Valle del Loira: tras los últimos pasos de Leonardo da Vinci
Quinto centenario de Da Vinci en el Loira. El Valle del Loira se convierte este año en el epicentro de las celebraciones del quinto centenario de la muerte de Leonardo da Vinci. Al enorme interés cultural y turístico del segundo destino de Francia se une esta efeméride que celebra cientos de eventos a lo largo del “río de reyes”.
La tumba es sencilla. Una lápida de mármol con un medallón metálico con el rostro del genio en el suelo de la capilla de Saint Hubert. Un jarrón rebosante de lirios complementa los luminosos colores que filtran las vidrieras de Max Ingrand que sustituyen a las originales, destruidas durante la Segunda Guerra Mundial. Aseguran que bajo la piedra se encuentran los restos de Leonardo, aunque existen algunas dudas. Un anunciado análisis de ADN de los restos que no acaba de llegar podría despejar las dudas.
Leonardo da Vinci fue enterrado cuatro días después de su muerte en el claustro de la colegiata de Saint-Florentin en 1 519, en una fastuosa ceremonia que él mismo dejó organizada en su testamento, hasta el menor de los detalles. Ocurrió que durante la Revolución Francesa la iglesia situada donde hoy se alza la soberbia escultura de Da Vinci, en mitad de los jardines del castillo de Amboise, fue arrasada. Durante bastante tiempo se perdió el rastro de los restos de Leonardo. Hasta 1 863, cuando Arsène Houssaye, inspector general de Bellas Artes de Francia, ordenó excavar en el lugar.
Varios ataúdes salieron a la luz. En el interior de uno de ellos se encontró un par de monedas italianas. El sepulcro conservaba grabadas las letras EO, AR, DUS y VINC. El esqueleto que contenía apareció con el brazo derecho doblado y la mano bajo la cabeza, postura recurrente de Leonardo para encontrar alivio a su avanzada artrosis. Parecen pruebas suficientes para avalar que se trata del cuerpo del italiano, que desde entonces está enterrado en esta capilla de Saint-Hubert por la que pasan los turistas, sin detenerse apenas para algo más que para disparar una foto de la lápida con sus móviles.
La capilla bien merece una inspección algo más detallada. Perchada sobre la poderosa muralla del Castillo Real de Amboise, que se alza sobre esta ciudad y el Loira, desde aquí se contempla una hermosa perspectiva aérea del amplio valle y de Amboise. Si se afina la vista, en la parte alta de la villa se descubre el Clos Lucé, la que fue residencia del sabio italiano los tres últimos años de su vida.
Crisol del renacimiento
De estilo gótico, esta capilla fue edificada a finales del siglo XV sobre un espolón rocoso consagrándose al patrón de los cazadores, San Huberto. El dintel de la entrada es la pieza más importante. Acoge tres recargadas escenas: San Antonio de Alejandría ermitaño, San Cristóbal con el Niño Jesús a hombros y la conversión de San Huberto. Encima, en el tímpano, la Virgen con el Niño en brazos flanqueada por Carlos VIII y Ana de Bretaña arrodillados. Las cornisas y frisos aparecen repletos de gárgolas, ranas, serpientes, monos... y la estilizada aguja sobre el tejado está rematada por adornos de cornamentas de ciervos.
Desde las almenas se contempla el Loira y su amplio valle a placer. A pesar de su importante papel como residencia de Francisco I y crisol del Renacimiento en Francia, no es uno de los más visitados castillos del Loira. Influye el que durante la Revolución Francesa fueran destruidas cuatro de sus quintas partes. La exposición programada para este verano, 1 519, la muerte de Leonardo da Vinci: la construcción de un mito, cuyo elemento central es el muy famoso en Francia cuadro de F. G. MénageotLa muerte de Leonardo da Vinci, va a cambiar esto y seguro poblará de visitantes los cercanos apartamentos de los Orleans.
Todo comenzó en 1 515, cuando Francisco I invitó a Leonardo a establecerse en el Valle del Loira para contribuir al esplendor de su corte y, de paso, importar a Francia los preceptos del Renacimiento italiano que tanto seducían al monarca.
Francisco I a Da Vinci
Fue con motivo de un encuentro del rey francés con comerciantes y banqueros de Florencia, en el que le presentaron un león mecánico creado por Da Vinci que al caminar echaba flores de lys por su lomo. La invención sorprendió tanto al soberano francés, que quiso conocer a su creador, obsesionándose con el italiano. No tardó en intentar ficharle, proponiéndole vivir en la corte francesa.
Denostado en el Vaticano a favor de Rafael y Miguel Ángel, amenazado de ser procesado por sus estudios y disecciones de cadáveres y muerto Juliano de Médici, hermano del Papa y su protector, Italia se convirtió en un lugar poco favorable para el artista. La travesía de los Alpes era la mejor salida. Sobre todo por lo irrechazable de la oferta: carta blanca para su trabajo, residencia de lujo y una pensión de 700 escudos de oro. Leonardo no lo dudó y, a pesar de su edad, en 1 516 emprendió el peligroso viaje al lejano Loira. Tenía entonces 64 años.
Habría que verlos: al frente de la expedición un anciano medio calvo, con la barba casi hasta la cintura, sobre un borriquillo cruzando los peligrosos pasos alpinos. Le seguían sus dos discípulos, Francesco Melzi y Salai, y el sirviente Batista de Vilanis. Entre todos acarreaban abundantes bártulos que incluían los cuadernos de Leonardo, los famosos códices, y tres lienzos que acompañaron al maestro hasta el final de sus días: San Juan Bautista,La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana, y La Gioconda. Leonardo escogió agosto, el mes más favorable para pasar a los pies del Mont Blanc, luego Saint-Gervais, Lyon y, al fin, el Valle del Loira.
Francisco I cumplió su promesa. Tras nombrarle “Primer pintor, ingeniero y arquitecto del rey”, dispuso su alojamiento en Saint-Cloux, hoy Clos Lucé, residencia palaciega situada en las afueras de Amboise, a menos de un kilómetro del Castillo Real de Amboise. Junto con el palacio, el rey incluyó un regalo no menos valioso: Mathurine, hasta aquel momento cocinera real, que se hizo cargo de la por aquel entonces peculiar dieta vegetariana de Leonardo. Lo explican los guías de Clos Lucé en las lustrosas cocinas del palacio, conservadas igual que hace cinco siglos.
Clos Lucé es el epicentro del año Leonardo en el Loira. Los eventos, exposiciones, conciertos y otras actividades van a ocupar todo el calendario, dando protagonismo al que fue último hogar del sobresaliente italiano. “El aniversario nos ha dado la oportunidad de cumplir la misión con la que abrimos nuestra casa en 1854: transmitir y poner en valor el patrimonio y la herencia de este genio del Renacimiento, al tiempo que le rendimos homenaje”, señala el aristócrata François de Saint Bris, portavoz de la familia propietaria de la empresa que gestiona el palacio y sus jardines.
El estudio del maestro
Residencia de verano de los reyes de Francia durante doscientos años, Clous Lucé es una soberbia construcción de ladrillo y piedra caliza rodeada de amplios jardines boscosos. A su lado se conserva la torre fortificada, único elemento que pervive de los tiempos medievales y por la que se accede al interior de la mansión. La primera pieza es la habitación de Leonardo. En la historiada cama situada en su centro murió el sabio italiano el 2 de mayo de 1519. La cámara de Margarita de Navarra es la segunda estancia. Muestra objetos del tiempo que ella y su hermano Francisco I vivieron en esta mansión.
El oratorio de Ana de Bretaña es otra de las piezas más interesantes del palacete, gracias a los frescos que decoran sus techos, atribuidos a los discípulos de Leonardo. A su lado está el estudio del maestro. Luminoso y convenientemente decorado con caballetes, pinceles y facsímiles de los cuadernos, ilustraciones y dibujos de Da Vinci, así como reproducciones del San Juan Bautista, La Gioconda y La Virgen, El Niño y Santa Ana. La biblioteca y el gabinete de curiosidades también emanan el espíritu de Leonardo.
Las escaleras llevan al sótano, donde se exhiben 40 reproducciones de los principales inventos de Leonardo. Aunque lo que más llama la atención es la galería que desciende al centro de la tierra. Es el túnel que comunica con el castillo de Amboise, el mismo que utilizaba Francisco I para venir a ver a su padre adoptivo y que no puede recorrerse en la actualidad por los desprendimientos del terreno.
El genio en el jardín
Ya en los jardines, la reproducción del helicóptero creado por Leonardo es una de las más exitosas de todas las reproducciones de los inventos del gran creador trasalpino. Chicos y grandes se entretienen en hacer girar su vela helicoidal en un vano intento por separarse del suelo. Los inmensos jardines son de lo más interesante de la hermosa propiedad. Esparcidos por las amplias praderas y en los claros de un bosque centenario surgen los inventos de Leonardo reproducidos a tamaño original. Las sorpresas se suceden, como al toparse con el carro de asalto acorazado, antecesor de los modernos tanques, o el puente que diseñó para el sultán Bajazet I, para salvar el Cuerno de Oro, en Constantinopla.
No menos sorpresa causan las telas de cuatro metros de altura que cuelgan de las ramas del arbolado y que reproducen todas las pinturas y alguno de los dibujos más famosos de Da Vinci. El juego de los rayos del Sol entre la enramada y el movimiento del viento otorgan una nueva dimensión a estas obras inmortales. En uno de los rincones de los jardines cercano a la mansión puede visitarse una pequeña huerta cuyas calabazas, lechugas, judías y tomates, así como un buen plantel de hierbas medicinales y aromáticas, según aseguran en Clos Lucé, son herederos de los que cultivó Leonardo.
En Clos Lucé el artista pasó gran parte de la última etapa de su vida, consagrado a sus estudios y a la organización de los eventos que le encargaba Francisco I. El italiano fue muy prolífico, destacando entre sus facetas lo que podría ser la de productor, diseñando y preparando los más variados festejos para la Corte de Amboise, algunos como la famosa Festa del Paradiso, para más de mil personas. Aún tuvo tiempo para trazar los planos de la utópica Ciudad Ideal de Romorantin, donde el monarca pensó instalar la capital del reino, aunque nunca se llevaron a cabo. Diseñó numerosos y variados ingenios y estudió de manera especial la dinámica de fluidos, para lo que realizaba frecuentes escapadas al Loira. El “río salvaje”, como llaman por aquí al que es curso de agua más largo de Francia, con 1.007 kilómetros, maravillaba al fenómeno italiano por su poder.
Por la orilla del Loira
No hay que andar mucho para disfrutar del entorno del llamado río de reyes. Basta con cruzar el primer tramo del puente del Mariscal Leclerc, al pie del castillo de Amboise, y alcanzar las playas de la pequeña isla de La Croix Saint-Jean. Estos arenales son un lugar muy recomendable para contemplar los últimos rayos de Sol sobre las fachadas del castillo y la capilla de Saint-Hubert. En el mismo Amboise es posible tomar alguno de los barcos típicos que ofrecen paseos turísticos.
No es el único punto para contemplar el Loira. La carretera que desde Amboise discurre paralela al Loira lo hace sobre el lomo de un alto dique. “Es muy antiguo, algunos aseguran que lo diseñó Leonardo para evitar las inundaciones”, explica la guía Stéphanie Le Donne, mientras conduce su furgoneta con un grupo de turistas rumbo a Chambord.
Chambord es el gran château del Loira. Aunque a más de uno le recuerde una gigantesca tarta de boda. Construido como pabellón de caza real, en los bosques que rodean la fortaleza se siguen cazando venados de récord cinco siglos después. El espectacular edificio mezcla tradicionales elementos medievales con revolucionarias formas renacentistas. El palacio empezó a construirse el mismo año de la muerte de Leonardo da Vinci, pero aseguran que el italiano participó en su diseño. La efemérides también se celebra este año en el Loira, engarzándola con la llegada del Renacimiento a Francia.
En Chambord todo es desmesura: 440 habitaciones, 365 chimeneas y 84 escaleras. La fantasía de sus terrazas y, sobre todo, la espectacular y, para muchos, incomprensible escalera central de doble hélice llevan la firma de Leonardo. Solo por conocerla merece la pena desplazarse a Chambord. Permite esta escalinata subir sin encontrarse con los que bajan y viceversa. Destacan su sorprendente hueco central y la torre linterna que la remata en las terrazas.
En Blois hay otra escalera también atribuida a Leonardo. Está en el Castillo Real y el monumental elemento arquitectónico está repleto de esculturas, adornos y molduras que le dan un aire fantástico. En este caso la noche es el mejor momento para la visita. En las fachadas del patio central donde se alza esta escalera se ofrece a partir del 6 de abril un potente espectáculo de luz y sonido que traslada a los tiempos renacentistas que vivió Leonardo hace cinco siglos.
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