Cinco lugares mágicos de la isla de La Palma
La Palma, declarada Reserva de la Biosfera, es una de las islas más bellas, extrañas y singulares del archipiélago canario. Hay cinco sitios que no puedes perderte si lo que deseas es conocer a fondo este universo de extrañeza y lejanía.
Texto: Manuel Mateo Pérez
La Caldera de Taburiente
El camino que sube hasta el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente es sobrecogedor. El ascenso hay que tomarlo con calma. Las curvas son empinadas y acentuadísimas. En las márgenes de la calzada crecen pinos robustos de dura corteza. La tierra está alfombrada de helechos. Lo habitual es que el camino esté sumido en la niebla espesa. De pronto, cuando la carretera ha coronado los 1.800 metros de altura, la niebla desaparece como por arte de magia. El cielo se abre. Es una de las sensaciones más hermosas del viaje. Todo cambia. Sin aviso alguno, la fertilidad del valle se torna desnudez y desabrigo. Lo que queda arriba es calvicie y desolación pétrea, una belleza extraña y ajena, un paraíso lunar e impropio de este mundo con solo girar la mirada hacia el cráter inactivo del viejo volcán.
El Roque de Los Muchachos
El pico Teide, el techo de España, se divisa a lo lejos. El camino que sube hasta la Caldera de Taburiente prosigue entre lavas almohadilladas, diques, coladas, conos y mantos volcánicos de indescriptibles tonalidades. La carretera llega a su fin. Metros arriba, en torno a un camino de piedras, está el Roque de los Muchachos, el punto más alto de la isla con 2.426 metros. A los pies se yerguen como blancos y metalizados aparatos intergalácticos los observatorios astronómicos, propiedad, en su mayoría, de países extranjeros. Hay un sendero que lleva hasta un mirador. Las algodonadas nubes están abajo, como abrazando a gigantes de piedra. Desde estas alturas se divisan la mayor parte de las islas del archipiélago.
Los acantilados de Hiscaguán
En este paisaje rugoso y accidentado los acantilados caen precipitadamente a la mar, los barrancos rompen los caminos y las montañas se encrespan hasta perderse por encima de las nubes. Las llanuras, sencillamente, no existen. El Monumento Natural de la Costa de Hiscaguán lo forman severos acantilados que se precipitan a las bravas aguas del Atlántico entre los términos municipales de Garafía y Puntagorda. El paisaje es alucinante: Campos de lava, retamares y profundas barranqueras donde crían aves en peligro de extinción y aún resiste una flora amenazada. Lo mejor es recorrer los senderos señalizados que se extienden por los acantilados más altos y sobrecogedores.
Barlovento
El norte de La Palma es abrupto, duro e inaccesible. La accidentada carretera que parte de Santa Cruz camino a Puntallana y Los Sauces bordea arriscados barrancos y fragosos bosques de tilos. A los pies de estas pendientes está Puerto Espíndola, un viejo pueblecito de pescadores que aún conserva todo su tipismo. A su lado abren las piscinas naturales de Charco Azul, un capricho mojado por agua marina. La carretera asciende hasta la localidad de Barlovento, asida a su pasado marinero, a su condición de paso hacia las tierras del Nuevo Mundo. Su casco viejo evoca un pasado colonial y su nombre nos retrotrae a la Carrera de Indias.