Cuba, todavía con Fidel por Carlos Carnicero
Esta Cuba guajira, sin la malévola influencia del turismo de oportunidad, sigue siendo un viaje iniciático en el tiempo.

Cuba mantiene una mística que sigue convocando a muchos visitantes en busca de las pisadas de un sueño que logró traspasar el siglo XXI contra la inercia de la historia y todos los pronósticos. Muchos viajeros europeos aspiran a descifrar el milagro, tantas veces denostado, de la revolución cubana. Como todo mito, necesita perspectiva histórica; no hay nada más elemental que la condena obligatoria. La radiografía del mundo en la década de los 60 tiene muy poco que ver con el utilitarismo del siglo XXI: incluso la utopía envolvía entonces muchas equivocaciones llenas de dignidad. Ahora el menú es fijo, en una receta que, aunque sea indigesta, es obligatoria: economía de mercado, democracia formal e injusticias y desigualdades que desaparecerían de un plumazo si hubiera voluntad política en una docena de personas en el mundo.
La Habana y el resto de la isla sigue recibiendo un reguero de viajeros que no quieren perderse esta Cuba que todavía coexiste con Fidel Castro; la aceleración la produce la propia historia y la perspectiva biológica del líder cubano recientemente reaparecido con un aspecto insuperable. Si todas sus recuperaciones son como ésta, que nadie se apure, que tienen tiempo de conocer este escenario.
He sido cicerone de muchas amistades que me pedían descifrar lo que no tiene una lógica aparente. Cuba representa un universo sin pasajes intermedios: el primer estadio es la pasión; el segundo, la exigencia; y el tercero, la dialéctica entre complejos de mantener una posición independiente o ceder a una fuerte presión mediática que exige la condena previa del sistema antes de cualquier otra consideración.
Mi último viaje ha sido un lujo: con mis amigas Cruz Sánchez de Lara, Lidia San José y Belén Garbo. Una abogada excelente, una actriz de éxito y una mujer que se deja la piel en cada país de Latinoamérica enseñando a los más humildes los secretos del cine. Le sacamos jugo a La Habana, hicimos una visita relámpago a Varadero y nos adentramos en la sierra del Rosario, después de reponer fuerzas en el Hotel La Moka, a medio camino entre Pinar del Río y La Habana.
Esta Cuba guajira, honrada, sin la malévola influencia del turismo de oportunidad, sigue siendo un viaje iniciático en el tiempo. El camino sinuoso desde el valle de Viñales a María la Gorda, uno de los centros de buceo con los fondos marinos más increíbles, tuvo el privilegio de unas conversaciones inteligentes sobre las formas de vida, sobre el amor y sobre las evoluciones: en definitiva, sobre los tiempos históricos y sobre la aceleración del capitalismo.
Toda crítica es más sencilla que la observación sosegada; los campos de tabaco, en Pinar del Río, forman un firmamento estático, hermoso y protegido por los mogotes que vigilan eternamente que nadie arrebate una imagen definitiva. Este movimiento cubano es tan sutil que sólo lo perciben los iniciados, los tolerantes, los que aman las evoluciones lentas, pacíficas y solidarias y quienes tienen el talento de conocer que la historia sólo se puede escribir cuando el reposo de los hechos se ha acomodado sobre la memoria de quienes los protagonizaron.
El comandante ha reaparecido vestido de verde olivo: todo un símbolo de eternidad con fecha de caducidad desconocida. Hay viajeros impacientes que sacan sus pasajes en Roma, en Nantes o en Barcelona, para conocer los últimos escenarios vivos del siglo XX en la consciencia de que ni siquiera el imperio romano resistió los embates de las tribus del norte. La historia tiene unas clavijas que no están al alcance de cualquiera para acomodar los tiempos y las cualidades. Residuos de la guerra fría: algo que sigue siendo apasionante por la continuación de la diferencia.
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