"El Dr. Fridtjof Nansen se ha marchado;
los cínicos ríen y los pesimistas se han burlado.
Ese noruego debe de estar loco, pues quiere conquistar el helado Polo".
No era la primera vez que tildaban de suicidas las hazañas boreales de Nansen (1861-1930). Estaba fascinado por el Ártico desde que, siendo estudiante de Zoología, se embarcó en un ballenero para realizar investigaciones científicas. En 1888 fue el primero en atravesar esquiando Groenlandia: 500 kilómetros a 45ºC bajo cero, por una isla entonces inexplorada y hostil cuyo interior solo habían pisado los inuit. Estuvo conviviendo con este pueblo antes de regresar a Noruega convertido en un auténtico héroe. Estalló la fiebre Nansen; su estampa estaba por doquier: gorros, guantes, latas de sardinas, botellas de aquavit, caramelos, lápices... Todos estaban enamorados de él, desde el presidente de Estados Unidos hasta Julio Verne; niños, hombres y mujeres; pero fue con Eva Sars con quien se casó finalmente. De la mezzosoprano y de su hija recién nacida se despidió en 1893, cuando zarpó con el Fram para dejarse atrapar por la banquisa y tratar de alcanzar los 90ºN a la deriva. El avance de la nave era muy lento; así que intentó llegar al Polo con dos kayaks, tres trineos, 28 perros y un compañero. Muy a su pesar, y después de tres inviernos árticos, en los 86º14''N dejó el reto a los exploradores que vinieran luego. Premio Nobel de la Paz en 1922, dedicó los últimos años de su vida a labores diplomáticas y humanitarias. No era un loco a la conquista de utopías; solo tenía la seguridad de que "lo difícil es lo que tarda cierto tiempo; lo imposible es lo que tarda un poco más".
El Fram es el barco con el que Fridtjof Nansen navegó por las regiones polares, siempre "adelante", que es lo que significa en español el nombre de la nave. Construida con cuatrocientos pinos noruegos, fue diseñada para que no la aplastaran los aterradores crujidos de los hielos. Disponía de luz eléctrica, un acogedor salón y una biblioteca; no faltaba la música ni el chocolate en su variada despensa... "Yo mismo nunca he llevado una vida más sibarita", escribió Nansen. El siguiente texto corresponde a la primera invernada de la tripulación, narrada por el explorador en Hacia el Polo (Interfolio, 2010).
Gracias a la regularidad de nuestra vida, se pasó el tiempo muy agradablemente y con la mayor rapidez. Mis notas tomadas al día dan la impresión de la monotonía de nuestra existencia. Apenas refieren acontecimientos importantes; por su misma indigencia ofrecen un cuadro exacto de nuestra vida a bordo del Fram.
26 de septiembre. La temperatura desciende por la noche a -14,5°. La observación no acusa ningún movimiento con dirección al norte; seguimos inmóviles a los 78° 50''. Durante la noche me paseo por la banquisa. No existe nada más maravillosamente hermoso que esta noche ártica. Es el país de los sueños, coloreado con las tintas más delicadas que cabe imaginar. Los matices se funden unos con otros en una armonía maravillosa. Toda la belleza de la vida, ¿no es elevada, delicada y pura como esta noche? El cielo es una inmensa cúpula azul hacia el cénit, que va pasando al verde y luego al lila y al violeta conforme se desvía la vista hacia el horizonte. En los campos de hielo aparecen frías sombras de azul oscuro, y las aristas superiores de la banquisa se tiñen a trechos de sonrosados resplandores, últimos reflejos del día moribundo. En lo alto brillan las estrellas, eternos símbolos de paz.
Al mediodía surge un gran resplandor rojizo ceñido de nubes de oro que flotan sobre el fondo azul. Al mismo tiempo la aurora boreal extiende su cambiante ropaje, ya argentado, ya amarillo, verde o rojo. A cada instante varía de forma; en un momento se dilata el meteoro, en otro se contrae, luego se fragmenta en círculos de plata con fulgurantes irradiaciones y, finalmente, se extingue de súbito como misteriosa aparición. Un instante después llamean en el cénit lenguas de fuego y sube del horizonte una raya brillante que viene a confundirse con la claridad lunar. Durante horas irradia el fenómeno luminoso, derramando extrañas luces sobre el gran desierto helado y dejando una impresión de vaguedad e inexistencia que, un momento, nos hace dudar de la realidad. Y el silencio profundo nos impresiona como la sinfonía del espacio. No, jamás podré creer que este mundo pueda acabar en la desolación y en la nada. ¿A qué entonces toda esta belleza, no existiendo ninguna criatura para disfrutarla?
Ahora empiezo a adivinar este secreto: he aquí la tierra prometida que une la belleza a la muerte. Pero, ¿con qué fin? ¡Ah! ¿Cuál es el destino final de todas estas esferas? Leed la respuesta, si podéis, en ese cielo azul salpicado de astros.
Texto extraído de "Hacia el Polo. Relato de la expedición del Fram de 1893 a 1896". Fridtjof Nansen. Interfolio, 2010.