Guinea, por Javier Reverte

Como nación la antigua colonia española carece de orgullo y sus líderes políticos ejercen una corrupción sin fisuras y sin vergüenza.

Guinea, por Javier Reverte
Guinea, por Javier Reverte

Los españoles que viajamos a menudo por África, yo entre muchos otros, despertamos cierta perplejidad ante nuestros amigos, y por lo que a mí respecta también frente a los lectores, cuando decimos que nunca hemos pisado Guinea Ecuatorial, la Guinea Española de los días del colonialismo. Hay razones importantes, sin embargo, para no hacerlo: la dificultad de los visados, la inexistencia de una política turística que facilite la vida del visitante, el extremo rencor de las autoridades políticas y policiales hacia lo que suene a España y la humillación a que te intentan someter esas mismas autoridades cuando has nacido en la vieja potencia colonial. En suma, no es un país cómodo para un español, incluso cuando ese español no tenga ningún ancestro que haya explotado las riquezas africanas, que jamás se haya sentido racista ni humillado en su vida a un guineano, tal y como es mi caso.

He viajado recientemente a Guinea y he sentido una inmensa pena. No por ser español, que es algo inevitable escrito en mi pasaporte, sino por África, el continente que más amo y respeto. Guinea no merece ser un país africano. Y explicaré por qué.

Como nación carece de orgullo, al contrario de lo que pueden decir pueblos altivos como los tanzanos, los mozambiqueños, los surafricanos, los kenianos o los angoleños, por poner unos ejemplos. Sus líderes políticos ejercen una corrupción sin fisuras y sin vergüenza ninguna, y nada les importa salvo el beneficio y el sometimiento de una población entristecida y resignada a la pobreza y la incultura. Siendo el tercer país africano que más petróleo exporta y con una población de apenas medio millón de habitantes, no tiene una sola librería ni un periódico que pueda definirse como tal. Con un gobierno que no necesita justificarse ante nadie, porque simplemente dictamina y oprime, Guinea Ecuatorial, cuyo nivel de vida podría ser el más alto de África, es uno de los países en los que las diferencias sociales son más hondas: en un lado están el presidente Obiang, sus familiares y amigos (el 0,2 % de sus habitantes); en el otro (el 98,8 %), el resto de la población. El lado de Obiang se lleva el 99,9 % de los inmensos beneficios que genera el petróleo; el otro lado se queda las basuras y las sobras de los ricos. Esa no es mi África, ciertamente una geografía cargada de desigualdades y de injusticias, pero a menudo llena de espíritu de lucha, de fe en la vida y de esperanza en el futuro.

Pienso en Suráfrica y admiro las luchas de Mandela y sus compañeros de lucha contra el appartheid, pienso en Tanzania y admiro su voluntad de crearse como nación e intentar una vía política digna con Julius Nyerere en uno de los momentos de su historia, pienso en los chicos de los cayucos que mueren en los mares violentos y admiro su valor y determinación para burlar la miseria, pienso en el Congo o en Sudán y admiro el sentido de hospitalidad de sus gentes y su resistencia al fatalismo... Pero pienso en Guinea y sólo me viene a la mente la fotografía de un dictador altivo y un pueblo melancólico que ha renunciado a ser mejor de lo que fue y al que sus dirigentes educan en el odio con la complicidad de Estados Unidos, de Francia y, en buena medida, de España.

Cumplí la asignatura pendiente de visitar un lugar pequeño de mi más amado continente y creo que no debí de haberlo hecho. Una vez tras otra me preguntaba qué hacemos allí los españoles, empleando siete millones de euros anuales en ayuda escolar y sanitaria a Guinea. Pero quedan en mis oídos las palabras de un médico español que trabaja en un hospital del país: "Estás dispuesto a irte todos los días ante el desdén y la humillación a que te someten las autoridades y ante la indiferencia con que te mira mucha gente y los intentos constantes por estafarte. Pero un día escuchas llorar a un niño, sabes que nadie va a hacer nada por él, sabes que a pocos les importa que se muera o no..., ¿y qué haces? Te quedas".

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