Entrevista a Jesús Calleja, aventurero
Siente atracción por la montaña desde niño. Mientras los padres y el hermano pescaban, Jesús se perdía por los Picos de Europa y no paraba de trepar hasta el anochecer. Ahora, con 47 años, sigue recorriendo estos mismos parajes, cuando se lo permiten los viajes y las grabaciones de la serie "Desafío Extremo" (Cuatro). Antes de viajar a Namibia para iniciar el rodaje de la séptima temporada del programa confiesa algunas de las razones que le han llevado a jugarse el tipo por un centenar de países.

Al caer la tarde, en Golpejar de la Sobarriba (León) solo se escuchan algunos ladridos de sus perros -Julé, Tintín, Milú y Babu- y el ruido monótono de la hormigonera instalada para la obra de ampliación de lo que él denomina su "campamento grande". Todavía se aprecian restos de nieve en las umbrías. Jesús Calleja acaba de regresar en helicóptero de Peña Galicia, en las montañas leonesas, pero no le importa sacar de nuevo del garaje el pequeño aparato en el que se desplaza hasta los Picos de Europa para hacer algunas fotos.
Extrovertido y afable, Calleja confiesa sentirse feliz en este refugio adquirido hace ocho años cerca de la montaña y del pueblo de sus padres, Fresno de la Vega: "Por aquí pasan corzos, rebecos, jabalíes y hasta algún lobo... Yo busco este tipo de vida, aunque la tenga que compaginar con la tele y la vorágine que eso conlleva". Por estos lugares se reencuentra con historias de su infancia y con los argumentos que despertaron en él la pasión por la aventura. Muy cerca de aquí prometió a su padre que algún día escalaría el Everest, la cumbre más alta del planeta.
¿De dónde proviene su atracción por la montaña?
Mis padres tenían una peluquería en León, pero todos los fines de semana salíamos a pescar a los ríos de la montaña. En verano lo hacíamos casi a diario, por la tarde, con el sereno, que decía mi padre. Yo era muy pequeño y no me gustaba la pesca. Me gustaba la montaña. Desaparecía y mi madre se pasaba el día llamándome a voces. En más de una ocasión tuvo que ir a buscarme un pueblo entero, porque cogía la montaña y se me olvidaba volver. Di mucha guerra, mucha guerra.
Aunque recuerda algunos viajes de cercanía a Galicia y Asturias, su primer gran viaje a Tailandia, India y Nepal lo realizó a los 18 años, gracias a los ahorros que le proporcionó su trabajo de peluquero durante la mili. Nepal le cautivó de tal manera que no ha dejado de regresar a este país al menos una vez al año. Trabajó 16 años allí como guía de montaña, se compró una casa en Patán y es el padre adoptivo de tres jóvenes nepalíes, residentes ahora en León.
Alguna vez le he escuchado decir que su padre le contaba historias de expediciones y descubrimientos.
Mi padre es un gran lector. Le gustaban -y le siguen gustando todavía- las historias poderosas que han significado algo importante para la humanidad. Me hablaba de la llegada del hombre a la Luna, de la conquista del Polo Norte por Ernest Shackleton o del ascenso al Everest de Edmund Hillary. Esta última fue la que más me llamó la atención. Me la contaba muchas veces y me enseñaba fotos. Tan prendado me quedé con la historia que le dije:"Un día yo subiré a esa montaña". Era como una obsesión. Cuando la promesa se hizo realidad, llamé desde un teléfono satélite a mi padre y nos emocionamos los dos. Fue el momento más sublime que he vivido: tocar la cima del Everest y contárselo en directo a mi padre.
¿La ascensión a la cumbre del Everest era como se la había imaginado de pequeño?
La superó con creces. Cuando estás allí eres consciente de que te la juegas. Va más allá de cualquier sensación humana porque se trata de sobrevivir. A partir de los 7.000 metros es difícil aguantar. Y entre los 8.000 y la cima hay 300 cadáveres enterrados. Eso te demuestra la peligrosidad de esta actividad.
¿Qué opinión tiene de los viajes tranquilos y relajados?
Me parece estupendo. No todo el mundo puede estar todo el día entrenando, ni tener las condiciones físicas que requieren los viajes de aventura. El consejo que yo le doy a cualquier viajero es que no se quede en el hotel, ni en el museo. Que vea el país desde la calle. La belleza de un lugar, más que un paisaje o una catedral, la dan las personas.
Entre las situaciones de mayor peligro vividas en una de sus más arriesgadas aventuras, Calleja se queda con el naufragio del velero que les llevaba desde Ushuaia, en Tierra de Fuego, a la Antártida: "El barco dio la vuelta y estuvimos más muertos que vivos. No sé todavía cómo estoy aquí y no en el fondo del Antártico".
A la hora de elegir momentos agradables, pone su mirada en las montañas leonesas que, desde su casa, vemos en el horizonte: "Los Picos de Europa son un espectáculo. Es mi lugar favorito y disfruto de ellos con la pandilla de escaladores de toda la vida. También me gustan ciudades como Nueva York o Bangkok, pero soy más rural, más de estar en mitad del monte".
Por cierto, ¿ha vuelto a pasear con Zapatero por Picos de Europa?
Desde que se retiró de la vida pública casi no lo veo. A él le gusta mucho la montaña y aquella excursión sirvió para promocionar la zona y hacer un homenaje a los montañeros.
"Las cosas simples son las que me proporcionan una mayor felicidad"
Si Jesús Calleja tuviera que elegir entre el centenar de países que calcula haber visitado, no le queda ninguna duda de que su preferido sería Nepal. Es el que mejor conoce y el que más le seduce, por multitud de razones: "Nepal me gusta en su conjunto. Me gustan sus montañas, sus valles, la gente, su cultura, su gastronomía... Me gusta todo. Un nepalí es como un amigo: le conoces una vez y ya es una persona de máxima confianza siempre. Los nepalíes son gente afable, educada; gente a la que llegas a amar y a querer. Si a eso le añades el aislamiento de las montañas, los valles más puros, las montañas tan radicales del Himalaya, pues, hombre, como país más completo yo me quedo con Nepal".
"La cordillera del Himalaya -cuenta Jesús Calleja, después de convencer a José Mota por teléfono para que participe en un capítulo de su programa televisivo Desafío Extremo- resulta muy especial para mí. Es como si yo hubiera nacido para estar entre esas montañas y junto a sus pobladores. Soy absolutamente feliz en la cocina de una casa de aquellas, sin televisión, sin luz eléctrica, sin nada, comiéndome un cacho de chapate y hablando de las cosas de la vida. Las cosas simples son las que me provocan mayor expectación y me dan más felicidad".
Otros lugares que le han "sobrecogido" son la Antártida y el Polo Norte: "Me gustan esas superficies heladas, en ocasiones calientes de vida, donde no hay mosquitos, ni virus, ni pájaros. Parece que estás en otro planeta. Otro de los lugares que me ha impresionado mucho ha sido Groenlandia. Los paisajes del Ártico me gustan, como me gustan los desiertos".
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