Vidas mágicas, por Luis Pancorto

Para vida mágica, la de la modelo Elle Macpherson, que asegura que "no hay nada fuera de mí que vaya a hacerme feliz".

Ilustración: Raquel Aparicio.
Ilustración: Raquel Aparicio.

Julio es un mes que ni pintado para el control del plexo solar, una parte del cuerpo humano que los yogis llaman manipura, "la ciudad de las joyas". Es un nombre magnífico, cree uno, para un sitio por donde pasa el amor antes que por cualquier otra glándula. David H. Lawrence, gran escritor no confundible con el avispado intrigante Lawrence de Arabia, fue un decidido partidario del plexo solar y de su enaltecimiento en los libros y la vida. Y es que a la sombra del plexo solar se han dado cita muchas vidas mágicas, o tenidas por tales. Son vidas de personas que han ido más allá de lo corriente en muchas actividades, las letras, los amores o los viajes, pero sin dejar de tener los pies en la tierra.

Viajero y ser singular como pocos fue Don García de Silva y Figueroa, embajador español en la corte de Persia en la época de Felipe III. Era un caballero extremeño, docto y sutil, la cuestión es si tenía poderes sobrenaturales. A sus sesenta años, algo que ahora supondría ochenta, era un hombre en plena forma. Sabía varias lenguas y estaba muy versado en Geografía e Historia, que, como se sabe, y por muchos cambios y maquillajes del tiempo que haya habido, son disciplinas que siguen un orden clásico: la Geografia manda y la Historia obedece. Don García de Silva escribió un libro de viajes en latín, titulado Comentarios, con buenas informaciones entre otras sobre Persépolis, los cultos fúnebres de los zoroastrianos (dejan que los cuerpos sean comidos por las aves carroñeras) y las corridas de toros persas. Sólo por eso merece reconocimiento, aunque la figura de Don García de Silva quedó pronto olvidada al fallecer en su viaje de regreso a España por mar en 1624, como recuerda Don Julio Caro Baroja en su esencial Vidas mágicas e Inquisición.

Pero descendiendo, o subiendo, al terreno de lo personal, incluso a esa zona siempre un poco tabú en España del plexo solar, encontramos que Don García de Silva no aceptaba, escudándose en su edad, que los persas le metieran mujeres en la cama. Dado que enviarle doncellas era un signo de una gran hospitalidad en el país los persas, supusieron que el embajador español tenía imperiosos motivos para rechazar el regalo. Y ahí vino la especulación. Si Don García de Silva no era muy impotente, o muy religioso, tenía que ser un ser mágico que ya hubiese visitado Persia con anterioridad, a lo mejor ochenta años atrás. Por lo tanto no había misterio en el comportamiento de Don García de Silva: conocía de sobra las costumbres del país, los usos de las mujeres y hasta de los abuelos de todos. El embajador, que era un hombre listo y discreto, no se puso a desmentir la vida tan mágica que le atribuían los persas y por eso tuvo tanto éxito en su misión.

Sin remontarse cuatro siglos, ni meterse en extrañas reencarnaciones, para vida mágica ahí está la de Elle Macpherson, la modelo australiana conocida con toda justicia como El Cuerpo. Cuando le preguntan qué le gustaría tener que no tiene, responde así: "Nada. Yo creo que todo nos viene de dentro. Hago introspección, muchísima meditación, y no hay nada, absolutamente nada fuera de mí que vaya a hacerme feliz".

Uno no sabía que El Cuerpo es una mujer avezada en los yoga-sutra de Patanjali, meditaciones y técnicas de respiración que procuran la última libertad. Elle pasa de todos y parece tener la "claridad suprema", estar en el punto de inflexión trascendental tras el que alguien empieza a mirar todo, incluso a sí mismo, con la benevolencia de un amigo de verdad. Se ha eliminado el deseo, una mosca ya espachurrada. La persona ha dejado de limpiarse, de cuestionarse, de perfeccionarse, consiguiendo al fin ser un cristal más puro que el de La Granja, una flecha disparada hacia la nada y que de pronto pierde el astil, la punta, las plumas, hasta la estela que deja en el aire, y se queda en inexistente.

No estaría de más aprender algo de todo eso en la luna en la que ataca la canícula con dentelladas de calor normal y el que viene como propina del calentamiento global de la Tierra, algo menos entusiasmante que el del plexo solar.

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