Buenos Aires, paraíso del "delivery", por Carlos Carnicero

Noy haya nada imaginable en la capital argentina que conseguir servido en las condiciones exigidas y trasladado, en un tiempo razonable, a la propia vivienda.

Buenos Aires, paraíso del "delivery", por Carlos Carnicero
Buenos Aires, paraíso del "delivery", por Carlos Carnicero

Delivery representa un término anglosajón que conceptualiza la disposición de quien ofrece un servicio para trasladarlo hasta el domicilio de quien lo solicita. Es una forma extremadamente cómoda y sofisticada de entender la vida, en la que se fusiona el bienestar y la intimidad de la propia casa con la atención precisa que se recibe cuando se sale para obtener un servicio del que no se dispone. Digo todo esto pensando en Buenos Aires, que es esencialmente la ciudad del delivery. No hay nada imaginable en la capital de Argentina que no se pueda conseguir servido en las condiciones exigidas y trasladado, en un tiempo razonable, a la propia vivienda.

Hay días que imagino la capital de Argentina sólo como un inmenso corredor de calles, avenidas y alamedas dispuestas únicamente como conducciones para satisfacer las demandas más sofisticadas de sus moradores. Desplazarse desde el centro de la ciudad, de la Avenida 9 de Julio y el corredor de Libertador y Figueroa Alcorta hasta Belgrano, es rememorar la magnífica estructura urbana de Londres, pero con un sentido de la vida esencialmente mediterráneo. No se qué envidia puede motivar Hyde Park en una confrontación con el Rosedal y los lagos de Palermo, porque estos espacios tienen la grandeza añadida de ofrecer, en cada esquina, todo lo que se puede desear para una existencia lúdica y placentera. Una escenografía urbana para materializar el amor por la buena vida que se ha asentado en Buenos Aires, sorteando, en un equilibrio imposible, todas las sucesivas crisis que se empeñan en promover los argentinos.

El resultado es inevitablemente el paraíso si se dispone de los medios de fortuna y de la imaginación para sacar provecho al delivery en un universo donde el servicio es, en general, exquisito. Los cruces de las calles porteñas tienen las fachadas achatadas para que los chaflanes alberguen un café, un restaurante o una parrilla. A los flancos siempre hay quioscos de flores y puestos de periódicos. El resto son peluquerías, bodegas que expenden vinos de Mendoza y todos los servicios de belleza y cirugía estética que puedan ser el complemento imprescindible de una legión de psicoanalistas que redistribuyen el trabajo entre todos los oficios para estimular los placeres vitales. La espiral tiene sentido: los psicólogos detectan la carencia y el resto asiente la conformidad en la búsqueda de cosas de las que se carecen. Luego, el delivery te lo lleva hasta el domicilio. Por la calle desfila en un orden imposible una legión de mensajeros que transporta helado, café, pastas italianas humeantes, libros, comida china y tailandesa, paellas de Valencia... Adiestradores en trajes de faena llevan uncidos a la cintura por amarres precisos hasta quince perros de distintas razas que saben que jamás pueden disputar un hueso, tal vez porque todos ellos han desayunado a domicilio. Los sacan a pasear y los devuelven con la garantía de la más sofisticada empresa de I+D.

Todavía no he sido capaz de percibir el origen de este curioso sentido lúdico de la vida en el que el hedonismo está anclado hasta las raíces en esa mixtura de caminos de la que surgió la Argentina moderna: hay algo anglosajón en la severa altivez de los ademanes de quienes pretenden ser distinguidos y que ellos se suponen elegantes; no cabe duda de que Francia dejó reposo en los magníficos edificios de sus zonas más nobles e Italia lo empapó todo de ademanes, hasta cabalgar en el acompasado pronunciamiento de su lenguaje que cimbrea cada sílaba hasta hacerla esencialmente mediterránea.

Mediterráneo es el amor que tienen los bonaerenses por la dulce vida. Todo es un epicentro de sensaciones que radican en la capital hasta el punto que se refieren al "interior" para definir el resto del territorio de la república y al "exterior" cuando cualquier actividad se produce en el extranjero, no importa que sea Montevideo o París.

No hay nada imaginable que no te lleven hasta la casa. Si buscas, encuentras un profesor de inglés en la madrugada que llama a la puerta y afirma haber nacido en la inglesa Bristol. Comida para peces, un peluquero para hacer la permanente como se hacía cuando se cogían puntos a las medias, medias lunas, empanadas, facturitas, churros, bife de chorizo y sardinas en lata. No hay forma de pillar en falta a esta ciudad que todo lo traslada como si fuera servido en el sitio donde se originó.

Buenos Aires lo ofrece todo a domicilio, incluso lo prohibido. Sucedió que en una parada de taxis de la calle Ayacucho con Marcelo T. Alvear radicaba el delivery más sofisticado de la ciudad, en la que una partida de conductores aguardaba el pedido y llevaban la cocaína hasta casa. El afán por el servicio pudo más que la legalidad y una docena de taxistas que recibía los pedidos en sus teléfonos celulares, distribuidas las demandas por un matrimonio mixto boliviano argentino, terminó de distribuir la droga cuando alguien, en un lugar indeterminado del alma de la capital argentina, estableció que un delivery de droga era sencillamente demasiado.

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