Todo a cien, por Javier Reverte

Todo a cien, por Javier Reverte
Todo a cien, por Javier Reverte

El avance de la ciencia y de la tecnología en nuestra era es de tal calibre y tan vertiginoso, que ha acabado con nuestra capacidad de sorpresa. El impulso de la informática, el universo digital, los telefónos celulares, la clonación, los GPS e, incluso, la viagra, entre otras muchas cosas, no los hubiésemos podido imaginar hace apenas una década. Y ya forman parte inseparable de nuestros hábitos. No obstante, una noticia que acabo de leer hace unos días me ha hecho recuperar esa perdida capacidad de asombro: la construcción de una ciudad en China, a unos doscientos kilómetros de Shanghai, Tianducheng, que es sencillamente una réplica de París.

La primera ciudad clónica de la Historia, como podríamos defi nirla, tiene bulevares de estilo semejante a los que diseñó el barón Haussman, una Torre Eiffel de 108 metros de altura, Arco del Triunfo, fuentes como las de Versalles y una avenida principal calcada a los Campos Elíseos. Los promotores de semejante invento pretenden que, dentro de unos años, se haya doblado su extensión, que ahora es superior al millón de metros cuadrados, y que la habiten cien mil personas, en lugar de las dos mil que por ahora viven allí. La urbe ha sido bautizada, como he dicho, con el nombre de Tianducheng, que significa Ciudad Celeste. Ignoro si cuenta con un Moulin Rouge, un desvío del Yang-Tsé que se parezca al río Sena, un Pigalle, un Quartier Latin o un Montparnasse. Pero al tiempo... Los chinos son capaces de hacer cualquier cosa que se propongan: fíjense ustedes, si no, en la Gran Muralla, la única construcción humana que puede distinguirse desde el espacio. Por lo visto, la idea de construir un París chino tenía un doble propósito: de una parte, la especulación urbanística, un fenómeno que no es propiamente español, contra lo que pueda parecer; y de otra, hacer posible que los ciudadanos chinos que no cuenten con medios económicos sufi cientes puedan conocer París sin necesidad de pagarse un costoso viaje.

Si la idea fructifica, como parece ser que está sucediendo, detrás del París chino podrían venir también un Nueva York chino, un Londres chino y, por qué no, un Madrid chino. ¿Cómo bautizarían a un Madrid clónico? Pues lo oportuno es que fuera algo así como Ciudad Marrón, por la boina contaminante que tenemos cada día sobre la cabeza. Confieso que me gustaría ver ese París asiático. Y, sobre todo, tratar de averiguar cómo van a ir haciendo la ciudad cada vez más parisina. Imaginen: tendrán que servir comida francesa en numerosos bistrots y crear un barrio caliente como Saint Denis. Pero eso no serán en ningún caso problemas de envergadura, porque los chinos, en la comida, son muy parecidos a los franceses, puesto que ambos pueblos comen vísceras, ancas de rana, pato y aman la carne, aunque los galos no comen perro. Por lo que respecta al sexo, en todos las lenguas del mundo, incluida Francia, a la zona de la urbe destinada a la prostitución se la conoce como "barrio chino". De modo que construir un barrio chino en la Ciudad Celeste será tan sólo una cuestión de poner chicas chinas en las esquinas.

Otra cuestión a considerar en Tianducheng será abrir tiendas de alto nivel parecidas a las que alberga la capital francesa. Pero eso tampoco será un grave problema. ¿No lo falsifi can todo los chinos? Relojes Cartier, camisetas Lacoste o ropa femenina de George Reich pueden encontrarse en los baratillos de todo el mundo con la etiqueta Made in China.

Lo gracioso es que, mientras China ya está en Europa desde hace varios años, las ciudades europeas no habían llegado hasta ahora a China. Pero al fin tenemos un París al que acabaremos yendo todos para conocer la Ciudad de la Luz a precios razonables, todo a cien.

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