La guerra de nunca acabar, por Javier Reverte

Hay ciertas emisoras de radio y ciertos periodistas que parecen dispuestos a encender la mecha de un nuevo conflicto bélico, cueste lo que cueste, que no van a quedarse tranquilos hasta que no resuenen de nuevo las trompetas convocando a la batalla.

La guerra de nunca acabar, por Javier Reverte
La guerra de nunca acabar, por Javier Reverte

Viaja uno estos días por España y, allá en donde pone los pies, no para de encontrarse exposiciones, jornadas literarias, publicaciones múltiples o estudios parciales, por pueblos, por comarcas y por regiones, cuyo tema es la Guerra Civil de 1936-1939. El fenómeno no es de ahora mismo sino que lleva ya un par de años, o quizás tres, llenándolo absolutamente todo: cinematógrafos, expositores de librerías, reportajes televisivos, ciclos culturales, conferencias, foros de debate... España entera aparece contagiada por el fenómenos del recuerdo de la guerra más espantosa que se ha librado en nuestro territorio.

A mí no me parece mal que un tema de tal magnitud genere tanto grado de atención y de expectación. Pero me asombra que continúe encendiendo pasiones, aunque en este caso se trate nada más que de pasiones teóricas o dialécticas. ¿Es que seguimos estando en guerra?, me pregunto. Hay ciertas emisoras de radio y ciertos periodistas, cuyos nombres está de más citar aquí, puesto que todo el mundo los conoce, que parecen dispuestos a encender la mecha de un nuevo confl icto bélico cueste lo cueste, que no van a quedarse tranquilos hasta que resuenen de nuevo las trompetas convocando a batalla y los jóvenes sean llamados a filas para pegarse otra vez de tiros.

La verdad es que, en un país hoy amigo de la paz como es el nuestro, resulta insólita tal pretensión. Más que insólita, enloquecida. Y quizás quienes la alientan lo saben también. ¿Qué pretenden entonces? Me imagino que tratan de que no nos olvidemos de cuanta sangre cuesta ser libre, para ver si decidimos quedarnos quietos y no protestar en exceso contra los poderes tradicionales de nuestro país. Y lo cierto es que esas gentes que animan a reanimar los rescoldos del odio coinciden en cierto modo con otros que, en lado contrario, afi rman que hay que rescatar la memoria y derrotar al olvido. Eso es también una chorrada como una casa, una idea que tiene más de literatura barata que de propósito intelectual. ¿Pero en dónde está el olvido de la Guerra Civil, señores míos?

Desde hace décadas, casi podría decirse que desde el mes siguiente a la conclusión del confl icto, no han cesado de publicarse libros ni de rodarse fi lmes sobre aquella sangrienta guerra que pareció tocar en la fi bra más sensible del mundo occidental. No creo que exista otro enfrentamiento bélico, salvo quizás la Segunda Guerra Mundial, que haya generado tanto libro en tantos idiomas diferentes. Son miles y miles los testimonios, estudios, análisis, novelas, reportajes y películas que han visto la luz desde 1939 a nuestros días. O sea: que de olvido, nada de nada; y de memoria histórica, todo de todo. Todavía está España repleta de monumentos " a los caídos " y de alguna que otra silueta de José Antonio Primo de Rivera pintada en la fachada de las iglesias. Y cada vez son más los nuevos monumentos y las nuevas estelas que conmemoran a los vencidos de la guerra.

Ese hecho sí que me llama la atención, en verdad. He visto a menudo en Castilla numerosos edifi cios laicos, pero también religiosos, en los que aparecen en piedra cincelada los símbolos de la Falange y del Caudillo. El hecho no me produce ninguna repulsión, como me sucedía hasta hace unos pocos años, sino más bien perplejidad. Ahora tengo la impresión de que regreso a un pasado lejanísimo cuando veo alguno de esos símbolos. Y me parece mentira que una Iglesia que pretende serlo de todos los españoles siga siendo a menudo tan sólo la representante de una de aquellas dos Españas que se mataron a tiros.

Pero, en el fondo, casi me produce risa. Imagínense, amigos lectores, que llegan ustedes a La Carolina, por ahí arriba de Despeñaperros, y se encuentran una estela grabada en la piedra en la que se rinde homenaje a los cristianos españoles que derrotaron a los moros en la batalla de las Navas de Tolosa. ¡Bueno, ahora que lo escribo, igual la estela existe...! Porque este país nuestro, metido de lleno en la memoria, parece no olvidar nunca lo que ya es casi su protohistoria. Viajar para ver.

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