Nuevas trampas para turistas en Barcelona: "Beer: 4 €. Zumo de cebada: 1,5 €"

Nuevas trampas para turistas en Barcelona: "Beer: 4 €. Zumo de cebada: 1,5 €"
Nuevas trampas para turistas en Barcelona: "Beer: 4 €. Zumo de cebada: 1,5 €" / Istock

El barcelonés es ya el Correcaminos pintando una señal falsa en la carretera para que el Coyote acabe en un acantilado. Es, también, el que se plantea instaurar algún tipo de doble moneda. Es, en definitiva, el niño astuto y con miedo de 'Solo en casa', que pone trampas para los ladrones y grita: “Es mi casa y tengo que defenderla”.

Si el vecino se ha convertido a la vez en el Correcaminos, en la economía de una isla de las Antillas y en Macaulay Culkin es porque en un año llegaron a la provincia de Barcelona unos 26 millones de turistas. Y, más allá de pancartas, parece que la ciudad empiece a rebelarse con medidas prácticas.

Señales falsas

Hace un año, las calles cercanas al Park Güell amanecieron con unas pintadas. No eran las típicas de “Tourists go home”. Eran mucho más sibilinas. Cerca de la parada de metro de Vallcarca, las fachadas mostraban unos grafitis: una flecha que indicaba la dirección para llegar al edén modernista. La cosa es que esa flecha, como las del Correcaminos, no llevaba verdaderamente al parque de Gaudí, sino al Tibidabo.

Vista de la ciudad desde el Parque Güell en Barcelona, España

Vista de la ciudad desde el Parque Güell en Barcelona, España

/ Istock

Estas tácticas de guerrilla van más allá de la señalética autogestionada. Se ha visto en las de Gràcia, pero también en las del Eixample Dret y en muchas más. En algunas fiestas de barrio, en la facción alternativa de estas, hay casetas que emplean una maniobra invencible. En ellas, se anuncia la cerveza a dos precios: “1 Beer” cuesta cuatro eurazos, pero en el mismo cartel el vecino avispado leerá “Zumo de cebada” o “Suc d’ordi” y esa consumición (esta cerveza, con un nombre más poético) costará solo 1,50 euros. El guiri que se tome la molestia de googlear esta otra bebida, pensando que es tan typical catalan como la ratafia, tendrá premio. Propongo más nombres, subiendo la apuesta lírica: ambrosía con riachuelo (para el gintónic) y elixir de las doce campanadas (para el vino).

Esto, claro, podría llegar a una doble moneda, como en Cuba con el peso nacional (CUP) y el peso convertible (CUC), donde una tableta de chocolate puede tener un precio y otro diez veces mayor. Al fin y al cabo a mí me han cobrado en el Gòtic cuatro euros por una cañita y, ante mi reacción, la camarera me contestó: “precio turista, amigo”. Propongo llamar a la moneda local barcelonesa “Copito”. Me suena muy nuestro y, al mismo tiempo, resuena en ese nombre el kopek de las novelas rusas.

Esta maniobra de distracción la he visto también en bares y restaurantes. Hace unos meses, en un local de menú a 12 euros, de calidad estratosférica y cocina casera, en La Salut, la persiana estaba a medio bajar. En la pizarra, y en catalán, habían apuntado en tiza los platos del menú. Pero en la persiana habían pegado con celo un DINA 4 donde ponía: “No menú today. Takeaway”. Yo entré y me zampé una sopa de pescado de pistones y unas costillitas. Los que leyeron el papelito, no. Ese takeaway parecía una invitación a llevarte el 'trinxat' fuera del Espacio Schengen.

Lo más espectacular fue, sin embargo, ese truco de prestidigitación a lo David Copperfield: el bus de barrio más perjudicado por el turismo hacia el Park Güell, el número 116, de repente desapareció. Sí, al menos dejó de salir el Google. Tras mucha protesta vecinal, porque las yayas hacía años que no lograban sentarse, el Ayuntamiento logró que no apareciera en las aplicaciones, como si fuera el Castroforte de Baralla inventado por Gonzalo Torrente Ballester, que no salía en los mapas. Quizá, si aumenta el turismo masivo, algún día no salga Barcelona en Google. 

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