Iglesias talladas en Lalibela, Etiopía
A finales del siglo XI, la dinastía Zagüe erigió su capital al norte de Etiopía, en la actual Lalibela. Desde entonces, cuando se conocía como Roha, y hasta siglos después, constituyó la sede de los máximos dignatarios religiosos etíopes. El rey Gebra Maskal Lalibela se encontró allí un terreno rocoso. Infértil, pero majestuoso. Tras la belleza salvaje de aquellas grandes rocas, el visionario monarca adivinó las formas de una serie de iglesias. Estos templos salieron de la voluntad del líder para ser tallados sobre la piedra en el siglo XII y desde 1978 forman parte del Patrimonio de la Humanidad por el que vela la Unesco. La intención inicial del rey era crear una segunda Jerusalén, lo que le valió la beatificación por parte de la iglesia copta de Etiopía. Ahora Lalibela es la segunda ciudad santa del país, tras Aksum, y por tanto recibe peregrinos que le confieren una parte de su encanto turístico. Son lo primero que se encuentra el viajero, penitentes atendidos por sacerdotes que además se encargan de cuidar los tesoros que contienen las iglesias. Son valiosos objetos artísticos y religiosos y también extravagantes murales, cruces y manuscritos tan antiguos como los propios edificios, los más bellos de un país que cuenta con más de 400 iglesias talladas. La entrada cuesta unos 50 dólares por persona, en un tour que lleva 3 ó 4 horas. Lo mejor de la visita es concoer Beta Giyorgis, un edificio que es una escultura, ya que está hecho en una sola pieza, con forma de cruz y 15 metros de altura. Con la entrada se accede a otros 11 monumentos comunicados por túneles y pasarelas. Más de 14.000 personas residen en esta ciudad santa del estado de Amhara. De junio a septiembre se quedan relativamente aislados. No es la mejor época para visitar Lalibela, que sin embargo rebosa de sentimiento religioso y buen clima durante el Timkat, o sea, la Epifanía, que tiene lugar en el mes de enero.
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