Maravillas en el cielo, por Mariano López

Ilustración: Ximena Maier
Ilustración: Ximena Maier

Agosto es el mes de las perseidas. Cada año, en torno a los días 12 ó 13 de agosto, la Tierra se encuentra en su viaje anual con los restos de un cometa y el cielo lo celebra llenándose de estrellas fugaces que en ocasiones aparecen con la cabeza coloreada de azul y la cola anaranjada. Las llaman "perseidas" porque parecen salir de la constelación de Perseo, rumbo hacia Casiopea. También las llaman "lágrimas de San Lorenzo", porque aparecen poco después del día del ajusticiamiento del santo mártir, que murió ahorcado, degollado o asado por el emperador Valeriano después de que éste le pidiera los tesoros de la Iglesia y el bueno de Lorenzo se presentara ante el emperador con pobres, ciegos, leprosos y otros desvalidos. El cielo debería ser una asignatura obligatoria para los ciudadanos o, al menos, una afi ción mimada y protegida, con el tratamiento de necesidad. Muchos de nosotros sentimos que las luces, las torres y la contaminación de las ciudades nos han robado la mitad del mundo; la parte de arriba, el lugar que nos recuerda que formamos parte de un formidable baile de galaxias, agujeros negros, enanas, cuásares y supernovas, un grandioso espectáculo que, esta noche, una vez más, no podré ver. Mi amigo Jorge Víctor Sueiro sostenía, además, que muchas estrellas eran la forma que cobraban los buenos viajeros tras su último viaje. "Mira, ¿ves ese lugar de allí, entre las dos estrellas brillantes? -me decía-. Pues allí estaré yo, cuando me vaya". Fue verdad. Juro que el día que desapareció vi una estrella más, bastante brillante, por cierto, en su parte preferida del cielo. Estoy seguro de que ha sucedido lo mismo con las víctimas del atentado de Yemen. Seguro que siguen viajando, impulsados por lo mejor de nosotros mismos: los deseos de ver el mundo y aprender de sus gentes y las ganas de acabar con las fronteras, los prejuicios y los odios.

Me gusta el cielo. En Mala Mala, en Suráfrica, junto al Kruger, tenían la buena costumbre de hablarnos sobre el cielo cada noche, antes de enviarnos a dormir. Los rangers nos reunían en una sala con mapas y fotografías y nos explicaban dónde estaban las Nubes de Magallanes, la Nebulosa de la Tarántula o la Constelación del Tucán. Los cielos de África son increíbles, pero también he disfrutado de noches cuajadas de estrellas en otros continentes y aquí, no muy lejos: en la Sierra de Cuenca y en Canarias, donde dicen que están los cielos más limpios del planeta. Estos meses que hemos andado a vueltas con la lista de las siete maravillas, se nos olvidó decir que, en su origen, las siete maravillas estaban en el cielo. En su honor dimos el nombre a los siete días de la semana: Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno y el Sol. Las siete estrellas móviles visibles a simple vista. Yo prometo que no volveré a votar ninguna lista de maravillas si no incluye, al menos, una porción del cielo. De Perseo a Casiopea, por ejemplo. La ruta, en agosto, de los meteoros.

Síguele la pista

  • Lo último