Tres mujeres viajeras contra viento y marea

Por el Día Internacional de la Mujer, recordamos a tres aventureras históricas

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3 mujeres viajeras / Lloyd Arnold

Rosita Forbes

“Al buscar un comienzo mío como persona lo encuentro a bordo de un carguero navegando entre Massava y Suez”

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“¡Es un fraude, semejante viaje es imposible!”, exclamó un incrédulo al escuchar cómo Rosita Forbes se enfrentó al hambre, la sed y las tormentas de arena para alcanzar el oasis de Kufara. fue la primera mujer en apuntarse esta hazaña. Periodista y escritora, recorrió Oriente Medio, África, Asia, Europa, Estados Unidos y Sudamérica. La suya fue una vida de glamour y aventuras.

Rosita Forbes (1890-1967) se topó con tres hándicaps en su carrera como exploradora: “Por disparates de la vida, había nacido mujer. Además, era joven. Y supongo que, en aquellos tiempos, era guapa”. A su favor tenía pertenecer a la society inglesa, pero Westminster no acababa de complacerla: “Yo soy una gitana. Tengo que estar al sol”. ¡Clavadita a su abuela!, una señora medio española, medio escocesa, que se cruzó los Andes al trote. De ella heredó el espíritu de aventura y el nombre de pila. l apellido se lo dio su primer marido, un militar que la llevó por China, India, Australia...

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3 mujeres viajeras / Fox Photos

Aunque enseguida empeñó la alianza para ver mundo por cuenta propia. Fue chófer de ambulancias durante la guerra y reclutó a una amiga con quien volteó, en un año, por más de treinta Estados. Se ganó la fama al atravesar el desierto de Libia hasta Kufara, territorio violento con el infiel extranjero; ocultó su osadía bajo ropas de beduina, junto a una Colt, una Kodak y una brújula que manejaba al nivel de su deficiente árabe. Este mismo disfraz lo usó en un peregrinaje frustrado a la Meca. Le aconsejaron que se fuera de compras a Inglaterra y se marchó a Abisinia, donde filmó una película. “¿Cuándo va a sentar cabeza?”, le preguntaban. “Cuando las plantas de los pies dejen de picarme”. Se retiró en el Caribe.

Viajar hasta salirse del mapa

“Viajé sola, a caballo, en mula o en camello, en cualquier vehículo imaginable, desde balsas hasta carros blindados o junto a compañeros fortuitos a los que aprecié, amé y dejé a la velocidad de un cometa. Deambulé por ahí hasta salirme del mapa”. Viajó de Ankara a Afganistán y de Kabul a Samarkanda. Por Persia, China, Kenia, Rusia, Brasil, Argentina... “Disfruté mucho”. Y cautivó al público con sus libros.

Martha Gellhorn

“Solo tengo que ir a otro país, otro cielo, otro idioma, otro paisaje distinto, para sentir que vale la pena vivir”

Sobra decir dónde nació, Porque tuvo casa en Cuernavaca, el valle del Rift, Gales, Roma... y viajó por más de cincuenta países: “No me gusta ningún lugar de forma permanente”. Tampoco merece la pena mencionar a su ex esposo famoso... “¿Por qué debería ser una nota a pie de página en la vida de otro?” Su biografía es más que emocionante por sí sola, pues fue testigo como reportera de los mayores conflictos del pasado siglo.

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Corresponsal de su tiempo

Martha Gellhorn (1908-1998) se marchó a París con 75 dólares y una máquina de escribir. Tenía veintipocos años y había dejado la universidad con la idea de trabajar en el extranjero como corresponsal de prensa. Una acreditación de periodista fue su pasaporte para cruzar la frontera y combatir con sus crónicas en la guerra civil española: “Este país es demasiado bonito para que caiga en manos de los fascistas”.Estuvo en el campo de batalla cuando la Unión Soviética atacó Finlandia; viajó a China durante la contienda sino-japonesa; narró el Blitz de Londres, se coló en el desembarco y entró en Dachau con los aliados. Desde primera línea de frente, escuchó los disparos entre israelíes y árabes, criticó el horror de Vietnam y la invasión estadounidense de Panamá. En Río de Janeiro investigó los asesinatos a niños callejeros. La trinchera bosnia ya le pilló demasiado mayor.“Es extraño que uno sienta una vocación, pero aún más que esta perdure. ¿Quién podía prever el efecto permanente de mis viajes infantiles en tranvía? Ningún otro estilo de vida me habría interesado tanto ni durante tanto tiempo”. Se retiró de la vida a los 89 años, ingiriendo una sobredosis de barbitúricos. Enferma de cáncer y casi ciega, ya no podía ver ni contar el mundo.

“Tras presentaros mis credenciales para que creáis que sé de lo que hablo, os ofrezco un relato de mis mejores viajes horribles, escogidos de una amplia gama, recordados con ternura una vez superados”, comenta Martha Gellhorn en el prólogo de Cinco viajes al infierno. Aventuras conmigo y ese otro, libro publicado por Altaïr Ediciones donde la reportera de la revista estadounidense Collier’s Weekly recopila los apuros pasados por el Caribe y por China durante la Segunda Guerra Mundial, una incursión en la complicada y hermética Rusia comunista... y el texto al que corresponde el fragmento siguiente: un safari africano; es decir, lo que se suponía que iba a ser “viajar por placer, la idea más atrevida hasta el momento”.

Amelia B. Edwards

“El cansancio no significa nada para mí y el peligro no tiene nada que ver conmigo. No tengo miedo de nada”

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Para los antiguos egipcios, el símbolo anj representaba la vida eterna que le esperaba al difunto en el inframundo. Bien lo sabía Amelia B. Edwards (1831-1892), quien aprendió a traducir jeroglíficos a base de observación y mucho empollarse a Champollion.Amy apuntaba maneras desde pequeña: “Siempre estaba escribiendo o dibujando mientras las otras niñas jugaban con muñecas”. Invirtió sus ganancias como periodista y literata en viajes por Francia, Alemania, Austria, Suiza, Italia y los Dolomitas: “Los pasos de montaña son extremadamente largos y fatigosos para señoras a pie, y no debieran intentarlo si no pueden aguantar entre ocho y diez horas a mula”.

Así acometió la primera ascensión conocida al Sasso Bianco, junto a dos guías y una amiga, la misma con quien se embarcó en un crucero Nilo arriba. Improvisó una excavación en Abu Simbel y denunció su estado lamentable de conservación: “Tal es la suerte de todos los monumentos. Los turistas pintarrajean nombres, fechas y caricaturas en ellos”. Creó una fundación que aún hoy vela por el patrimonio faraónico, impulsó campañas arqueológicas y llegó a ser una respetada especialista: “Sé más sobre la historia de Egipto y los descubrimientos recientes que nadie”. Un anj de piedra y un obelisco protegen su sepulcro.

Una excursión de mil millas Nilo arriba

Miss Edwards llegó a El Cairo el 29 de noviembre de 1873, “literal y prosaicamente, en busca de buen tiempo”. Alquiló una dahabiya (barca tradicional egipcia) y durante siete meses visitó Tebas, Karnak, Luxor, el Valle de los Reyes, Nubia y la Gran Catarata, el templo de Ramsés II, Wadi Halfa... Y pasó por Beirut, Damasco, Constantinopla, Atenas, Corfú, Trieste, Viena y Frankfurt en su viaje de regreso a Londres. Dio cuenta literaria de este viaje en A Thousand Miles up the Nile (1877), que la propia autora ilustró con sus acuarelas y que se convirtió en un éxito de ventas. La editorial Círculo de Tiza ha recuperado parte de este relato en Egipto. Sueño de dioses, libro al que pertenece el fragmento que se reproduce a continuación.

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