir Moscú con Beijing por la vía del Transiberiano hasta Ulan Udé, donde se desvía hacia el sur. Además, estábamos cruzando Mongolia, el único país del mundo en el que puedes recorrer más de mil kilómetros sin ver un edificio, un campo sembrado, ni siquiera una valla.

Recuerdo aquel día y aquella conversación ahora que estoy a punto de viajar en el nuevo AVE a Barcelona. La primera vez que viajé a Barcelona en tren debí tardar unas 14 horas, que se me pasaron volando porque iba de polizón en unas literas, enganchado a una partida de cartas en la que tuve fortuna. Una chica extranjera preguntaba a cada poco dónde estaba el vagón de fumadores. Le explicamos que podía fumar donde quisiera, incluso le invitamos a tabaco, pero lo rechazó. Luego descubrimos que lo que en realidad quería saber era dónde estaba el vagón de no fumadores. No había. Tampoco en el Transmongoliano. En el tren a Beijing podías fumar, comer, beber, jugar o iniciarte en el contrabando. El encargado chino del vagón había clausurado uno de los baños por una "avería" que se reveló falsa a llegar a Ulan Baatar, cuando descargó del inédito baño ropa, artículos de electrónica, vino, coñac y caviar. "¿No estaba estropeado el baño?", le pregunté. "Un poco estropeado", contestó con una pícara sonrisa, como un niño sorprendido en una travesura. El encargado del vagón era el responsable de la seguridad. Según nos relató, un grupo de bandidos había atracado el mismo tren un par de semanas antes. ¿Qué podíamos hacer? Mi contribución a nuestra seguridad fue aprenderme, de memoria, unos versos de Puskhin sobre la caída de la hoja. Pensé que si unos bandidos rusos subían al tren y nos encontraban bebiendo cerveza y declamando a Puskhin, nada malo podía suceder.

Recuerdo todo eso ahora que acabo de rematar por Internet la compra de un billete en el nuevo tren de alta velocidad a Barcelona y que me entero, por la red, de que un grupo de astrónomos españoles va a viajar a las montañas del oeste de Mongolia, este próximo verano, para ver un eclipse de sol. Celebro que haya trenes veloces, aunque no sirvan para viajar, pero aún celebro más que haya viajeros como estos astrónomos españoles, que van a recorrer el país de los nómadas y los caballos salvajes sólo para ver una sombra fugaz que cruza el Sol.

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