No sin mi furgoneta, por Jesús Torbado
Yo ya no sé viajar sin mis "furgos", con las que no he tenido percances y que forman parte de la familia.

Del Brasil epiléptico y prepotente llega ahora una noticia que inundará de lágrimas los ojos de muchos viajeros nostálgicos. También de las criaturas que empezaron a gestarse alegremente entre las chapas del vehículo cuya muerte se anuncia para este año. Nada tiene que ver la cosa con los ruidos del fútbol, desde luego. Resulta que los dueños de la empresa Volkswagen han decidido cancelar para siempre la fabricación de la furgoneta T-2 o Kombi o Transporter o Bulli o Pan de Oro, que de todas estas maneras se ha llamado y de la que se han vendido más de cuatro millones en el mundo. Y ello a pesar de que seguían vendiendo 1.200 cada año. Mas la anticuada estructura del autobusillo que se presentó en 1950 y renació mejorado en 1967, de mecánica bastante rudimentaria, no permite la instalación de añadidos que ahora la ley brasileña exige.
Así que adiós para siempre. Aunque relativo, pues en Hannover la propia empresa ha construido hangares para reconstruir y recuperar vehículos viejos, e incluso en Holanda, Estados Unidos o Inglaterra existe tal pasión por ese cacharro que abundan, además de una revista mensual, los talleres de salvación y resurrección de los mismos, creando de nuevo sus elementos o ensamblándolos de ejemplares ya muertos. Todo un tráfico comercial de cierto empaque.
Y adiós relativo solo, pues aquel coche que en Europa dejó de fabricarse hace años ha tenido hasta el momento tres dignos sucesores. No hablo yo aquí de las eficaces furgonetas mondas y lirondas o de las pensadas para diversos usos (ambulancias, bomberos, policías, artesanos, panaderos, distribuidores de mercancías varias...), sino de aquellas que tanto en talleres especializados como en particulares recintos de bricolaje y sin mucha piedad en España por parte de las cazurras autoridades de tráfico fueron convertidas en lo que técnicamente acabó llamándose autocaravana o furgón vivienda.
De modo que esta tragedia brasileña justifica de manera brutal la tristeza de miles de individuos que poseyeron aquella valiosa máquina y que hoy no saben viajar sin ella. Dicen los más viejos que aquellas furgos, en sus diversas motorizaciones y arreglos, fueron el refugio, la salvación y la pasión de los hippies de los 60 y 70 en América y Europa. Personalizadas la mayoría, llenas de logotipos, eslóganes, proclamas, gritos soñadores o ingenuos. Todas con su cocinilla, su camastro, sus armarios, muchas con nevera, equipos musicales... Pero que incluso llegaron a ser estrellas de la música y del cine.
Que no se me haga mucho caso, por favor. La primera que este servidor de ustedes compró (de segunda mano y sin amueblar) fue en 1983 y había servido como miniautobús para el cortejo de Juan Pablo II en su primera visita a España. Con mi hijo mayor a bordo, pequeñito entonces y dormido sobre el motor (que iba en la parte trasera, pero dentro del vehículo), la conduje hasta Castelldefels, donde me la convirtieron en camper: cama abajo, cama arriba abierta en acordeón, fregadero, nevera...
Era ya la T-3, bicolor (marrón y café con leche), y nos llevó a Grecia, Italia, Holanda, Marruecos... Ya bien explotada, la cambié en su momento por la más moderna T-4, verde manzana y techo levadizo, que también hizo sus ciento y pico mil kilómetros. Más tarde, tras el intervalo de una Iveco Daily italiana que se rompía en cada viaje (Suiza, Austria, Turquía...) y me estafó una fortuna en reparaciones, volví a mis furgos de toda la vida, que eran ya parte de la familia, y con las que no tuve el menor percance. Era la T-5, verde agua, con un gran motor que te permitía viajar a 150 km/h.
Desdichadamente la despedí "como nueva" en junio pasado, y casi por el precio que había pagado por ella. Ahora solo espero que la naturaleza y los dioses me den fuerzas para comprar y conducir la siguiente, la T-6, o como quieran llamarla los alemanes. Porque yo sin mi furgo ya no sé viajar, como sin aquella hija de la famosa novela de Betty Mahmoody.
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