Vulcanología, por Espido Freire

"El turismo de catástrofes se encuentra completamente integrado en las agendas habituales de los viajeros"

Ilustración Espido Freire

Espido Freire. 

/ Kike Lucas

Ha vuelto a rugir un volcán, y con él los ecos de otros tiempos en los que la tierra se rasgaba como castigo de los dioses a los humanos, y el recuerdo, insistente, pero borrado al poco tiempo, de nuestra insignificancia frente al destino y las fuerzas naturales. Más allá de las poco afortunadas y precipitadas declaraciones que llamaban al turismo con un fenómeno natural feroz y destructivo como reclamo, lo cierto es que el turismo de catástrofes, también llamado negro o macabro, se encuentra completamente integrado en las agendas habituales de los viajeros, en particular de aquellos que muestran un interés marcado por la historia: Hiroshima, los campos de concentración nazis, con Auschwitz a la cabeza, pero también Mauthausen, recuerdan el horror y la crueldad del siglo XX.

Auschwitz
Auschwitz / Foremniakowski / ISTOCK

Chernóbil, aún protegido por su aura de muerte y radiactividad, vivió un incremento de viajeros cuando apareció la serie protagonizada por Jared Harris y Emily Watson. Dunkerque o Sarajevo combinan su oferta de Carnaval y de mar y playa con las visitas a los lugares del desembarco de Normandía o el recorrido por el túnel de la Esperanza.

Pero si miramos más allá, en los momentos en los que los viajeros comenzaban a generalizar tímidamente el turismo, encontraremos dos ejes unidos por un volcán: el primero pivotaba en torno a Pompeya, Herculano y Estabia, cuyas excavaciones comenzaron por órdenes de Carlos III de España, entonces rey de Nápoles, que ordenó a Rocco Gioacchino de Alcubierre en torno a 1744 que tomara el mando de esa expedición. El fin era tanto científico como rapaz, porque la casi inagotable demanda de objetos de arte procedentes del mundo clásico, muy de moda entonces entre los nobles, podía verse saciada por la excavación en esa zona de Nápoles. Del hilo de esa sed llegaron a una inscripción que les indicaron que allí, bajo la lava, se encontraba la mítica Pompeya de la que había hablado Plinio el Joven y que mató a su tío Plinio el Viejo. El Vesubio había congelado una tragedia en el año 79.

Pompeya

Pompeya

/ mantaphoto / ISTOCK

El Grand Tour de los jóvenes acaudalados ingleses, alemanes, franceses, y más adelante americanos, se extendió hacia el sur de Italia. Pompeya pasó a convertirse en un paso obligado para todos los que, con la excusa de mejorar su formación, viajaban por los países de la ribera mediterránea. Las niñas mostraban con sus acuarelas que las horas de clase de dibujo no había sido desperdiciadas, y el saqueo sistemático de esos yacimientos adornaba los salones palladianos de las buenas familias. Pero el estudio y la investigación arqueológica se encontrará en deuda eterna con Pompeya.

Setenta años más tarde del inicio de las excavaciones en Pompeya otro volcán entró en actividad en la lejana Sumbawa, Indonesia. La violencia de ese acontecimiento fue tal que la erupción del Tambora de 1815 continúa siendo considerada la mayor de la historia. Los fallecidos se contaron por decenas de miles, y la influencia sobre el clima inició un invierno volcánico, que condujo a que 1816 fuera llamado el año sin verano, a la ruina de las cosechas y a una hambruna mundial.

Ajenos a esos datos y a esa desgracia, pero ateridos de frío, unos jóvenes ingleses que viajaban hacia el sur de Europa, huyendo de la mala fama ganada por sus escritos y su conducta, se detuvieron en Ginebra. Se llamaban Percy y Mary Shelley, y se hospedaron en la casa de su amigo, el poeta lord Byron. Unos meses más tarde, de las noches eternas de ese verano gélido surgieron dos novelas como Frankenstein y El vampiro. ¿Se hubieran escrito de haber continuado el viaje? Nadie conoce cuando se rasga la tierra, ni somos capaces de adivinar de dónde surgirá nueva vida de las viejas cenizas.

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