Azores, el vergel del Atlántico
Los volcanes, el océano y los vientos alisios han modelado el paisaje del archipiélago de las Azores, un oasis en medio del Atlántico que merece la pena visitar. Recorremos tres de sus islas más carismáticas: São Miguel, Terceira y Faial
Nueve islas verdes y volcánicas flotan en mitad del Océano Atlántico como si fuera la parada técnica más apropiada para los que viajan del continente europeo al americano o viceversa. Son las Azores, conocidas por su famoso anticiclón, aunque no tienen nada que ver con el clásico destino tropical y de playas paradisíacas y sí con el que podríamos encontrar en Islandia, volcánico y con algunas playas de arena negra.
El corazón de este archipiélago es de basalto por su origen volcánico con inmensos cráteres o caldeiras formadas tras las explosiones y por este motivo la mayor parte de sus costas están constituidas por acantilados de color negro y abruptos, que a veces dan paso a fantásticas piscinas naturales. En el interior, sin embargo, reina el color verde de una flora autóctona original que tratan de conservar sus habitantes.
Caldeiras en São Miguel
La puerta de entrada a las Azores suele ser habitualmente São Miguel, la más grande de todas las islas y también la más poblada. Para todos es la isla verde, no solo por sus especies endémicas, sino también por las amplias extensiones de campos de té que se despliegan por el norte de São Miguel. Al otro lado de la isla se sitúa Ponta Delgada, la capital con un toque colonial que adquirió tras el descubrimiento de São Miguel en 1427 y hoy un trampolín ideal para descubrir el resto de la superficie insular.
Al oeste de Ponta Delgada se encuentra la imagen más icónica de la isla en Lagoa das Sete Cidades y desde el Mirador Vista do Rei se obtiene la fotografía más deseada: la panorámica de las dos lagunas siamesas, una azul y otra verde, que, según cuenta la leyenda, se crearon con las lágrimas de una princesa de ojos azules y las de un pastor de ojos verdes que vivían un amor prohibido.
El cercano Lago de Santiago, oculto en el fondo de una poza angosta, es otro atractivo de la zona antes de dirigirse por la vecina costa a Mosteiros para admirar unas hermosas piscinas naturales en sus coladas de lava, muy protegidas de los vientos, y a cuatro islotes rocosos que emergen del mar mágicamente. Por último, se recomienda desplazarse a Ponta da Ferraria, otra zona de baños y termal con fuentes de agua terapéuticas, ya mencionadas en el siglo XVI. Solo hay que recorrer ocho kilómetros disfrutando de las vistas de este bello litoral de São Miguel y después, ya en este lugar, sumergirte en el agua fría del océano, combinándolo con el agua caliente que emerge del interior de la tierra.
En la isla hay otros dos grupos volcánicos alineados con el de Sete Cidades. En el centro, los cráteres son menores pero muy hermosos, como la caldera inundada por el Lagoa do Fogo, y al este, el macizo de las Furnas con el lago del mismo nombre asombra por sus fumarolas activas y sus barros borboteantes con propiedades curativas que ya eran muy famosos en el siglo XVIII.
Toda la zona está salpicada de miradores impresionantes, como el Pico do Ferro, repleto de flores, o el Salto del Caballo, este último con vistas que alcanzan el mar. Lo típico en esta zona turística es probar el cozido das Furnas, elaborado en una olla que se introduce en la tierra para que hierva con el calor del suelo durante seis horas, y también visitar el Parque Terra Nostra, uno de los más bellos jardines románticos de Europa con 2.000 especies de plantas y una piscina termal al aire libre que es la más grande que puedes encontrar en todo el archipiélago. La temperatura del agua oscila entre 35 y 40 grados y su color marrón se debe a la gran cantidad de hierro que contiene.
Más al sur, en dirección a la freguesía portuguesa de Faial da Terra, si deseas terminar la visita a São Miguel en un rincón paradisíaco, debes recorrer a pie la ruta de dos kilómetros que conduce al Salto do Prego, una cascada de ensueño para darse un baño en una poza sin apenas testigos.
Terceira, la más tradicional
A unos 40 minutos de vuelo desde São Miguel se alza Terceira, la tercera isla descubierta en el archipiélago, llamada en sus orígenes isla de Jesucristo. La capital de Terceira, Angra do Heroísmo, recuerda el paso colonial de un enclave que fue considerado en el siglo XV la primera ciudad moderna del Atlántico. Protegida sobre dos bahías por las colinas próximas y el extinguido volcán del Monte Brasil, Angra era el puerto perfecto para que anclaran galeones y carabelas por sus aguas profundas resguardadas de todos los vientos excepto los del sudeste. De ahí que durante más de un siglo esta ciudad se convirtiera en parada obligatoria para los barcos cargados con el oro y la plata de América, las especias y los tesoros de Oriente.
Ese baluarte estaba defendido por los imponentes castillos de San Sebastián y San Juan Bautista, este último construido durante el reinado de Felipe II, y por un ramillete de 40 fuertes que se desplegaban por la costa de Terceira. Esa posición privilegiada de Angra do Heroísmo en el Atlántico, abierta hacia el mar como si fuera un anfiteatro, se refleja en su centro histórico, que fue catalogado como Patrimonio Mundial de la Unesco en 1983, tres años después de un devastador terremoto que azotó la ciudad.
Desde la Praça Velha, el corazón del casco viejo, con el Ayuntamiento, la cercana iglesia de San Ignacio de Loyola y el Parque Botánico del Duque de Terceira, con sus hermosas palmeras, magnolios y especies exóticas, se puede iniciar un sosegado paseo para comprobar que se trata de una cuadrícula rectilínea que forman sus calles y sus edificios coloridos del centro. Llegando al puerto destaca la Iglesia de la Misericordia, antiguo hospital que daba auxilio a los marineros que llegaban a tierra firme. La encontrarás en la plaza de la Alfandega, presidida por una estatua dedicada a Vasco de Gama, y si asciendes por una de las colinas próximas al parque botánico, se alcanza el antiguo convento de San Francisco (siglo XVII), hoy museo que muestra la historia de las Azores a través de colecciones de cerámica, muebles, pintura y etnografía y su hermosa iglesia y una sacristía que luce un magnífico techado de madera policromado.
Durante el paseo por estas calles empedradas es fácil reconocer la Sé o Catedral, el mayor templo del archipiélago iniciado en 1570 y terminado casi cincuenta años después, o su teatro antiguo, operativo con 927 asientos desde 1855, y la pastelería O Forno, abierta en 1987, para probar las tradicionales Donas Amélias, unas quesadillas muy populares elaboradas con maíz y especias en esta ciudad que llegó a ser la capital del Reino de Portugal en 1830 y que pueblan hoy 55.000 habitantes.
A Terceira la consideran la isla malva por el color de sus flores, aunque podría ser perfectamente la isla verde si no fuera porque este título lo luce ya la isla de São Miguel. No hay más que acudir a la Serra do Cume y los alrededores de São Sebastião para distinguir este color en la manta de retazos, una amplia llanura interior con terrenos divididos por muros de piedra volcánica donde los ganaderos protegen a sus vacas, o a la Serra de Santa Barbara, el punto más elevado de la isla repleto de bosques con árboles centenarios.
Ya en el litoral, es reconfortante la visita a São Mateus da Calheta, un puerto muy próximo a la capital para saborear el mejor pescado recién capturado en el océano, y a Biscoitos para apreciar sus viñedos plantados casi en la misma lava, probando después sus afamados vinos azoreños. Es este un lugar para bañarse en las piscinas naturales de Ponta dos Biscoitos, formadas entre rocas de gran belleza, que se originaron con erupciones volcánicas ya antiguas, con la lava solidificada, en piedra basalto. Su color oscuro contrasta de forma encantadora con el azul profundo del océano Atlántico.
Dentro de un tubo de lava
Por último, en el corazón de Terceira se encuentra su atracción turística más visitada, el Algar do Carvão, la auténtica postal de la isla, una enorme cavidad muy llamativa por sus bóvedas de lava solidificada en el interior del cráter de un volcán que alberga un lago natural en su interior. Durante su visita es casi imprescindible llevar ropa de abrigo y un chubasquero para no salir empapado del tour interior de la gruta. En el exterior, un enorme bosque de urzes o vassouras enamora al visitante por su belleza.
Nadie duda en el archipiélago que Terceira guarda con más recelo las viejas tradiciones de este rincón portugués: el vino, el queso, la música, el baile... pero una de ellas, muy arraigada, es la taurina, heredada de sus primeros pobladores y desarrollada por la presencia castellana en la isla durante el siglo XVI.
Desde el 1 de mayo al 12 de octubre se celebran a diario en calles, campos y playas de toda la isla las tradicionales touradas à corda y a veces incluso se organizan cinco festejos en un mismo día. Durante la fiesta el toro es controlado por una cuerda alrededor de su cuello, sostenida por seis pastores que dirigen el recorrido. No existe intención de matar al toro, sino únicamente la de divertirse, eso al menos dicen sus defensores. Otra devoción terceirense tiene que ver con sus imperios, unas capillas vistosamente decoradas con pequeños altares dedicados al Espíritu Santo. Hay unos 70 esparcidos por toda la isla y fueron los primeros isleños los que adquirieron la costumbre de invocar al Espíritu Santo para protegerse de las catástrofes naturales.
La isla de Faial, siempre a la sombra del Volcán de Pico en la vecina isla del mismo nombre, surge también en la zona central del archipiélago como un alto obligatorio en el océano Atlántico, a una distancia similar entre el espacio europeo y el americano, para un gran número de cruceros que atracan en el puerto de Horta, su capital.
Hoy este puerto deportivo sigue recibiendo a un gran número de yates y veleros y sus tripulantes continúan la tradición de pintar los muelles con grafitis para pedir la protección divina durante el resto de cada viaje.
Faial, tras los cetáceos
Estos navegantes y aventureros son los herederos de los primeros cazadores de ballenas norteamericanos, que llegaron en el siglo XIX o de las compañías submarinas que tendían cables submarinos entre los continentes y se citan como antaño en el Peter Café Sport para degustar platos de marisco y pescado, entregar alguna bandera de las naves, tomar un gin-tonic y visitar el museo de scrimshaw, que exhibe grabados en huesos y dientes de cachalote con escenas de la vida azoreña y de la familia de Peter.
En realidad, ese no era su nombre, pues se llamaba José, pero fue rebautizado por un marino británico que recaló en el puerto durante la Segunda Guerra Mundial. José le trataba tan bien que le pidió llamarle como a su hijo, al que echaba mucho de menos. Hoy, este café situado al lado del puerto con una terraza exterior lo regenta José Henrique Gonçalves Azevedo, uno de los cuatro nietos del fundador de este bar, quien siempre ayudó a los navegantes, algunos exhaustos y enfermos por las largas travesías, que llegaban a Horta en el siglo XX.
En Horta son muy clásicas las excursiones de avistamiento de cetáceos. En estas fosas marinas se pueden observar unas 25 especies de estos animales residentes y migratorios, aunque la colonia más numerosa es la de los cachalotes. “Este trabajo impacta siempre —comenta Norberto Serpa, pionero en la observación de animales bajo el mar en Azores—, y nos emociona que los cachalotes se concentren en nuestras aguas, pero la experiencia más alucinante se produce cuando ves de cerca una ballena azul. No se puede comparar con nada igual, es una animal de 30 metros y lo tenemos habitualmente en nuestras islas”, concluye Norberto, dueño de una empresa de avistamiento de cetáceos en la capital faialense creada en 1996 y con 20 años de experiencia marina a sus espaldas.
Las emociones tampoco cesan dentro de la isla, sobre todo en la punta oeste cuando te acercas al volcán Capelinhos, surgido de las profundidades del océano en 1957. El 27 de septiembre de ese año se asistió al inicio de una gran erupción submarina acompañada de gas y nubes de vapor que llegaron a alcanzar los 4.000 metros. Se formó entonces un primer islote que desapareció después hasta que un segundo islote-volcán quedó unido a Faial por un istmo de lava y de ceniza.
El volcán Capelinhos
Durante 13 meses, hasta el 24 de octubre de 1958, el volcán tuvo explosiones submarinas, erupciones, coladas de lava y lluvias de ceniza que recubrieron el pueblo de Capelo y su faro, que permanece hoy en el lugar como si fuera un espectro testigo de la catástrofe. Al final de la erupción el volcán había agrandado la isla 2,5 kilómetros cuadrados.
Los interesados en profundizar en la historia del volcán Capelinhos pueden visitar su centro de interpretación, que se sitúa bajo los restos del faro, comparando sus erupciones con las de otros volcanes del mundo. Toda una lección didáctica como la que podemos recibir en el Jardín Botánico de Faial, empeñado en salvar la flora autóctona de las islas, más allá de las hortensias que, por cierto, son una especie invasora y muy abundante en el archipiélago.
El jardín, que abarca 15.000 metros cuadrados, es una auténtica arca de Noé vegetal, con un banco de germoplasma o de semillas donde estas se limpian, germinan, se conservan en frigoríficos a muy bajas temperaturas y crecen para que no se pierda este tesoro natural. En la exhibición, que lucha por la recuperación de los hábitats y la sensibilización de la riqueza floral de las Azores, destacan también un orquideario muy original, los tréboles de cuatro hojas, los loureiros de grandes hojas y un ramillete de plantas curativas y plantas aromáticas.
Cómo llegar
La compañía portuguesa TAP (flytap.com) mantiene vuelos desde Madrid a Ponta Delgada, el aeropuerto de la isla de São Miguel, haciendo escala en Lisboa. Pero también ofrece vuelos con salida desde Barcelona, Bilbao, Valencia, Málaga, Sevilla, Gran Canaria, Tenerife, Fuerteventura e Ibiza vía Lisboa a Ponta Delgada y Terceira. El resto de las islas está conectado con los vuelos de la compañía Sata (azoresairlines.pt/en).
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