Último escondite, por Jesús Torbado

Una colaboración secreta entre la NASA y los japoneses ha realizado una cartografía exhaustiva de la Tierra.

Último escondite, por Jesús Torbado
Último escondite, por Jesús Torbado

Los profetas más avisados lo sabían hace mucho; nunca se atrevieron a decirlo, ni siquiera mediante el expediente de la parábola. Y todavía la mayor parte de la humanidad, tan ilusa siempre, acepta el engaño con más sorpresa que inquietud: rechaza admitir la finalidad última de todos los aparatos sospechosos e indescifrables que llenan ese espacio que ni es cielo ni es azul, amenazadores siempre por encima de nuestras cabezas, aunque las guardemos bajo tierra o en la guarida de castor. Una colaboración secreta entre la NASA norteamericana y el Ministerio de Industria japonés ha conseguido realizar una cartografía exhaustiva de la Tierra. Es decir, disponen ya de un mapa casi absoluto de todo cuanto existe a nuestro alrededor... y quizá también dentro de nosotros mismos.

Ya esa herramienta mágica que se llama Google y sin la cual parece imposible vivir en nuestros días nos regala después de unos clics nada complicados cualquier asunto que funcione bajo el ojo de los satélites. Puede uno fisgar en el torpe arte de segar césped de Clint Eastwood junto a su Gran Torino o cómo la misteriosa Elsa Pataky se cepilla los dientes perfectos (por no mencionar la solución morbosa de dónde se dejó el señor Moratinos olvidados en Cuba sus documentos secretos y qué se decía en ellos). En cualquier momento dominaremos la Earth de tal manera que podremos conocer desde el ordenador la calidad del humo que brote de nuestra chimenea, tanto si la poseemos en Svalbard como si la escondemos en Sulawesi o en Atacama.

Estas cosas, estos científicos grandiosos a quienes se les paga la milésima parte que al señor Ronaldo de Madeira, por cierto, producen un mareo y una incomodidad muy profundos. Mas llegados -¡y gratis!- a la web http://gdem.aster.ersdac.or.jp tendremos a mano las fotografías tomadas desde un satélite con tecnología Aster (que debe de estar muy lejos de los píxeles de nuestros móviles) hasta del último pliegue de la Tierra. Un millón trescientas mil imágenes.

Aseguran que ese mapa resultará utilísimo, no tanto a los alpinistas aficionados y profesionales -pues es el no va más de la orografía, ya que la elevación del terreno se ha medido cada treinta metros- como a los que tratan con volcanes, a los que buscan energías nuevas, a los ingenieros de obras públicas, a los que persiguen las madrigueras de los virus gripales... Los últimos transbordadores espaciales de la NASA tenían ya fichado el 80 por ciento de la superficie de la Tierra. Parece que se escapaban a su control ciertos desiertos y algunos otros rincones.

Un viajero honrado tenía ya derecho al desánimo e incluso a la desesperación más amarga. ¿Ahora, entonces? La hazaña nipoyanqui nos habría dado el golpe de gracia si no avisara también muy amablemente de que esta ultimísima tecnología sólo ha pillado el 99 por ciento de la corteza de nuestra casa terrenal. Queda por lo tanto un uno por ciento sin conocer, sin retratar, sin patrullar, sin censurar.

Ahí está por tanto nuestra salvación, ahí se esconde el tesoro, ése es el último refugio. Y no es aseveración irónica porque el uno por ciento de la superficie terrestre -incluida la parte acuática, desde luego, que es el 70 por ciento- es nada menos que cinco millones cien mil kilómetros cuadrados, si no se le han oxidado por completo sus recuerdos matemáticos a este cronista. Un espacio, para ser más gráfico, como diez veces España.

Desde este punto de vista la hazaña de los científicos norteamericanos y japoneses, llamativa y acaso útil para algunos, no es panacea alguna. No hay que asustarse. El viajero que inicie ahora su camino, aun descontando las imposibles rutas marinas, tiene espacio sobrado para caminar a su antojo, para no sentirse vigilado por satélites -aunque sí, siempre, por policías, como bien amargamente lamentaba Max Frisch-, para sentir la libertad y la esperanza. Habrá que agarrarlas enseguida, antes de que los satélites y los políticos que los controlan acaben con ellas.

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