Tánger fascinante, misteriosa, cautivadora... y siempre de moda
Algo pasa con Tánger, una irresistible seducción que atrapa los sentidos y cautiva la imaginación. Afamada, ahora, por la novela "El tiempo entre costuras", de la escritora María Dueñas, Tánger siempre ha estado de moda, siempre ha sido "cool": un secreto apreciado y difundido por artistas, espías, viajeros y gourmets.
Estamos en África, pero en Tánger no se tiene esa noción geográfica. Su contorno de colinas y la presencia de las costas españolas en el horizonte marino, con el Mediterráneo y el Océano Atlántico en revolutum en el Estrecho, le sitúan a uno en un limbo extraño: puerta o salida, norte o sur. Es Marruecos, pero parece la novia de muchas Europas, una mujer demodé, llegada no se sabe si de la aristocracia o del arrabal. También podríamos decir que la novela El tiempo entre costuras, éxito de ventas de María Dueñas, la ha puesto de moda, pero es incierto porque Tánger nunca ha pasado de moda. Siempre es cool, un secreto boca a boca de artistas, viajantes, inversores y vanguardistas. Siempre está ahí, en lo turbio, en la ensoñación, en la dualidad y en lo ambiguo. Las claves de su atractivo se mantienen indemnes. Olores y colores en un laberinto de fascinación y contrastes. Cosmopolita y ultramoderna en convivencia con lo más tradicional y lo más decadente. Tánger resulta profundamente versátil en todo y, por si fuera poco, se interpreta según el caleidoscopio de quien la mira; nada fácil en una cita a ciegas, pero, según dicen quienes la repiten y adoran, su gente se ocupa de crear la adicción. Escuchen: es la sirena de un gran barco saliendo del puerto, el muyahidin llama a la oración, los niños repiten una poesía en español y francés, el rumor de la Medina es árabe, y la música que suena se llama jajouka. ¿Damos un paseo?
El Bulevar Pasteur late comoCalle Mayor de Tánger, de aspecto similar a muchas ciudades españolas, donde se pasea para mirar y ser mirado, ver escaparates y hacer compras. Es en los detalles donde se aprecia la diferencia, en esas terrazas de cafés llenas de hombres sin prisa como el Café París, en la Plaza de Francia, donde se sentaban en el pasado los espías, y siguen hoy en día desfilando susurros y voces de hombres hacia el balcón políglota de la naturaleza abierta que enmarcan los cañones del Balcón de los Vagos, otro escenario para detener el tiempo. El mundo pasa entre túnicas y pipas, chicas ceñidas en vaqueros y alto tacón junto a mujeres ocultas por el velo hablando por un teléfono móvil. Todo coexiste y todo se fusiona: las culturas, la religión, la modernidad y la más ortodoxa tradición.
En la ciudad de Tánger hay que dejarse llevar. Subir y bajar por las calles que llevan al mar de canto o de espaldas. Divisar desde lo alto las playas y comprender que ahí comienza su paradoja, en sus dos aguas: medite- rránea y atlántica. En lo alto de la Medina, custodia de la bahía y el puerto, está la Alcazaba, con el que fuera palacio del gobernador, Dar el Markhzen, y los museos de Artes Marroquíes y Arqueológico. Rodear la bahía entre palacios, disfrutar con el damero de estilos que supone la ciudad, recuerdos de grandeza o mal vivir... la fiesta de Tánger se encuentra en las sensaciones que despierta pasear por sus lugares emblemáticos.
La Medina es todo un juego de evocaciones europeas gracias a sus casas de diplomáticos y los párrafos que subraya la muralla de origen portugués. El Gran Zoco se degusta con todos los sentidos, se camina sin prisas para descubrir el minarete de cerámica con el que sorprende la Mezquita de Sidi Bu Abid y el Palacio del Menddub, La Medubia. Pasear por los puestos de mercado respirando los olores de carne de cordero, quesos de cabra, panes y especias; los colores del cuero, los tintes en exposiciones de chilabas, cachimbas y babuchas. Y verse en el Zoco Chico, como en un camafeo, en su placita de cafés, viejos hoteles y peluquerías.
Al llegar la noche, Tánger sigue la vida porque la ciudad está en la calle. Dará la medianoche con las plazas y paseos repletas de jóvenes, porque los hijos de Tánger no se quieren ir a dormir. Sale el alma del sur, de los calores, la sorpresa para el extranjero, los hombres de negocios y turistas que buscan, elegantes, la música de los hoteles. Más allá no hay muchas más copas que tomar, salvo que se traspasen las paredes donde comienza la gran cordialidad marroquí, en las casas de los tangerinos, en sus fiestas privadas.
El alma de Tánger
La ciudad ha sido y es la tentación perfecta para bohemios y artistas que sueñan con atrapar su alma. El escritor Paul Bowles llegó a Tánger en 1931, donde murió en 1999, a los 89 años. En su autobiografía Memorias de un nómada, Bowles dice: "Yo no elegí vivir en Tánger de forma permanente: fue una casualidad". Después llegó la dependencia e incluso la nostalgia, la motivación para su literatura y su música, y el gusto por compartir el botín con gente como Jack Kerouac, Burroughs, Capote o Bertolucci, quien llevó al cine su gran novela, El cielo protector. Tennessee Williams compartió momentos con Bowles y se sintió conmocionado también por la literatura marroquí, especialmente por la obra del tangerino Mohamed Choukri. El azul Matisse nació de las brochas del francés en Tánger, que siguió los pasos de Delacroix cuando el pintor le habló de la luminosidad de este rincón del mundo. Degas, Giovanni Boldini, Francis Bacon, Julian Schnabel o Gaudí se dejaron seducir, igual que el músico Brion Gyson, enamorado del sonido autóctono jajouka y gran amigo del músico marroquí Bachir Attar, un imán para las visitas de los Rolling Stones y tantos otros artistas.
La palabra Mata significa "montar a pelo", sin silla, y es el nombre de un festival único en el mundo que durante tres días previos a la primavera acoge en sus jaimas todo el patrimonio cultural del norte de Marruecos y sirve de feria y de escenario para la carrera que cita a los mejores caballos y jinetes del país. Un evento que en los últimos años ha ido ganando en repercusión internacional y que va camino de convertirse en una de las grandes atracciones del Mediterráneo.
Los jinetes han despertado antes del amanecer, algunos, nerviosos, ni siquiera han dormido. Estamos en Beni Arous y huele aún a hierba fresca, el aire comienza a llenarse de sonidos: alguna cabra despierta, un gallo se despereza, se asoman los mirlos y vencejos; pero lo que especialmente resuena en el aire es la inquietud y la excitación de los caballos, un sordo resoplido que se repite y acompasa por la escala de jaimas donde se han instalado las cuadras. Sus integrantes saben que ha llegado el que puede ser su gran día, lo intuyen, lo viven... Parece el campamento de un sultán de cuento a los pies de las montañas que rodean el gran valle, donde en solo unas horas se celebrará la competición más importante del año en el norte de Marruecos: Mata -que significa "montar a pelo"-. Esta tradición es ancestral, parece ser que llegada de Afganistán y emulada por los mongoles, quienes aún realizan actuaciones de este tipo, más salvajes, como las de Ulan Bator, donde son niños los que compiten, perdiendo alguno, incluso, la vida en cada carrera.
Wa fika baraka Allah ("La bendición vino de Alá"), gritan los jinetes. Rinden sus plegarias también ante la princesa Lalla Amina y todas las autoridades sentadas en las solemnes tribunas. Comienza la gran competición. Estamos a tan solo 60 kilómetros de Tánger y a 25 de Larache. Es la última jornada de un festival único en el mundo que, durante tres días, alberga entre campo y jaimas el patrimonio cultural, artístico y gastronómico de la región. Los agricultores venden sus aceites y quesos, los artesanos exhiben las monturas de cuero, los bordados en hilo... Las noches entran en un mágico trance desde el gigantesco escenario donde se desarrollan los conciertos, un Woodstock de músicos marroquíes. La exhibición de docenas de jinetes compitiendo ante las miradas de miles de personas es una experiencia inolvidable que se desarrolla como plato fuerte.
Los 180 jinetes corren en grupos de diez en el gran circuito natural que forma el valle. Sin descanso, corren hasta reventar prácticamente sus monturas en lid por una muñeca de trapo. La estampa es furiosa e inmensamente bella, casi espiritual. Mientras, en los contornos del circuito, los segadores bailan el ritual de la siembra, las mujeres de Larache ocultan sus rostros de miradas ajenas bajo grandes sombreros y los habitantes de la región disfrutan junto a familiares y turistas de la gran fiesta. Wa fika baraka Allah. El pasado va al galope, la mano de una mujer tatuada en henna graba con su móvil la escena.
Una prueba de coraje por una sencilla muñeca de trapo
Dentro del impulso turístico que está tomando el país, Tánger ha recuperado de forma oficial, con la presidencia del rey Mohamed VI y el auspicio de la Unesco, una de sus tradiciones más antiguas: Mata. Los agricultores dan la bienvenida a la primavera con este juego de coraje donde jinete y caballo, en perfecta armonía, compiten en resistencia y habilidad por una muñeca de trapo cosida por las mujeres del pueblo.
Bajo la batuta de Nabila Baraka, presidenta de la Asociación Alamiya Laaroussia por la Acción Cultural y Social, el festival muestra a lo largo de tres días las joyas autóctonas de la región a través de sus maravillosos caballos marroquíes, la exhibición y venta de productos gastronómicos y artesanales y el festival de música abanderado por el gran músico Bachir Attar. La cita es en primavera, en Beni Arous, en el corazón del País Jbala, en los mismos campos donde se celebra cada mes de julio la peregrinación a la tumba del santo sufí Moulay Abdeslam, que congrega cada año a medio millón de peregrinos. Quizás por eso la espiritualidad está tan presente en la festividad de Mata. Más información: www.festivalmata.com.
El Ramadán, este año, en agosto
Según el calendario musulmán, este agosto es el noveno mes del año, el mes en el que es preceptivo el ayuno diario, el mes del Ramadán. El ayuno es diurno, se practica desde el alba hasta la puesta del sol, lo que implica un cambio espiritual y, en parte, físico en Tánger. Se notará en la calle, en los hoteles, en los bares y restaurantes. Habrá problemas con los servicios, incluso con el abastecimiento, y hasta la llegada de la noche no se disfrutará de ambiente ni de una gran oferta gastronómica; claro que a partir de ese momento todo se convierte en una fiesta. Y merece la pena ser vivida. La calle se llenará de gente, por todas partes habrá celebración y el aire comenzará a oler a Harira, la sopa típica del Ramadán. Es la comida principal que rompe el ayuno, ya que gracias a la carne, los tomates y las legumbres el reporte nutritivo está garantizado. La sopa suele ir acompañada de msimen, un dulce de pan de pita, dátiles y chebakia, los dulces de almendras y miel. La carne y el pollo son otras opciones, y el festín concluye siempre con un café o un delicioso té. Otros platos dignos de probar en cualquier momento son la pastela, torta de harina, almendras y miel rellena de higos y carne, y el tajine de carne.
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