Un paseo por la historia de Europa: Bulgaria, donde Europa se baña en Oriente
“Sigo admirando la belleza y el color de su naturaleza, el verde flúor de su primavera, la explosión rojiza del otoño y ese invierno limpio y blanco.” Una crónica sobre la bella Bulgaria en primera persona.
Era aún el siglo XX cuando viajé a Bulgaria por primera vez. Los cambios políticos se sucedían con una rapidez inimaginable. Encontré un país desmoronado y de contrastes. En las calles principales de Sofía se alternaban las mejores tiendas multimarca con precios desorbitados, limusinas y armados guardaespaldas con paupérrimas ancianas que vendían calcetines de una lana gruesa que ella mismas tejían.
Contrastaban, como lo siguen haciendo hoy, los magníficos edificios decimonónicos del centro de Sofía con los construidos para reponer los arrasados por las bombas inglesas. Contrastaba la alegría de las personas a quienes fuimos conociendo con la profunda tristeza de un pueblo de alma aniquilada. Se respiraba esperanza, eso sí. Recuerdo que pensé: “¿Y yo que creía saber cómo es el color verde?” El verde de los bosques de Bulgaria tiene pantones extraordinarios que no había visto nunca. Era primavera. Recuerdo aquella meditación que identificaba la esperanza del pueblo con el verde intenso de sus montañas. Sigo admirando la belleza y el color de su naturaleza, el verde flúor de su primavera, la explosión rojiza del otoño y ese invierno limpio y blanco.
Tesoros de la antigüedad
En Varna, junto al Mar Negro, una civilización que trabajaba bien la metalurgia, nos dejó la necrópolis-tesoro más antigua del mundo. Los seis kilos de piezas en oro que se han encontrado en algunas de las tumbas tienen más de 6.000 años. Aquella civilización se extinguió o nomadeó por Europa dejando vía libre a los tracios que, además del norte de Grecia y Turquía, ocuparon una gran extensión de lo que ahora llamamos Bulgaria, desde Sofía y Plovdiv hasta el Mar Negro, cruzando el Valle de las Rosas y la región de Panagyurshiste.
Si el tesoro de la necrópolis de Varna es el más antiguo del mundo, el que los tracios dejaron en Panagyurishte es el mayor tesoro de oro jamás descubierto. Los más de seis kilogramos de oro macizo de 24 quilates están repartidos en nueve piezas, seguramente para la ceremonia de beber del rey tracio. Ritones tallados con cabezas de animales, jarras con cabezas femeninas, un plato labrado con hombres africanos y un ánfora de kilo y medio decorada con escenas de la Ilíada. El tesoro data de los siglos IV-III a. C. y fue descubierto por casualidad a finales de los años 40. Ahora el Tesoro de Panagyurishte puede verse en el Museo Nacional de Historia en Boyana (Sofía).
Afortunados son los pueblos que han tenido la suerte de ser visitados por otras culturas, pues son quienes más avanzan y aprenden. Bulgaria, foco de riqueza en el corazón de Europa, tuvo ese privilegio y ahora goza de una historia milenaria, una cultura apasionante, una arquitectura única y variada y piezas de arte que nadie tiene. No dejamos los tiempos tracios sin mencionar otros de sus curiosos tesoros, como el de la princesa de Mogilanska Mogila, a quien enterraron en el siglo IV a. C. junto a sus sirvientes y hasta caballos, y bellísimas piezas de oro, como una corona de laurel y unos enormes pendientes. La máscara de oro del rey tracio Teres es quizá la más itinerante, se encontró en el 2004 en el corazón del Valle de los Reyes, y es del siglo V a. C. Pesa más de 600 gramos y aunque puede verse en el Arqueológico de Sofía, suele visitar los museos de todo el mundo.
En el Valle de los Reyes y las Rosas, cerca de Kazanlak, encontramos una zona de tumbas tracias, muchas se han cerrado y solo pueden visitarse sus réplicas, son Patrimonio de la Humanidad. Otra de las joyas que los Tracios dejaron en Bulgaria fue la cultura del vino. La primera vez que se menciona la palabra “vino” en la literatura universal es en la Ilíada. “Llenas están tus tiendas del vino que las naves de los aqueos diariamente te traen desde Tracia sobre el vasto ponto”, escribió Homero, mencionando Tracia con frecuencia y con la soltura de un buen conocedor. Grandes bodegas y fabulosos viñedos han colocado en los últimos años a la producción vitivinícola del país como una de las más fructíferas de Europa, con una colosal importación a Reino Unido o Alemania. Durante el régimen dictatorial se plantaron cepas de cabernet sauvignon, merlot, sauvignon blanc y chardonnay, que hoy en día ocupan la mayor parte de los viñedos, pero gracias al buen hacer de los jóvenes propietarios y enólogos del país, se están recuperando cepas autóctonas, como la mavrud, la gamza, la melnik o el rubin para los tintos y la rikat, dimyat y misket rojo para los vinos blancos. En la zona del Valle de las Rosas se produce la mayor cantidad de vinos búlgaros y algunos de sus caldos blancos tienen un suave aroma a rosa damascena, la flor nacional.
La Reina de las Rosas
En los inmensos valles de Karlovo y Kazanlak, a 170 km de Sofía, bajo la ladera sur de los Balcanes, se recolectan entre mayo y junio millones de toneladas de rosa damascena de las que se extraerá más del 70 % de la producción mundial de aceite esencial de rosa. Hasta finales de junio el valle se convierte en un aromático encuentro de colores, folclore, turistas, recolectoras, farmacéuticos y japoneses que adoran el agua de rosa de Bulgaria por considerarla el mejor producto natural para el cuidado de la piel.
El Festival de las Rosas se celebra el primer fin de semana de junio y es cuando tras la recolecta al amanecer comienzan los cánticos, ofrendas y desfiles, la explosión de color con los trajes regionales y el aroma a rosa invade el valle. Hasta donde se pierde la vista los rosales protagonizan el paisaje. Son 782 km2 de plantaciones de rosa damascena que debe su nombre a la ciudad de Damasco, donde surgió como híbrido de las dos rosas que allí cultivaban, la gallica y la mosqueta. La nueva rosa cautivó con su aroma, pero también con sus propiedades curativas. Y desde Persia llegó a los valles de Kazanlak en el siglo XVII.
Es una pequeña rosa color chicle, que ha de ser cortada justo antes del amanecer y cuando el capullo empieza a abrirse, en el valle dicen que han de ser cortadas antes de que el sol les robe el aceite. Las flores que vemos abiertas en los rosales son las que han sido descartadas en la recolecta para pasar a cumplir otra misión, deleitar la vista de quienes visitamos la mayor concentración de rosales de Europa. La rosa búlgara es una de las más apreciadas por los perfumistas de todo el mundo, ya que su aroma es el más persistente. Sin embargo, para obtener un litro de aceite esencial se necesitan entre tres y cinco toneladas de pétalos de rosa, de ahí su enorme valor. Para obtener este aceite, los delicados pétalos de damascena pasan por dos destilaciones a 120º y de ese cuidadoso proceso de destilación se obtiene también la mágica agua de rosas. Un agua curativa, medicinal y con múltiples beneficios cosméticos.
No en vano, Bulgaria es uno de los primeros productores de cosmética, farmacéutica y productos capilares y de limpieza bucal de Europa. No debemos abandonar el Valle de los Reyes y las Rosas sin visitar la Iglesia Rusa de Shipka, uno de los lugares más bellos del país. Fue construida a principios del siglo XX en recuerdo de los rusos caídos en su ayuda al pueblo búlgaro durante la revolución contra el dominio otomano. Sus cúpulas doradas deslumbran. Una joya arquitectónica neobizantina que evoca la grandeza y espiritualidad de Bulgaria y fue dedicada a la Natividad de Cristo, quizá como símbolo del nacimiento de la nueva Bulgaria libre. Amalgama de esplendor y significado, la riqueza de colores, detalles, frescos, mosaicos y sus cúpulas doradas la convierten en una de las iglesias más espectaculares del país. Solitaria en medio de una montaña resulta imponente y escénica.
Sofía
Han pasado muchos años, y no he dejado de viajar a Bulgaria y descubrir algunos de sus rincones más bellos e interesantes, porque la historia de Bulgaria es la historia de uno de los epicentros de la Europa más antigua. Sofía es una de las ciudades más antiguas del viejo continente, cruce de caminos entre Oriente y Occidente, siempre supo aprovechar comercialmente las riquezas que la atravesaban. En su escudo puede leerse: “Crece, pero no envejece”. Por aquí pasaron los emperadores y reyes más importantes de la historia de Europa, desde los reyes tracios, hasta Justiniano I, Alejandro Magno o Constantino el Grande. Siempre próspera, en ella y en todo el país puso los ojos y las lanzas otro imperio, el Otomano.
Los turcos dominaron Bulgaria durante cinco siglos hasta 1878. Con ellos llegaron las mezquitas y las rosas desde Damasco. En 1878 Bulgaria fue finalmente liberada. Sus hermanos rusos fueron clave en la liberación, de ahí que todas las iglesias rusas que hay en el país y construidas a principios del siglo XX fueran dedicadas al pueblo ruso. Sofía será entonces elegida capital de la Bulgaria libre.
Tres iglesias escondidas
La joyita es Santa Petka Samardzhiiska, levantada sobre restos romanos y consagrada al mártir Parasceves. Durante los 500 años de dominación turca fue mantenida con donativos de los artesanos del gremio de albarderos (samar), por eso se la conoce como la iglesia de los albarderos. Fue empotrada en los cimientos de un banco judío, arrasado por las bombas durante la Segunda Guerra Mundial, quedando la iglesia milagrosamente en pie. Desde un punto estratégico, al otro lado de Santa Petka podremos apreciar las diferentes etapas de la historia de Bulgaria; Santa Petka, la Mezquita, construcciones de la era comunista al fondo y el gran edificio del centro comercial Tzum.
A la segunda iglesia escondida pocos turistas entrarían, se trata de otra Santa Petka, conocida como la antigua y la del agua milagrosa. Se sabe por una inscripción en su fachada, que en 1241 se amplió. Uno pasaría de largo si no es avisado de que en los bajos de un patio en la calle Zar Kalyan 9 se encuentra, bajo tierra, esta joya medieval. A pocos metros, los edificios construidos en tiempos del comunismo para albergar al gobierno se levantaron estratégicamente alrededor de la iglesia de San Jorge, con el fin de ocultarla de los feligreses. Así pues, esta maravilla del siglo IV, la más antigua de la ciudad, se ve rodeada por la parte trasera del edificio de la presidencia, junto a ella aún quedan restos de la antigua ciudad de Sérdica. Puede decirse que San Jorge ha sido testigo fiel de la historia de Sofía.
Otro icono de Sofía es la iglesia de Santa Nedelya Mártir, donde en 1925 un terrible atentado perpetrado por terroristas de la extrema izquierda quiso, sin lograrlo, terminar con la vida del rey y su gobierno. Murieron cientos de personas y la iglesia quedó destrozada. Se encuentra en la plaza más antigua de la ciudad, llamada de Lenin durante el régimen comunista. Fue reconstruida en 1927. Paseemos por Graf Ignatiev, una de mis calles favoritas por sus tiendas y edificios que dejan patente el horror de la guerra. Avanzando por esta calle llegamos al parque de la iglesia de los Siete Santos Letrados. Otro de mis lugares favoritos de Sofía. Fue también lugar de oración musulmana; durante el tiempo de la ocupación era la Mezquita Negra. Después, el templo se consagró a los Santos Letrados de Bulgaria, encabezados por San Cirilo y San Metodio, padres de la escritura cirílica.
Patrimonio de la Humanidad
En 1979 la pequeña iglesia de Boyana fue una de las primeras maravillas del mundo en entrar en la lista de Patrimonio de la Unesco. A los pies del monte Vitosha, donde, por cierto, hay una estación de esquí, se construyó esta iglesia en 1279. Sencilla por fuera a pesar de sus dos ampliaciones, son los frescos de su interior los que la hacen única en el mundo. Un auténtico tesoro del arte medieval gracias a las más de 250 figuras humanas que representa, con la peculiaridad que no todas son religiosas. Las vestimentas de sus benefactores Kaloyan y Desislava han servido para infinidad de estudios de la época. Los pintores fueron artistas muy viajados y cultos, hay representada hasta una vela latina. Y la expresión de Cristo es también única en el arte iconoclasta.
En su pequeño jardín quiso ser enterrada la reina Leonor, que amaba este lugar y luchó por su conservación. Actualmente solo se encuentra la tumba de la reina, ya que sus restos fueron saqueados y profanados durante el comunismo. Cerca de Boyana merece la pena entrar en el Museo Nacional de Historia, ubicado en el edificio de oficinas del Palacio de Boyana que mandó construir el dictador Zhivkov en 1973 para convertirlo en su residencia habitual. El museo alberga más de 22.000 piezas de la historia de Bulgaria. Lo más destacado son los restos neolíticos y el Tesoro tracio de Panagyúrishte.
Plovdiv
Uno no conoce Bulgaria si no visita Rila y pasea al menos un día por la antiquísima ciudad de Plovdiv. Es la ciudad siempre habitada más antigua de Europa. Desde hace más de 6.000 años, cuando aquí llegaron las tribus tracias, nunca ha dejado de estar viva. Fue conquistada por el padre de Alejandro Magno, que, haciendo honor a su nombre, Filipo II, la llamó Filipópolis. Levantada sobre siete colinas, que pueden y deben visitarse para ver magníficas panorámicas.
Aquí estuvieron los romanos en tiempos de Trajano y dejaron un teatro que es de los más grandes y mejor conservados del mundo, un odeón, un foro, un estadio y un anfiteatro. En el siglo IV d. C. y recién estrenada la libertad religiosa, en Plovdiv se levantó la Gran Basílica Episcopal, cuyos suelos de mosaicos ocupan más de 2.000 m2, ya que era la ciudad bizantina más importante de Tracia. Se trata del mosaico más extenso de Oriente. Cuando la ciudad fue tomada por los turcos, los comerciantes de Plovdiv consiguieron buenos acuerdos con ellos y pudieron mantener sus mercaderías.
Las casas de su casco antiguo, como la del ahora Museo Etnográfico, permiten imaginar el poderío de la ciudad gracias al curioso estilo barroco balcánico. Las calles pintadas con auténticas obras de arte urbano, las tiendas, terrazas y cuidados restaurantes del barrio de Kapana presagian un nuevo porvenir de gente joven y creativa que se está instalando en Plovdiv, donde sin duda han creado un epicentro ecléctico, de diversidad, hípster y desenfadado. Un barrio perfecto para sentarse en una terraza a saborear los platos típicos de la gastronomía búlgara.
Terminarás de amar Bulgaria cuando pasees por Veliko Tárnovo , Ruse y los pueblos medievales del Mar Negro, pero sobre todo, cuando disfrutes de sus platos típicos, como la banitsa, la shopska salad o el tarator, te dejes seducir por su gastronomía basada en el cordero, la vaca o el pollo, siempre acompañados de las mejores verduras y cuando te endulces con sus postres, al brindis de uno de sus grandes vinos.
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