Portugal Medieval
Castillos y aldeas históricas del Alentejo y la Región Centro. Castillos de leyenda, murallas que han aguantado milagrosamente el paso del tiempo y aldeas históricas con encanto y sabor tradicional conforman este recorrido por el norte de Alentejo y la Región Centro de Portugal. Una ruta medieval para maravillarse con sus fortalezas defensivas y sus fascinantes pueblos, y disfrutar de la hospitalidad de su gente y de la rica herencia, tanto cultural como gastronómica, de las diversas civilizaciones que por aquí dejaron su huella, en estas tierras del interior luso.
Una hora de coche, por la A-2 y la A-6, separa Lisboa de Évora, la ciudad más importante del Alentejo. Esta región, que ocupa casi un tercio de Portugal, sin demasiada población, goza de un encanto especial, derivado del paisaje de olivos y alcornoques que componen una estampa única y de la singularidade de sus pueblos. Évora seduce por la grandeza de sus murallas, por sus iglesias y por una arquitectura civil que brilla en sus callejuelas cortadas por arcos y sus casas blancas con balcones y patios empedrados. Todavía se pueden ver vestigios de los tres recintos amurallados que protegieron la vieja Évora. Restos de la muralla romana, con el imponente Templo de Diana en su interior –para muchos, el mejor monumento romano del país–, y de los muros reformados por visigodos, árabes y cristianos en la Edad Media. Dentro del recinto, la Sé o Catedral sigue maravillando con dos imágenes de su interior, la Virgen en cinta (s. XV), policromada como el arcángel San Gabriel, situado enfrente, y un hermosos claustro gótico que ofrece una bella vista del campanario románico. No le va a la zaga la iglesia de San Francisco, que concentra mayor número de visitantes porque alberga una macabra capilla, La Capela dos Ossos, que contiene cinco mil calaveras y miles de huesos humanos recogidos de los cementerios de la región, así como un par de momias. La capilla fue construida por los franciscanos para meditar sobre lo pasajero de la vida terrena y reflexionar sobre la vida eterna.
Castillo de Monsaraz
Siguiendo hacia el este aparece en el horizonte Monsaraz, uno de los pueblos más pintorescos de Portugal por su emplazamiento, que domina el Valle del Guadiana. Su casco viejo permanece intacto, pues fue abandonado por su población, que buscó una mejor vida en Reguengos de Monsaraz, de ahí que no entren apenas coches en este enclave fortificado. Su castillo se mantiene en ruinas, pero da lo mismo ya que desde sus muros se divisa la panorámica más hermosa del Guadiana, especialmente en época primaveral, y además en verano organizan en uno de sus patios interiores corridas de toros con tercio de muerte. Solo dos ciudades portuguesas, Monsaraz y Barrancos, en la frontera de Huelva, han mantenido esta tradición toreando las leyes portuguesas.
Estremoz y Elvas
El viaje continúa hacia el norte buscando un nuevo destino en Estremoz, con dos fortalezas interesantes. La primera, conocida como el Castillo de Evoramonte, es una fortificación de gusto italiano, muy vinculada a la casa de Bragança, que destaca por sus cordajes anudados en la fachada, elegidos como símbolo de la citada casa real portuguesa. La segunda, en lo alto de la vieja almendra de Estremoz, está ocupada en parte por una de las pousadas más famosas de Portugal. Para subir a la Torre del Homenaje hay que entrar en la pousada desde donde parten las escaleras que conducen al mirador sobre este pueblo, conocido por sus canteras de mármol.
Desde Estremoz se llega a Elvas por la autovía A-6, unos veinte kilómetros. Es esta una ciudad cuartel de la frontera, famosa por los fuertes que la rodean y por su castillo. Ocupada por los árabes en 1226, fue tomada en 1580 por las tropas de Felipe II dirigidas por el duque de Alba. Tras la independencia en 1640, en Elvas se construyó la mayor fortificación abaluartada del país en una época en la que los cañones ya dictaban la suerte de las ciudades. Ese complejo defensivo sigue en pie en gran parte y dos de sus baluartes, el fuerte de la Graça y el fuerte de Santa Luzia, forman parte del Patrimonio Mundial de la Unesco. El fuerte de la Graça (siglo XVIII), quizás el más espectacular, nunca fue conquistado y acabó siendo una dura prisión política hasta 1974. La visita invita a descubrir las mazmorras y celdas de castigo como La Redonda, una celda circular que compartían 50 presos en condiciones infrahumanas, considerada una tumba de hombres vivos en un laberinto de pasadizos coronado por la residencia que el gobernador se erigió en la cima del fuerte.
De los templarios a "El nombre de la rosa"
El Convento de Cristo en Tomar es todo un museo de la arquitectura portuguesa al mezclar en un mismo edificio los estilos románico, gótico, manuelino y renacentista. La Unesco lo reconoció como Patrimonio Mundial en 1983. El Convento de Cristo fue erigido por la Orden del Temple, cuyo papel en la Reconquista de la Península Ibérica fue decisivo. Acumula bellezas arquitectónicas y artísticas únicas en el mundo, como la ventana manuelina cerca del claustro de Santa Bárbara, los claustros del Cementerio y de la Lavandería, el refectorio, las celdas de los monjes... Pero es en su iglesia donde se halla su estancia más exclusiva: la Charola o la Rotonda de los Templarios. Fue erigida en el siglo XII siguiendo el ejemplo del Santo Sepulcro de Jerusalén y es una construcción octogonal con dos pisos sostenida por ocho pilares que muestran una exuberante ornamentación: pinturas, murales y estatuas mezclan ilustraciones de la vida de Cristo con símbolos del poder real. Era este el lugar donde los monjes templarios entraban a caballo, rezaban y pedían fuerza y fe para luchar contra los infieles. Los más poderosos reyes portugueses establecieron aquí su corte por un tiempo y también el rey Felipe II, cuando dominó el país. Hoy se organizan en sus estancias representaciones teatrales de la célebre novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco, que situó en Tomar el principal escenario de su novelaEl péndulo de Foucault. Horarios de visita: de octubre a mayo (9 a 17.30 h); de junio a septiembre (9 a 18.30h). Cerrado el 1 de enero, domingo de Pascua, el 1 de mayo y el 25 de diciembre. Entrada: 6 euros.
Marvão y Castelo de Vide
Las últimas tierras del Alentejo Norte están protegidas por la Sierra de San Mamede, cerca de la frontera española, a la altura de Valencia de Alcántara, donde asombra la estratégica ubicación de Marvão, a 843 metros de altura, un increíble nido de águilas defensivo, con castillo del siglo XII al que José Saramago dedicó unas palabras:“A partir de Marvão se puede ver toda la tierra”. El castillo fue modificado en el siglo XVII. Sobre el extremo oeste de este espolón rocoso de granito se goza de una panorámica de 360 grados y vistas de este pueblo, una villa que merece un tranquilo paseo para disfrutar de sus estrechas calles con pasos abovedados y sus casas con balcones floridos, rejas de hierro forjado y ventanas manuelinas.
Al descender por la carretera serpenteante se pasa por Portagem y su torre medieval, donde los judíos tenían que pagar impuesto de entrada en el siglo XV, y también por la carretera que se dirige a Castelo de Vide. Nada más pasar la bifurcación, un túnel de árboles cerrados llama la atención, pues se trata de un conjunto de fresnos que resaltan por una tira blanca pintada en el tronco y forman un curioso pasaje. Estos árboles estuvieron a punto de ser derribados por el municipio, pero finalmente se salvaron unos cuarenta. Siguiendo esta carretera unos siete kilómetros se alcanza Castelo de Vide, agrupado al pie de su castillo en otra colina de la Sierra de San Mamede. El bonito pueblo, llamado por el rey don Pedro V “el Sintra do Alentejo”, sorprende por sus callecitas tortuosas que conducen a la antigua judería, en la que sobresale una sinagoga medieval, que recuerda el pasado sefardí de Castelo de Vide, y la hermosa fuente renacentista de la villa.
Las 12 aldeas históricas
Abandonamos el Alentejo no sin antes visitar el menhir de Meada, el más grande de la Península Ibérica (7,15 metros de altura y 18 toneladas de peso), y la playa fluvial del Tajo en Gavião, con una hermosa vista panorámica del castillo de Belver, construido en 1194 en uno de los rincones más románticos del gran río hispano-portugués. A través de Castelo Branco, la capital de la Beira Baixa, se accede a la Región Centro, donde las autoridades turísticas han planteado un nuevo proyecto para la conservación de las tradiciones y la convivencia de sus habitantes en doce pueblos. El programa se llama Las 12 aldeas históricas de Portugal y suele iniciarse en Idanha-a-Velha, una villa situada a orillas del río Ponsul que jugó un papel importante en la época romana como nudo de comunicación entre Coimbra y Mérida. A continuación, Penha García impone con sus deslumbrantes vistas, sus ricas hogazas de pan y una ruta de los fósiles que permite apreciar su riqueza geológica. Para descubrirla hay que descender del castillo por un camino empedrado con puentes y pasarelas de madera hasta el desfiladero del río Ponsul, entre paredes con fósiles trilobites y molinos de piedra. Las huellas demuestran que hace 600 millones de años Penha García era un océano con aguas poco profundas, donde aparecieron, primero, los trilobites, y después, los dinosaurios. Hoy es un destino apreciado por senderistas y escaladores.
Monsanto templario
Monsanto se encuentra solo a 11 kilómetros por la N-239 y asombra por su ubicación en la ladera de un gran cerro abarrotado de grandes rocas de granito que se confunden con las casas atrapadas de los vecinos. En la cima, a unos 750 metros, se alza la torre de homenaje de un castillo templario inexpugnable y, aunque cuesta un poco de esfuerzo, merece la pena subir hasta este baluarte para admirar el trazado popular de esta aldea, reconocida en 1938 como la aldea más portuguesa de Portugal, con solo dos bares donde es factible degustar un delicioso pulpo.
La ciudad romana de Ammaia
El arqueólogo portugués Joaquín Carballo es de alguna manera el padre de la ciudad romana de Ammaia, pues fue él quien comenzó a trabajar en esta extensión de 25 hectáreas en el año 1995 y quien ha logrado descifrar lo que esconde este lugar bajo tierra: una ciudad media romana que llegó a contar con siete mil habitantes y que floreció gracias a los abundantes productos agrícolas del lugar, como el vino, el aceite y los cereales. Las ruinas que se encuentran en São Salvador de Aramenha, entre Castelo de Vide y Marvão, se pueden visitar (la entrada cuesta 2 euros) y en su museo se exhiben algunos de los hallazgos (lápidas, dinteles tallados, joyas, monedas y objetos de vidrio producidos en esta ciudad e increíblemente bien conservados). Solo se ha excavado el uno por ciento del yacimiento, pero los visitantes pueden recorrer estas ruinas con senderos marcados para llegar al lugar donde se ubicaban el foro y las termas, y para contemplar sus magníficas columnas erigidas hace dos mil años. Reserva de visitas en el teléfono: +35 124 591 90 89.
Belmonte y los Cabrales
Belmonte, tierra de judíos, es el punto situado más al norte de nuestra ruta de castillos y aldeas históricas. Se halla en un promontorio próximo a la Serra de Estrela, con un castillo visible desde la lejanía y tiene fama porque el lugar vio nacer al ilustre navegante Pedro Álvares Cabral, descubridor de Brasil en 1500. De ahí que su panteón familiar esté instalado en la iglesia de Santiago y sean muchos los visitantes del otro lado del Atlántico que se acerquen a la cuna del descubridor, famosa también por su vinculación hebrea. En el pueblo, que se enorgullece de su Museo Judaico, viven hoy 56 judíos que acuden a la sinagoga abierta en la ciudad desde 2006. Desde Belmonte hay que acercarse a otra villa histórica, Sortelha, una de las más bellas y antiguas aldeas portuguesas, que ha mantenido su fisonomía urbana y arquitectónica. Sus callejuelas, enclaustradas por un anillo defensivo y vigiladas por el castillo (s. XIII), invitan a un paseo medieval entre sepulturas, iglesias y una picota manuelina en la que resulta inevitable hacerse un selfi o una fotografía con el bonito castillo a la espalda.
Castillo de Almourol
En la recta final del viaje, Castelo Novo puede ser otra parada interesante en el corazón de la Sierra de Garduña. En el verano de 2017 sus alrededores sufrieron un pavoroso incendio, pero el pueblo sigue manteniendo su encanto en las fuentes rebosantes de agua y en sus templos, calzadas, calles y en los restos de su fortaleza. Finalmente, la visita al castillo de Almourol representa el broche final del viaje. Para muchos es el castillo más hermoso de Portugal, pues está enclavado en una pequeña y escarpada isla en el medio del Tajo. Un monumento militar medieval erigido en 1171 que evoca también la memoria de los templarios en Portugal, al que se accede en una pequeña embarcación. El romántico entorno se ha prestado a un buen puñado de leyendas y misterios. Para admirarlo hay que subir los 85 escalones de su torre del homenaje y dejarse llevar por la más seductora vista panorámica de, solo, el río Tajo.
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