Viajar en tiempos de crisis, por Carlos Carnicero

Mi último viaje a Londres ha sido más barato. En esta vida se puede sacar partido con imaginación y talento incluso a las crisis.

Viajar en tiempos de crisis, por Carlos Carnicero
Viajar en tiempos de crisis, por Carlos Carnicero

Debiéramos empezar a pensar en formas alternativas de viajar porque el turismo no puede ser ajeno a la crisis que estamos atravesando. No vamos a seguir consumiendo como lo hemos hecho en Occidente en los últimos años. La fiesta está a punto de concluir y es posible que los modos de vida tengan que ser distintos. Pero, además, ¿hay alguien que pueda asegurar que el consumo es la esencia y la base de la felicidad? Cualquier viaje planificado soporta un recorte de presupuesto; lo más inteligente es establecer una ecuación que equilibre la economía con lo que de verdad proporciona la esencia del placer de un viaje. No siempre lo más caro da mayor satisfacción.

He estado de nuevo este verano unos días en Londres, en casa de un familiar muy cercano. Así pues no he gastado en hotel, lo que en Londres es un capítulo preocupante de la economía. La mayor parte de los días hemos cenado en donde yo estaba hospedado. Como había confianza me he ofrecido a realizar la compra y a preparar algunos platos. Una experiencia siempre recomendable. Los mercados forman parte del alma de las ciudades y permiten conocer mucho mejor a sus habitantes a partir de sus hábitos elementales. En High Street Kensington está The Whole Foods Market, uno de los más extraordinarios centros de abastecimiento que conozco. Desde los cortes de las carnes a los fiambres o los quesos, todo resulta excepcional; dispone además de una excelente bodega de vinos de todo el mundo y de todos los precios. Preparar una cena comprando en este establecimiento es un reto y deparará una tarde de indecisiones sobre las múltiples posibilidades que ofrece. Los ingleses disponen de excelentes materias primas. Se pueden preparar platos de cualquier recetario porque poseen todas las frutas, carnes, verduras y especias imaginables. Los precios ya no son diferentes de los que rigen en Madrid y Barcelona. Una excelente cena con estos productos puede retar al placer que proporcionaría comer en un restaurante sofisticado y el precio será la quinta parte.

La ciudad representa en sí misma el mejor espectáculo para el que no hay que pagar entrada. No hay como subirse al segundo piso de un autobús y dejarse llevar sabiendo que el mismo número de transporte nos traerá de vuelta. Mirar desde arriba, desde el segundo piso del autobús, permite una vista soberbia de una ciudad que no tiene excesivas alturas excepto en muy contados distritos. La gente que sube y baja del autobús en cada parada puede ser un excelente objeto de distracción porque en la capital del Reino Unido se sintetizan todas las razas, todas las culturas y todos los tipos humanos, con el aliciente de que el proverbial individualismo británico permite también observar con suma discreción sin que nada sea previsiblemente desagradable.

Los grandes almacenes son el escaparate de todas las cosas que existen en este mundo globalizado. Probarse una gabardina en Harvey Nichols no obliga a comprarla. Descubrir que acercarse a los objetos o tocarlos es una forma de poseerlos por unos instantes, forma parte de la sabiduría del viajero que determina que las cosas proporcionan satisfacción por proximidad, sin necesidad de pagar por ellas porque, además del agujero económico que proporciona toda adquisición, al poco tiempo, en la mayor parte de los casos, el placer desaparece como si la compra consumara la posesión; no es cierto, es mucho mejor y más barato almacenar los objetos en la memoria.

Mi último viaje a Londres ha sido sustancialmente más económico y me ha permitido reafirmar que la vida cotidiana, el placer de las cosas que no pueden tasarse en un precio, puede ser más intenso que otros experimentos mucho más costosos. En esta vida se puede sacar partido con imaginación y talento incluso a las crisis. Además, uno se quita años viajando más barato.

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