La nueva puerta de México, por Mariano López
Será un emblema de México. Con el Sol, el águila, la serpiente, el cactus y la influencia de Félix Candela.

La primera vez que llegué al aeropuerto de la ciudad de México cometí todos los errores posibles. Eran las dos y media de la madrugada. Había perdido la conexión con el siguiente vuelo y no podía recuperarla hasta la mañana siguiente. Recogí mi maleta, salí por la puerta del vestíbulo principal, tomé el primer taxi que apareció con el cartel de Libre y le pedí que me llevara a un hotel cercano, cualquiera que le pareciera bien. Mi actitud le pareció muy extraña al taxista, poco acostumbrado a tal exceso de confianza. "¿Es la primera vez que viene a México?", me preguntó. "¿No conoce a nadie? ¿No le espera nadie? ¿Le da igual un hotel que otro?". Unos minutos después, aún sin salir de su asombro, el taxista me dejaba a la puerta del primer hotel que encontramos. Al llegar a la habitación, encendí la televisión y, desde la ducha, escuché un anuncio -un comercial, como dicen allí- de la Policía Nacional mexicana. Pedía a quienes llegaban a cualquier aeropuerto que no tomaran el primer taxi que se encontraran sino uno previamente concertado, fueran precisos con la dirección, dieran a entender que alguien les estaba esperando e informaran de su paradero a un familiar o un amigo. Justo todo lo contrario de lo que yo había hecho. Mi comportamiento había sido un completo disparate, sí, pero también -pensé, tiempo después- una prueba más del infinito número de personas honradas, amables y tranquilas que conviven en el D.F.
Desde aquel primer aterrizaje, tengo una especial simpatía por el aeropuerto de la ciudad de México, un gigante que, al parecer, se ha quedado obsoleto y ya tiene sucesor. Comenzará a construirse el próximo año, 2015, en unos terrenos próximos al actual, que terminará reconvertido en suelo para parques y jardines. Cuando inaugure su primera fase, en el 2020, tendrá capacidad para acoger 50 millones de pasajeros al año, y cuando se complete, en el 2065, podrá atender hasta 120 millones. Será uno de los primeros aeropuertos en los que no habrá colas de facturación ni mostradores, si se cumplen las actuales previsiones. Los viajeros podrán facturar desde las tiendas o desde los restaurantes, con su teléfono móvil. Tampoco hará falta cargar con las compras. Bastará con escanear el objeto deseado y la tienda lo enviará por correo. Muchas áreas contarán con empleados virtuales. Cada día, miles de personas entrarán al aeropuerto sin que su objetivo sea volar, atraídas por las posibilidades de ocio que ofrecerán las calles con tiendas, cines, piscina, restaurantes, áreas de juegos y centros de yoga.
Será también un emblema de México. Sus arquitectos, el mexicano Fernando Romero y el británico Norman Foster, han diseñado las formas del nuevo aeropuerto con el Sol y la X de México, y con el águila, la serpiente y el cactus, los símbolos que, según el mito, señalaron a los mexicas el lugar donde debían construir Technotitlan. Tendrá también un cierto eco español. Romero y Foster han destacado la influencia en sus ideas del arquitecto español Félix Candela, un genio cuyo propósito fue siempre realizar obras bellas y duraderas y cuya última obra fue la cubierta de L''Oceanografic en Valencia.
Félix Candela Outeriño nació en Madrid en 1910, el mismo año en que un avión sobrevoló, por primera vez, los cielos de México. Fue un excepcional deportista, mientras desarrollaba sus estudios en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Formó parte de la selección española de rugby, fue campeón de Castilla de salto con pértiga y campeón de España de saltos de esquí. La guerra frustró su posterior formación, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y su carrera como deportista. Se alistó en el ejército republicano, combatió en el frente y ascendió hasta capitán. En el 39, cruzó la frontera, estuvo detenido en un campo de prisioneros de Perpiñán y luego se exilió a México. Comenzó su carrera como arquitecto en México con el viento a favor, durante los años en que el presidente mexicano Miguel Alemán Valdés impulsó la obra pública por todo el país y, en especial, en su querida Acapulco. A Candela le llovieron los contratos. Primero en Acapulco y luego por todo México tras el éxito y la fama obtenida por una de sus creaciones: el Pabellón de los Rayos Cósmicos, un laboratorio especializado en la medición de neutrones que Candela levantó con una estructura sencilla, un cascarón de láminas que obtenía su notable resistencia por la forma de sus curvas y que fue aplaudido por su extrema delgadez y, sobre todo, por su belleza. El prestigio de este pabellón le llevó a la universidad. Fue catedrático de la Universidad Autónoma de México y, en paralelo, responsable de una constructora que firmó casi 1.500 proyectos, entre ellos su posible obra cumbre: el Palacio de los Deportes de la ciudad de México, inaugurado para los Juegos Olímpicos de 1968. Su segundo matrimonio, con la arquitecta Dorothy Davies, le llevó a vivir a Chicago, donde obtuvo la ciudadanía estadounidense, la tercera en su vida, tras la española y la mexicana. Obtuvo una cátedra en la Universidad de Illinois, en Chicago, y participó como asesor o consultor en numerosas obras, por todo el globo. Mientras trabajaba en Valencia, en la cubierta con forma de nenúfar gigante del restaurante de L''Oceanografic, sufrió una recaída de un problema cardíaco. Regresó a Estados Unidos y falleció, poco después, en un hospital de Durham, en Carolina del Norte. Su obra, sus ideas, estarán presentes en la puerta de entrada a la ciudad de México, el colosal aeropuerto con el que Foster y Romero tratarán de adelantarse al futuro.
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