Praxíteles en París, por Javier Reverte

Praxíteles en París, por Javier Reverte
Praxíteles en París, por Javier Reverte

En un reciente viaje a París, hace cosa de un par de meses, me encontré con una agradable sorpresa: el Museo del Louvre dedicaba una exposición a uno de los mitos más imponentes de la historia de la escultura, el griego Praxíteles, que vivió durante el siglo IV antes de Cristo. La exhibición se clausurará a finales de junio y cuenta con casi doscientas piezas escultóricas, además de unos pocos cuadros del siglo XIX que, de una u otra forma, tienen alguna relación con el escultor, como los dedicados a reproducir el mito de la bella Friné, que fuera amante y modelo, según la tradición, del gran artista ateniense.

El gusto en la exposición de las piezas y el orden pedagógico elegido por los organizadores resultan exquisitos y muy cuidadosos del detalle. Las salas, casi en penumbra, fijan sus luces en los mármoles, bronces y lienzos, dando a la exposición la atmósfera de un viaje en el tiempo. Y grandes paneles, escritos en griego y en francés, ilustran a los visitantes sobre la vida del escultor, su estilo, el destino de su obra y su influencia a lo largo de los siglos.

Praxíteles puede ser considerado el último de los escultores del periodo clásico griego, después de Mirón y Policleto, y también el artista que abre la vía al llamado periodo helenista. Mirón y Policleto, en el siglo V antes de Cristo, fueron los forjadores de una escultura serena, sobria, armónica y, en cierto modo, fría en su magnificencia. El segundo de ellos fue, además, el creador de las medidas áureas, esto es, las proporciones del cuerpo humano ordenadas matemáticamente en la definición de lo que era para él y sus seguidores la perfección absoluta, una suerte de canon corporal. Contemporáneos de Aristóteles hacían suya la definición que daba el filósofo a la tarea del artista: "Apropiarse de la belleza". Praxíteles, nacido en los inicios del siglo IV, respetó esas medidas y proporciones, pero dotó a sus figuras de una cierta sensualidad que no existía antes de él. Por decirlo de una manera simple, le dio un papel majestuoso a la línea curva. No en balde, fue el primer artista en la historia que cinceló una mujer completamente desnuda: la Venus de Cnido.

Lo más asombroso de la exposición, sin embargo, consiste en el gran interrogante que los organizadores no dudan en poner en un primer plano: salvo la peana de una escultura de mármol hoy perdida, en la que aparece la inscripción "Praxíteles lo hizo", no hay certeza de que ni una sola de las piezas expuestas en el Louvre saliera de la mano del artista. Los expertos conceden la posibilidad tan sólo a una cabeza de la diosa Artemisa, aunque para unos cuantos despierta ciertas dudas su autoría, ya que se aparta del estilo que se supone al mítico escultor. Quiere decirse, en fin, que estamos ante la exposición de un fantasma y que las obras expuestas pueden o no haber sido concebidas por alguien que se llamó Praxíteles.

Por fortuna, contamos con numerosos testimonios de viajeros que en siglos posteriores admiraron las obras del artista, entre ellos Pausanias, autor, por llamarlo de alguna manera, de la primera guía turística de Grecia. Pausanias describió obras que vio con sus propios ojos. Y así sabemos de la Venus de Cnido, también el Apolo Sauroctone (el "matador del lagarto") y del Sátiro en reposo, por poner sólo algunos ejemplos de los trabajos más afamados del escultor ateniense. ¿Y qué vemos entonces en la muestra del Museo del Louvre? Pues, sobre todo, muchas obras de la época del Imperio Romano que fueron réplicas exactas de los originales del autor.

Y ahí está Afrodita desnuda, dispuesta a tomar un baño, con la mano derecha tapando púdicamente su sexo o quién sabe si insinuándose. Y Apolo apoyado en el tronco del árbol dispuesto a matar al lagarto, un bello cuerpo de muchacho de aire ambiguo, quizás un joven efebo homosexual. Y ese sátiro, muy bello también, que sonríe con guasa mientras inclina su cuerpo desnudo, levemente, hacia su cadera derecha.

No está Praxíteles, pero su fantasma sigue asombrando al mundo casi mil cuatrocientos años después de su muerte.

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