El primer parque de África por Mariano López

El Parque Kruger debe su existencia a un escocés bajito y tozudo que se dejó la piel por coronar un sueño.

Mariano López
Mariano López

El Parque Kruger, la primera reserva natural protegida de África y una de las mayores del continente, debe su existencia a James Stevenson-Hamilton, un escocés bajito y fornido, al que los zulúes del sur del río Sabie apodaron Skukuza, que significa "el hombre que todo lo cambia". Había nacido en Irlanda, pero fue en Escocia donde creció y donde desarrolló su amor por la naturaleza. Fue soldado y participó en la última guerra anglo-boer y en la Primera Guerra Mundial. Pero nunca disparó un solo tiro, que se sepa. Entre guerra y guerra, dedicó 30 años de su vida al cuidado de una pequeña reserva en Suráfrica, entre el río Sabie y el río Cocodrile. Solo, sin ayudas. En un lugar donde los traficantes pagaban en oro los colmillos de marfil y los ganaderos retribuían en especie a quienes acababan con la vida de las fieras. Pero él había soñado con un territorio libre de furtivos y bandoleros. Estaba empeñado en que hubiera al menos un espacio en África ajeno a la caza y a los cultivos, respetuoso con el paisaje original. Era un hombre obsesivo y tozudo, que tuvo determinación y suerte. Se dejó la piel, pero coronó su sueño.

En 1898, el presidente de los boers, Paul Kruger, había ordenado la protección del territorio y la fauna entre los ríos Cocodrile y Sabie. Los cazadores de marfil habían arrasado la zona. Sólo quedaban cinco elefantes con vida. La última guerra entre boers e ingleses mantuvo ocupados durante cuatro años a los mineros y a los cazadores de elefantes. Cuando la contienda concluyó, con la victoria del Imperio, los británicos destacaron a Stevenson-Hamilton como primer ranger de la reserva del bajo Sabie. El escocés combatió a los furtivos y suplicó una y otra vez a su gobierno que alejara de la zona a los ganaderos, campesinos y cazadores.

Las autoridades británicas atendieron parte de sus reclamaciones. Ampliaron unos kilómetros la superficie de la reserva y prohibieron la caza, la agricultura y el pastoreo. Los campesinos locales desplazados por Skukuza le declararon su total hostilidad. Le acusaron de crear un "criadero de leones". Skukuza pudo haber terminado como Dian Fossey: asesinado en su cama por el machete de un campesino o un furtivo agraviado. Le salvaron sus amigos: otros rangers. Muchos eran antiguos cazadores que habían decidido aportar sus armas a favor de los animales. Por suerte, además, llegó el tren. A la vía del Eastern and Selati Railway, creada para llevar mercancías desde las minas hasta la costa mozambiqueña, se le añadió una extensión que permitía recorrer los límites de la reserva. Fue el primer tren turístico por África, el único que permitía contemplar animales salvajes desde la ventanilla.

La idea de esta línea había sido de Skukuza. Le pareció que un safari fotográfico ferroviario podía ser una fuente de recursos. Con el dinero recaudado, se amplió la reserva, se fortaleció la vigilancia y, por fin, nació el parque. Fue un gobernador británico el que bautizó al territorio con el nombre de Kruger, aquel presidente que de antílopes sólo sabía que su carne se podía comer como cecina, el biltong.

En 1927 el parque se abrió al público. El primer año sólo lo cruzaron tres vehículos. Al siguiente sumó más de mil turistas. En 1936, las autoridades locales llamaron Skukuza al único puente sobre el Sabie. Años después, darían el mismo nombre a la principal entrada al parque, al mayor de sus campamentos y al aeropuerto más cercano a ambos. Pero quizá el mejor memorial de Skukuza, el más bello, es una roca, dura y tozuda, que se eleva sobre la sabana. Dicen que el alma de Skukuza reposa allí, en la cumbre. Desde su pedestal, disfruta de las mejores vistas del Parque Kruger. Es un bello homenaje. Un monumento desnudo, sin marcas, que ensalza la vida y la libertad.

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