Por qué Lugo es (mucho) más que el paraíso de las tapas
Razones para descubrir la ciudad más antigua de Galicia
Desde los vestigios de la antigua Lucus Augusti hasta la Praza do Campo, la animada zona de vinos, Lugo pasea por la historia como hoy lo hacen por sus sólidas murallas locales y foráneos, propios y visitantes que vienen a descubrir la ciudad más antigua de Galicia, mucho más olvidada de lo que merece.
Porque aunque la fama de este bonito entramado medieval emplazado a orillas del Miño se la da el hecho de ser, sin mucha competencia, uno de los grandes paraísos de las tapas en todo el país, aunque muchos acuden en peregrinación para disfrutar de un aperitivo (ojo, gratuito) que aquí es pura religión, Lugo ofrece muchos otros atractivos que la convierten en la escapada perfecta.
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He aquí un puñado de razones para descubrir esta ciudad:
La muralla
Más de dos kilómetros de muro, que en su día estuvo coronado por 85 torres, permiten hoy caminar a lo largo de todo su perímetro durante las 24 horas del día. Para ello está el adarve, al que el viajero puede auparse desde la puerta que más le convenga para contemplar la maraña de cúpulas, torres, plazas y callejuelas que dibuja el perfil de la ciudad.
Pero más que su paseo, este cinturón de piedra declarado Monumento Nacional y Patrimonio de la Humanidad destaca por tratarse de la única muralla en el mundo que conserva su trazado original y por estar hermanada con la muralla china de Qinhuangdao.
El legado romano
Cuando fundaron la ciudad, los romanos descubrieron junto al río un manantial de aguas sulfurosas y aprovecharon para construir unas termas. Hoy sus vestigios se conservan en el edificio del nuevo balneario (que también es un hotel) donde se ofrecen programas de belleza y relax, además de tratamientos médicos.
Otras muestras del legado romano son el puente después modificado a un kilómetro de la muralla, los restos de construcciones que se han museizado in situ o piezas arqueológicas como los famosos mosaicos.
La Catedral y la Iglesia de San Pedro
Lugo es también una ciudad medieval con auténticas obras maestras del románico, el gótico y el barroco. La catedral, que empezó a construirse en 1129, destaca sobre el resto.
Románica en su mayor parte, su piedra gris contrasta con las hermosas vidrieras, los frescos en el techo y los retablos y capillas. También está la iglesia de San Pedro, que exhibe un sencillo gótico, sin dejar atrás el Ayuntamiento, que es uno de los mejores edificios del barroco civil gallego.
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Un vergel en medio de la piedra, plagado de árboles, estanques y flores, entre los que dar un apacible paseo con el cantar de los pájaros como música de fondo. Hay que llegar hasta el mirador para contemplar los bosques que abrazan la ciudad y la brecha del Miño refrescando el ambiente.
El chateo
Sí, también hay que destacarlo, claro, no nos podíamos olvidar. Hay que ir a la Rúa Nova y la Rúa da Cruz, donde la abundancia de las tapas merece fama universal. Y aunque las tabernas del centro suelen ser las más concurridas, también fuera de las murallas existen zonas interesantes: en los barrios de La Milagrosa o Aceña de Olga también sirven tapas exquisitas.
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