Billete de ida, por Mariano López

Billete de ida, por Mariano López
Billete de ida, por Mariano López

Viajar sólo con billete de ida suele estar considerado por el nómada que todos, o algunos, llevamos dentro como la realización del mayor y mejor de los viajes, la máxima expresión de nuestra fe en el movimiento viajero como fórmula para burlar el destino y apurar la vida en su máximo grado de intensidad. "¿Adónde vamos?", pregunta a su compañero de autoestop uno de los protagonistas de On the road, la novela de Jack Kerouac que cumple ahora cincuenta años. "No lo sé -responde el amigo-, pero tenemos que ir".

La vida de los viajeros nómadas, incluyendo los autoestopistas errabundos de Kerouac, no es, precisamente, un cúmulo de dichas, pero arrastra un aura de gran aventura, de odisea vital que despierta admiración. El historiador Philip Blom, en su reciente libro sobre el nacimiento de la Enciclopedia Francesa, Encyclopédie, cuenta que el libro de los ilustrados defi nía a los "bohemios" como vagabundos condenados por sus pecados a no dormir dos días en el mismo sitio. Una pena dura y extrema que, sin embargo, no causaba lástima sino envidia y atraía a tantos y tantos penitentes voluntarios que en la Francia del siglo XVIII la nómina de los "bohemios" formaba ya legión. El último relato que conozco de un viaje en el más puro estilo on the road es el que narra la película The Darjeeling Limited, de Wes Anderson. El filme cuenta la historia de tres hermanos que no se hablaban desde la muerte de su padre y que deciden atravesar juntos la India en un tren que tiene que llevarlos a Darjeeling, al pie de los Himalayas, donde esperan encontrarse con su madre. Cuenta también otra historia, que no llega a suceder: la de un personaje anónimo, interpretado por Bill Murray, que pierde el tren pero podría haberlo cogido.

Los tres hermanos (Owen Wilson, Adrien Brody y Jason Schwartzman) viajan con 11 maletas, una impresora y una máquina de plastificar. Fuman, beben, rezan y escuchan a los Kinks, como si fueran personajes de los años 60: John, Paul y Ringo en la India, al encuentro con Ravi Shankar. Avanzan por un país mágico del que ignoran todo. Quizás en esa ignorancia se encuentre uno de los secretos de la posible felicidad de los nómadas: no querer conocer, no aspirar a comprender. El tren, el Darjeeling Limited, quizá también sea una excusa del director y de su equipo para disfrutar de la India. El director John Huston cuenta en su autobiografía que elegía los guiones de sus películas por los viajes que le proponían. Realizó La Reina de África por sentir de cerca una manada de elefantes, y El hombre que pudo reinar por ver tigres de Bengala. El imaginado tren a Darjeeling viaja por la India auténtica: por un país vibrante, caótico, denso e intenso, fascinante. La historia fluye en el tiempo y está llena de entusiasmo y de fragilidad, es triste y divertida, habla de amor y soledad y tiene que ver con la vida y con su ausencia, con la suerte, el destino y la curiosidad. Y, sobre todo, es un viaje. Con una meta siempre lejana. Ulises no quería regresar a Ítaca. Lo que le gustaba era navegar.

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