Paseos de Londres, por Luis Pancorbo

La organización llamada "London Walks" ha diseñado en la City paseos insólitos guiados por jóvenes actores y universitarios. Se pueden elegir recorridos como "Tras las huellas de Sherlock Holmes" o "El paseo de Jack el Destripador".

Paseos de Londres, por Luis Pancorbo
Paseos de Londres, por Luis Pancorbo

Un río de gente va los sábados al mercado de Portobello Road, pero al pasar por esa calle son pocos quienes se fijan en la casa adosada donde vivió un tiempo George Orwell, el escritor que contó a qué sabía la vida a ras de alcantarilla en su espeluznante libro de viajes Sin blanca por París y Londres. La modesta vivienda está señalada por una placa que no se lee pues hay prisa por llegar al mercado y el señor Orwell, autor de obras clave como Rebelión en la granja, Homenaje a Cataluña, 1984, Días birmanos... se ha quedado un tanto desvanecido por las novedades. Él inventó el Big Brother, punta del iceberg de una sociedad ya sin conciencia ni libertad, y ahora ese título se emplea ya para casi cualquier cosa. La gente de lo que tiene ganas realmente en Portobello es de regatear una vieja porcelana. Si acaso, se compra un delicioso queso de Shropshire, esa maravilla de corteza anaranjada y venas azules que no hace añorar al Stilton. Además, según la suerte y el día, se puede escuchar a unos muchachos de Chicago, The Hypnotics, que hacen un jazz muy meritorio y encima no pasan la gorra, con lo cual la gente les da más dinero de lo previsto.

Son las buenas pulgas que corren en general por un mercado londinense cuyo nombre viene del Portobello de Panamá, el puerto colombino donde Drake perdió su tambor, es decir, donde echaron su cuerpo al mar en un ataúd de plomo. Sin embargo, la ciudad de Londres está surcada de hilos más sutiles, como si fuesen los trazos de la canción usados por los aborígenes australianos para indicar territorios del mito. Una organización llamada London Walks se ha especializado en los paseos insólitos y guiados, ya sea por jóvenes actores o por universitarios, cicerones poco convencionales pero muy puestos en sus materias y muy hábiles para coger los transportes urbanos londinenses. Se puede elegir Tras las huellas de Sherlock Holmes, un curioso recorrido que naturalmente arranca en Baker Street y luego pasa por Charing Cross, el Strand, Covent Garden... O El paseo de Jack el Destripador, que empieza después de las siete y media de la tarde y a partir del metro de Tower Hill. Desde luego, nada de finuras ni mignardises.

También le puede dar a uno por querer saber más del viejo barrio judío de Londres, o de los secretos y esplendores no tan evidentes de San Pablo. Si uno es buscador de huellas literarias, le faltarán pies y horas dado que Londres rebosa de sitios pisados por Shakespeare, Dickens, Wilde... Otros prefieren recorrer el presunto mundo de Harry Potter o del Código Da Vinci. O para paseo que nunca falla, el que lleva hasta las tabernas del viejo Londres, unos locales auténticos donde reside el zeitgeist de la ciudad, y el espíritu del tiempo no es cualquier fantasmada al uso. No dan ya en todos los pubs pastel de carne con riñones, pero no ha de faltar la tradicional pinta de una cerveza tan aparentemente amarga como la London''s pride ("el orgullo de Londres").

Si todo eso no le gusta al viajero, puede meterse él solito en el Museo Victoria Albert, y no tanto por su despliegue de artefactos y diseños, desde apabullantes piezas de plata y ajuar victorianos a las minifaldas de Mary Quant, como por las colecciones de arte de otros países que el Imperio vio bien empaquetar para casa. Lord Elgin, un pionero, se trajo a Londres en el año 1804 diecisiete naves cargadas de mármoles del Partenón y en parte siguen en el Museo Británico.

En el Victoria Albert no son menos interesantes piezas más menudas como un par de brazaletes indios de oro y gemas -adquiridos en el siglo XVIII por el caballero John Johnstone of Alva-, que además incluyen una pequeña talla de Kirttimukha hecha en el estilo haloface, "rostro con halo", usado en arquitectura y joyería. Lo importante es que esa máscara servía, y quién sabe si sirve aún, para aterrar a los infieles y proteger a los devotos que la llevan en el brazo.

Uno se pregunta qué pasaría si algún día hubiese que devolver todo lo que Europa se llevó del arte de los otros. Londres no sólo atesora los frisos y metopas del Partenón ateniense sino también las mejores piezas de la India, de China y de todo el mundo conocido. En la sección islámica del Museo Victoria Albert hay también impresionantes inscripciones, mayólicas, arquetas..., que proceden de Córdoba y sobre todo de Medina Azahara. Pero como eso era del tiempo de los musulmanes en Al Andalus, se supone que el gobierno de Madrid no va a pedir peras al reloj de la historia.

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