Feliz año 2063, por Mariano López

Cada mañana, los tigres cuando se desperezan ven la cumbre de los Annapurna. Los turistas alojados en Chitwan, el bosque encantado, también pueden gozar del fenómeno. Sólo tienen que empujar la nuca contra la espalda para elevar bien la mirada y allí están, por encima de las nubes, las cumbres inmensas.

Feliz año 2063, por Mariano López
Feliz año 2063, por Mariano López

Nieva en Katmandú. Por primera vez, en 63 años, un palmo de nieve cubre las calles de la ciudad con la que soñaban, quién se acuerda ya, todos los hippies. Nieva y llueve al mismo tiempo, buena señal. Otra magnífica señal: por primera vez, también, una película nepalí, Basain, ha llegado hasta Hollywood. La Academia no la incluyó entre las cinco nominadas al Oscar de este año a la Mejor Película Extranjera, pero sólo formar parte de la lista de los aspirantes fue todo un hito, un acontecimiento nunca antes vivido en Nepal. Más señales: el Banco Mundial ha concedido un préstamo al país para revitalizar los aeropuertos regionales, Estados Unidos ha comprometido su ayuda, China también quiere invertir. Falta hace. También se agradecen la confianza, la fe en el futuro, los signos que se suman para predecir tiempos de fortuna. Este nuevo año, el que comenzará en nuestro abril, el 2063 del calendario nepalí, tiene que ser un año como ninguno. Al fin y al cabo es el primero tras el acuerdo que ha puesto fin a 11 años de guerra civil, el primero en el que habrá elecciones para todos los votantes y todos los partidos, el primero que permitirá decidir el futuro de una monarquía que hasta hace no mucho gobernaba con poderes absolutos el único reino hindú del planeta. Feliz año 2063, tiene que serlo; feliz y próspero, necesariamente bueno. Son muchos los signos: el 2063 aún no ha comenzado, pero ya ha traído un palmo de nieve y centenares de turistas. Aires que alegran la capital que vive junto al cielo, el techo del mundo.

Ocho de los diez mayores picos del planeta están en Nepal. El centro del Himalaya forma la frontera norte del país, el límite con China. Hay 326 picos, 175 de ellos abiertos a los montañeros. La estrella, evidente, es el Everest, llamado "Sagarmatha", la diosa del mundo, por los nepalíes, y "Chomolungma", la madre del universo, por los tibetanos, los vecinos del otro lado de la cumbre. Uno de cada cuatro turistas que llega a Nepal es un montañero. Si quiere escalar el Everest, tendrá que pagar un mínimo de 10.000 a, 25.000 si lo intenta en solitario. La mayoría escala en grupo. Es más barato y más seguro. El grupo más numeroso de cuantos han alcanzado la cumbre del Everest era realmente grande: 410 escaladores. Los otros ochomiles son más baratos y por debajo de los 6.500 metros de altura hay 121 picos que no requieren tasas ni licencia. Camino del campamento base del Everest, en Namche Bazar, hay otro recuerdo único y económico: la posibilidad de fotografiarse con una cabeza momificada del que aseguran fue el último de los yetis, el legendario hombre de las nieves.

Con la excepción de los escaladores, Nepal es un país barato para el turista. Barato y muy rico, sobre todo en ese tesoro que se llama biodiversidad. El norte de Nepal está formado por las montañas del Himalaya, los grandes picos, las nieves perpetuas; el sur, a sólo 200 kilómetros, se asienta sobre una planicie de clima subtropical, donde se suceden las selvas. Cada mañana, los tigres cuando se desperezan ven la cumbre de los Annapurna. Los turistas alojados en Chitwan, el bosque encantado, también pueden gozar del fenómeno. Sólo tienen que empujar la nuca contra la espalda para elevar bien la mirada y allí están, por encima de las nubes, las cumbres inmensas, majestuosas, de los Annapurna. En Chitwan también se pueden ver cocodrilos gariales y delfines de color rosa, si no se han extinguido ya. Los turistas se pasean a lomos de elefante en safaris que buscan fotografiar al tigre cerca de las charcas donde conviven los langures y los rinocerontes de un solo cuerno.

Hasta los años 50 del pasado siglo, Nepal estaba definido y protegido por la mayor cordillera del mundo por el norte y una gran selva por el sur. Era un país impenetrable. Luego, por diversas causas, la selva decreció. Pero el país siguió viviendo como en la época de los reyes medievales, con la fe puesta en los mismos dioses y diablos del año 1000 según el calendario cristiano. En Nepal nació el príncipe Sidarta Gautama, posteriormente conocido como Buda. También es el hogar de Sita, encarnación de la diosa Lakshmi, la eterna consorte del dios Rama, séptimo avatar de Visnú. En las tiendas de la ciudad de Katmandú abundan los tangkas , pinturas religiosas, y los mandalas , jeroglíficos geométricos que juegan con caminos y figuras de proporciones áureas para incitar a la meditación sobre el ojo de Dios, la ruta hacia la mente divina, el abandono del ego, la perfección.

El pasado noviembre, todos los partidos nepalíes firmaron el más importante acuerdo de paz de la historia del país, la rúbrica de la reconciliación. Las celebraciones fueron múltiples. En el Centro Cultural de Rusia, en Katmandú, se emitió la película de Fernando Trueba El milagro de Candeal, con entrada libre. Ahora, la paz prospera y ganará con el nuevo año. Una aerolínea china ha comenzado a operar desde febrero. También otra coreana. Llegan los aviones cargados de turistas. Quinientos mil turistas dan empleo a cinco millones de nepalíes. Todos ganan, sobre todo los turistas. Es uno de los países más bellos de la Tierra. Los signos son claros: las estrellas dicen que hay que viajar a Nepal. Hay que regresar a Katmandú, la ciudad de los templos tántricos y los mandalas, el centro de un país en el que quizá una vez cruzaron sus pasos el tigre y el abominable hombre de las nieves.

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