Recordar Galípoli, por Luis Pancorbo

El libro “Galípoli”, de Javier González-Cotta, ha reunido toda la historia de esa madre de las trincheras y pontones.

Recordar Galípoli
Recordar Galípoli / Ximena Maier

Este es un buen mes, y también el que viene y siempre, para pedir agua de la luna, lo imposible según un dicho de los javaneses. Es frase que sale en El año que vivimos peligrosamente (1982), la película de Peter Weir con Mel Gibson en el papel de reportero enamorado de la verdad y de Sigourney Weaver, y estando lo mismo de colado por ambos el enano camarógrafo (Linda Hunt). Pedir la luna se dijo siempre en español. Pero agua de la luna es más poético por lo imposible, hasta que los astrónomos decretaran que ese elemento existe en nuestro satélite y que procede del choque de los asteroides.

Pura agua de la luna es también el libro Galípoli, de Javier González-Cotta, no solo porque tiene 627 páginas y una edición impecable, sino porque ha podido reunir toda la historia de esa madre de las trincheras y pontones en un solo volumen. Y al mismo tiempo contando la complicada geografía de los Dardanelos, y la mitología del Helesponto, el mar que debieron cruzar Jasón y los argonautas en busca del vellocino de oro, colgado de un árbol. Y con la historia en paralelo de dos figuras, entre muchas, como Churchill y Atatürk. El primero en calidad de Primer Lord del Almirantazgo yendo literalmente en Galípoli de derrota en derrota hasta la victoria final. Y enfrente el general Mustafá Kemal, que no solo vence a los británicos sino ocho años después al exánime régimen de los sultanes, proclamando la República y aceptando para sí el título de Atatürk o Padre de los Turcos.

Pero si solo fuera eso, que no es poco como telón de fondo, González-Cotta llena su libro de más y más historias humanas, cronológicas, geográficas, tantas que merecen muchos viajes a ese lugar, al oeste de Estambul, que los turcos resumen con el nombre de Çanakkale. Un mundo aparte lleno de playas y tumbas, y al lado de Troya. Jean Giradoux vaticinó a la inversa que La guerra de Troyano tendrá lugar. Que no la habrá, ni la de Galípoli, siendo agua de sangre pasada.

Con su hilo de Ariadna, Javier desenreda el marco bélico y lo que les pasó a dos hombres apellidados Nogales. Uno fue el condotiero venezolano Rafael de Nogales, quien, convertido en un destacado oficial del ejército turco, vio los paisajes de casi todas las batallas desde el Cáucaso a Bagdad. El otro es el sevillano Manuel Chaves Nogales, el gran reportero del Heraldo de Madrid, que logró una entrevista que le valió uno de sus mejores libros, El maestro Juan Martínez que estaba allí. O cómo todo un oxímoron encarnado, un bailarín de flamenco nacido en Burgos, ve la Primera Guerra Mundial desde los cabarés de Estambul y más tarde la revolución de octubre en Rusia, siempre con una mirada más incisiva que su taconeo.

Pero González-Cotta no recorre Galípoli únicamente con evocaciones sino casi palmo a palmo, sus monumentos y cementerios, sus arenales y abrojos. Y rinde un gran homenaje a la película Galípoli (1981), la segunda que hizo el australiano Peter Weir, con Mel Gibson en el papel de Frank y Mark Lee en el de Archie, dos corredores con piernas como muelles de acero. “¿A qué velocidad puedes correr?”, le pregunta el tío Jack a Archie, quien responde: “A la velocidad de un leopardo”.

A la calidad en la carrera de un leopardo pertenece el Galípoli de Cotta, que nos permite viajar al corazón de la gran batalla perdida por los aliados, a su desembarco fallido con cientos de miles de muertos y heridos, aunque supuso una lección que se aprovechó luego en Normandía. El agua de la luna no es tan imposible.

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