Madeira, la isla spa

Masajes terapéuticos, reflexología podal, baños de chocolate, paseos por el bosque de laurisilva, buena comida y mejor bebida hacen que muchos empiecen a calificar a Madeira como "la isla spa". A un par de brazadas al oeste de Portugal y al norte de las Canarias, Madeira es, asimismo, dueña y señora de una denominación envidiada por las islas cercanas: el jardín del Atlántico.

Hotel Quinta das Vistas.
Hotel Quinta das Vistas.

Uno no tiene ni idea de lo que es sentirse bien hasta que llega a un lugar como Madeira. Todo comienza a configurarse con un orden lógico muy cercano al equilibrio. Ocurre ya desde la llegada a su capital, Funchal. Para ser más precisos, cuando aún no hemos tomado tierra ya es posible apreciar la armonía que destila la isla: centenares de tonalidades de verde salpicado por el color de las tejas de las casas, construidas con una uniformidad asombrosa. A los pocos minutos sorprende el terreno anguloso, empinado hasta desfallecer, y las zonas urbanizadas se distribuyen entre las caprichosas elevaciones de la tierra que responden al carácter volcánico de la isla.

Pocas cosas merecerán tanto la pena como tomarse unos minutos de más en llegar hasta el hotel para toparse con antiguas villas, que recuerdan con encanto y cierto misterio una época colonial que muchos parecen añorar en pleno siglo XXI. Sólo un puñado puede permitirse estas propiedades, que superan en mucho cualquier presupuesto aventajado. Pero soñar no cuesta y en Madeira el mejor plan es dar rienda suelta a toda actividad que nos haga sentir bien en cualquiera de los sentidos posibles.

Y pocas experiencias apelan tanto a los sentidos como adentrarse en plena naturaleza y abandonarse a los placeres del cuerpo y el alma. La virginalidad del bosque maderense se acerca tanto a la perfección que cuesta desprenderse de su aroma embriagador, casi palpable. No sólo los senderos señalizados dan prueba del orden que se percibe a todos los niveles en la isla. Basta salirse de los recorridos oficiales para comprobar que incluso en los caminos más antiguos ya existía una predisposición al respeto del medio.

Una de las actividades más practicadas en la isla es el trekking por las levadas, antiguos cursos de agua situados en las montañas ingeniados para reconducir y distribuir el agua de las zonas más altas y más húmedas de la isla hacia las regiones del sur. En la actualidad se conservan cerca de doscientos de estos canales, que muchos recorren descalzos aun a riesgo de volver a casa con un buen catarro. También es fácil encontrar a turistas detenidos en algún punto del camino para poder aspirar, con los ojos cerrados y los bronquios predispuestos, las omnipresentes flores o la brisa que les acerca casi físicamente al bosque laurisilva, considerado Patrimonio Mundial Natural por la Unesco. Quienes disfrutan de estos paseos son ya buenos conocedores de Madeira como destino de lujo y ya hay quien empieza a calificarla como "la isla spa".

Los numerosos centros -casi todos los hoteles- que dedican parte de sus servicios a satisfacer la necesidades del cuerpo y de la mente terminan por hacer olvidar la inexistencia de playas. Los tratamientos, algunos de ellos completamente desconocidos para la gran mayoría de los huéspedes, los gimnasios, los solariums y las terrazas con piscina construidas junto al mar forman parte de un programa más que completo para alcanzar un estado de forma que supera con mucho los estándares de las ciudades de origen de los turistas. El único problema, si lo hubiera, radicaría en escoger entre el amplio abanico de servicios y tratamientos preventivos, estéticos o curativos más adecuados en función del estilo de vida, necesidades, preferencias y edad de cada uno de los clientes.

Que Madeira carezca de playas es quizá uno de los pocos reclamos que se le pueda hacer. Cierto es que cuesta disociar isla y playa, y que se echa de menos una escapada a la templada arena por la tarde. Más incluso al atardecer. La única opción es acomodarse entre los cantos rodados de basalto de las escasas orillas. He aquí que por sí mismas poseen el encanto de templar los nervios cuando las olas se filtran entre ellas, arrancándoles una intermitente música de despedida antes de perderse de nuevo en la inmensidad del mar. Una ocasión más para reconocer la armonía de los elementos de la naturaleza con el hombre.

Lo más parecido a una playa son las piscinas naturales de Seixal, en la costa norte, muy visitadas por la originalidad de estas formaciones y por la posibilidad de disfrutar de agradables baños de sol gracias a un templado y estable clima con excepcionales rasgos subtropicales, que hacen oscilar las temperaturas entre los 16 grados en invierno y los 22 en verano.

Madeira también es considerada como un jardín de flores. No en vano las flores y las plantas aromáticas están por todas partes. Dicen sus habitantes que es tal el convencimiento de los beneficios para los sentidos que existe la costumbre de cultivarlas y lucirlas en las ventanas y en los balcones de todas las ca sas. Incluidas las de las más humildes. Así se comprueba cuando en la visita a una de las típicas y antiguas casitas "A" que todavía permanecen en pie a lo largo de la isla -reciben ese nombre porque la forma de la casa recuerda a dicha letra-, el viajero topa con un huerto donde se cultivan distintas variedades de orquídeas, entre otras muchas valiosas especies. Las flores constituyen el centro de atención de una de las fiestas más destacadas de toda Madeira. Con la llegada de la estación primaveral los funchaleses celebran el Festival de las Flores, dos días de fiesta en los que destacan actos como la elaboración del Muro de la Esperanza por los niños de la isla en la plaza del Ayuntamiento y el Gran Desfile de la Flor.

Ejemplo de la adoración por las plantas son el Jardín Botánico, situado en la antigua Quinta do Bon Successo, antes propiedad de la familia Reid, fundadora del hotel Reid''s Palace. La gran variedad de árboles y plantas representa uno de los reclamos de los amantes de la botánica, que, desde que en los años 60 del pasado siglo se abriera al público la colección, consideran el Jardín Botánico una visita obligada para todos aquellos que pretendan iniciarse en esta materia. Su situación en terrazas, que superan los trescientos metros sobre el nivel del mar, ofrece unas inmejorables panorámicas de la ciudad de Funchal.

Aunque de carácter privado, los Jardines Tropicales, en Monte, también abren al público. La peculiaridad de estos jardines radica en la decoración de los mismos. Igual incluye un recorrido romántico, casi espiritual, con esculturas modernistas de piedra blanca colocadas en hornacinas forradas de verdes enredaderas, que unas cascadas de agua sobre un lago donde nadan a sus anchas varios cisnes blancos, observados a una prudencial distancia por pavos reales que hacen verdaderos equilibrios en arcadas rojas que parecen robadas de un jardín japonés. Las hierbas aromáticas proliferan por doquier, siendo una de ellas, el funcho, la que da nombre a la capital de la isla de Madeira. Merece la pena hacer parada en alguno de los bancos que hay en todo el recorrido y apreciar la armonía de este extraño jardín aromatizado.

"Re-birthing", el renacimiento de los sentidos

El té verde espera en una pequeña salita de estar como preparación a la sesión de renacimiento. En el ambiente flota un aroma que recuerda en mucho al olor del talco. Unas notas musicales evocan el caer del agua de una fuente, algo que ayuda a lograr un primer estado de relajación como puerta de entrada a un mundo donde los sentidos son lo primero, y darles todo el placer posible, la única intención en las horas siguientes.

Una ducha rápida con jabón descongestionante prepara la piel desnuda para recibir un suave masaje con aceites templados antes de que una fina toalla envuelva todo el cuerpo como una segunda piel. Otras dos capas -esta vez de un plástico acolchado precalentado- completarán el envoltorio, no muy apto quizá para claustrofóbicos. Sobre la camilla quedan cuerpo y brazos en horizontal y casi inmóviles. Sólo la cabeza queda fuera, y durante un buen rato habrá de encargarse de la nada dura tarea de apreciar las esencias que arden junto a la tenue luz de pequeñas velas. La música parece ahora un ir y venir de olas tranquilas. Una leve sensación de sueño hace acto de presencia cuando la parte superior de la camilla comienza a hundirse muy lentamente en la ancha bañera a la que servía de tapa. El cuerpo se sumerge sin prisa y, de igual forma, vuelve a la superficie en contados segundos. La curiosidad busca el fondo del recipiente para conocer los límites de la seguridad. Nada puede salir mal. Todo es relajación, concentración y placer. Unos pocos segundos bastarán para reconocer la sensación que ha llevado a los expertos a calificar el tratamiento como Rebirthing (Renacimiento) o el regreso al vientre materno. Junto a la talasoterapia y los masajes orientales, es una de las sesiones mejor calificadas por los clientes de cualquiera de los centros de spa de la isla portuguesa.

Mercado de Funchal

El viajero que tenga una verdadera intención por conocer los placeres que ofrece la isla de Madeira no deberá pasar por alto la visita al Mercado de Funchal, un espacio donde los olores de las especias sólo son mejorados por el sabor de las frutas tropicales de la isla.

La estrella es el maracuyá y sus variedades -rojo, tomate y banana-, seguida por la chirimoya o la piña banana, que procede de un tipo de palmera pequeña llamada filandentrum. Los viernes y sábados los campesinos traen sus productos y los venden en la planta baja del mercado, una imagen que merece la pena ver desde la planta alta. Coles, repollos, batatas, calabazas, puestos con cestos de mimbre, flores y plantas, forman una alfombra de vivos colores que contrasta con el anexo mercado de pescado. Desde las siete de la mañana los vendedores limpian y presentan atractivamente las lapas -un típico marisco de Madeira-, las espadas, las sardinas, las caballas, los atunes recién pescados... La gente circula alrededor de los mostradores y paga en caja: un cajón de madera que parece llevar toda la vida apoyado en el mismo sitio. En los puestos de frutas los vendedores dan a probar los productos. Los pescaderos invitan a acercarse y comprobar de primera mano la frescura de su mercancía.

Por otra parte, el carácter de los maderenses, templado, introvertido y cortés, parece diseñado para uno de los programas desestresantes dirigidos a los turistas. Lo único que parecen hacer deprisa es conducir -la velocidad media por ciudad y autovía supera en mucho a la que solemos padecer en las vías españolas-, si bien apenas se registran accidentes entre los conductores locales.

No está considerada disciplina deportiva, pero merecerían algún tipo de distinción -por las fuertes emociones que generan- los carreiros do Monte, que durante toda la jornada deslizan por las empinadísimas cuestas del barrio de Monte los tradicionales carros de cesto -una especie de trineo de mimbre-. Tras más de cien años apenas ha variado esta práctica ni la indumentaria de los carreiros, vestidos con camisa y pantalón blanco, sobrero de paja y unas botas especiales con suela de neumático que les permite frenar y derrapar en las curvas. La experiencia resulta de lo más estimulante, una pequeña explosión de adrenalina muy acorde con cualquier programa de bienestar cuerpo y mente.

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