Christian Gálvez: "Cuando estoy en Florencia, el tiempo pasa más despacio"

Ha presentado durante 12 años el concurso Pasapalabra en Telecinco, y ahora conduce De sábado, con Christian Gálvez, en cadena 100. Sin embargo, es menos conocida su faceta de novelista y estudioso de Leonardo Da Vinci. Le apasionan las grandes gestas y viajar a los escenarios donde se produjeron. 

Christian Gálvez
Christian Gálvez / VICTORIA IGLESIAS

Desde la azotea del Hotel Aloft Gran Vía se contempla una bella panorámica del centro de la ciudad de Madrid. Es un enclave ideal para imaginar desde las alturas los viajes de este madrileño —nacido en Móstoles hace 41 años— siguiendo los pasos de los grandes artistas del Renacimiento.

¿Cuándo empezó a viajar fuera de España?

Mi primer gran viaje lo hice con 24 años. Entonces trabajaba en Caiga quien caiga y me fui 20 días a recorrer Escocia con un amigo.

Christian Gálvez

En Dinamarca, 2016

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¿Algunos de los destinos que más le han impresionado?

La caza de auroras boreales en Noruega fue tan bellamente comparable como la pirámide de Keops en El Cairo. He estado en sitios muy chulos. La isla de Creta, por ejemplo, es un sitio en el que me retiraría. Desde Cnosos hasta las playas de arena rosa… Me gusta su gastronomía, su gente, y me iría a vivir allí en una cabaña.

¿Colecciona o guarda objetos de sus viajes?

El gran sueño de mi vida era tener una catana original, anterior al episodio de los 47 ronin, en Japón. Y lo primero que hice cuando llegué a Tokio fue ir a una tienda oficial de antigüedades para comprármela. Me dejé una pasta, pero tengo en casa una catana de 1651, con la ficha de su forjador. Ese es mi tesoro más preciado.

Christian Gálvez

En Egipto, 2009

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¿De dónde surgió su interés por la figura de Leonardo Da Vinci?

Fue a raíz de un viaje a Milán, mientras contemplaba en Santa Maria delle Grazie el Cenacolo de Leonardo. Había ido a grabar un spot de sofás. Cuando me puse delante de aquel cuadro, dije: ‘¡Qué cosa tan rara!’. Me atrapó. A partir de ese momento, me puse a estudiar su obra.

Además de Milán, ha viajado mucho a Florencia y a la Toscana.

He estado muchas veces en Florencia y he pasado largas temporadas en Arezzo, aprovechando que mi mujer [la exgimnasta Almudena Cid] competía con el club la Petrarca de Arezzo. Cuando presentaba Pasapalabra, grababa dos meses sí y uno no. Por lo tanto, me quedaban cuatro meses libres al año y los repartíamos entre Arezzo y Florencia. Yo escribía allí, muy cerca de Caprese, la ciudad de Miguel Ángel, y de Urbino, donde nació Rafael.

Christian Gálvez

En las Islas Feroe, 2016

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¿Se atreve a recomendar un rincón de Florencia?

Es muy difícil elegir solo un sitio. Me han pasado muchas cosas bonitas allí. Cuando estoy en Florencia, el tiempo pasa más despacio y todo lo que ocurre es positivo.

¿Cuál ha sido su último viaje?

Un viaje de trabajo a Granada, para verme con una de las personas que trabaja en el proyecto sobre Leonardo en el que yo también participo. Y, poco antes del confinamiento, me hice un viaje desde el castillo de Saint-Michel por toda la costa de Normandía, para terminar en Ruan, visitando la tumba de Rollon, el caudillo vikingo de origen noruego. Hago muchos viajes en torno a la mitología y arqueología nórdicas.

Christian Gálvez

Islas Lofoten, Noruega, 2019

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¿Su próximo viaje?

Ir a Florencia un fin de semana con mi mujer para que ella se tome un latte macchiato y yo, un expresso. También nos tomaremos una pasta y un bistec a la florentina en 13 Gobbi. Eso lo primero y lo siguiente, irme un mes a Japón, si me dejan.

¿Por qué le atrae el Renacimiento y el Japón de los samuráis?

Mi guía de viaje son los libros de la adolescencia. La primera vez que viajé fuera de España lo hice con El conde de Montecristo. Alejandro Dumas me enseñó un mundo espectacular. El Renacimiento me gusta por la palabra polimatía y el período de los samuráis, por la palabra honor. Los samuráis son unos tipos que mantienen muy elevado el honor, mientras que nosotros lo pisoteamos cada dos por tres.

¿Qué sitios de España le gustan?

Me gusta mucho Granada, pero no solo por la Alhambra, sino por los cipreses, que son preciosos. Me encanta también el puente romano de Alcántara, que es espectacular. Y Salamanca, por su pátina renacentista, o Zamora, por su románico. No hace mucho tiempo, haciendo una ruta por el Camino de Santiago, me topé con Santa María de Cambre (A Coruña), una iglesia románica del siglo XI espectacular. También me gusta ir a Alicante para ver el mar y su Museo Arqueológico.

Christian Gálvez

Los Angeles, 2017

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¿Alguna ciudad para vivir?

Si no viviera en Madrid, viviría en Vitoria. Me parece una de las ciudades más bonitas del mundo, rodeada de montañas, con su casco histórico, sus dos catedrales, el parque de Salburua… Su gastronomía es espectacular y la gente, maravillosa.

Dígame uno de los motivos principales para viajar.

Una de las razones es desconectar. Cuando viajo, sobre todo si lo hago al extranjero, nadie me habla de trabajo. Es un modelo de desconexión absoluto.

¿Le molesta que le paren y le pidan una foto?

Nunca me ha molestado. La gente es muy empática. En el 99 % de los casos son gestos de agradecimiento absoluto.

Christian Gálvez

Pekín, 2008

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¿Siempre viaja con un bloc para tomar notas?

Es una manía que aprendí del escritor Juan José Benítez. Estar en un sitio de vacaciones y escribiendo da mucho placer. Ahora estoy terminando la trilogía del Renacimiento, con Rafael, y me gustaría ir a Urbino para escribir delante de su casa natal, pero tendré que esperar.

¿Le hubiera gustado vivir en el Renacimiento?

La Florencia del siglo XV hubiese sido un buen sitio para vivir. Tampoco me hubiera importado estar en Lindisfarne, para ver la llegada de los nórdicos en el siglo VIII, o en la época de Miyamoto Musashi en el Japón feudal.

Christian Gálvez

Sengakuji, Tokio, en 2017

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¿Atardeceres inolvidables?

Los de la Toscana, desde San Gimignano, o ver atardecer desde Piazzale Michelangelo, en Florencia, mientras un artista callejero toca el violín. Los atardeceres en Creta también son brutales.

¿Alguna anécdota viajera?

En un viaje a las islas Shetland se nos hundió el coche en el barro y no había forma de sacarlo. Menos mal que apareció un tío que venía en un jeep a dar de comer a las ovejas y nos sacó remolcados con un cable.

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