Austria en las alturas, por Jesús Torbado

Hace ahora medio siglo, los austríacos establecieron en Madrid una oficina nacional de turismo para ilustrarnos sobre aquel lejano país.

Ilustración: Guilermo del Olmo.
Ilustración: Guilermo del Olmo.

Hubo un tiempo infeliz en que muchos españoles confundían a Austria con Australia y a Suiza con Suecia. Con la brillante nueva ley de educación, los estudiantes de hoy acabarán confundiendo Viena con Vitigudino. Antaño, los grandes viajeros preferían sin duda llegar a Australia antes que a Austria, mientras para la mayoría de la población pensar en algo más allá de Francia era entrar en territorio de dragones, como se escribía en los mapas antiguos. No sólo Centroeuropa sino incluso Portugal quedaban lejísimos.

Más o menos por entonces, hace ahora medio siglo, los austríacos establecieron en Madrid una oficina nacional de turismo para ilustrar a los nativos sobre las gracias y las alegrías de aquel lejano país. Lejano y un tanto misterioso, sobre todo después de la hecatombe del Imperio Austrohúngaro y aunque una larga dinastía de reyes españoles hubiera tenido su origen en aquellas tierras. Austria no parecía tan familiar como Italia, tan potente como Alemania, tan atractiva como Francia, tan misteriosa como Inglaterra. Pero el esfuerzo de aquellos heraldos enseguida empezó a dar sus frutos. Periódicamente, además, llegaban a Madrid y Barcelona muchachas bellísimas que explicaban con profesionalidad y gracia los atractivos de sus ciudades. Y siempre en un buen castellano, cosa que hoy en día ya ni siquiera sucede con fragmentos autonómicos de nuestra patria: hay que esforzarse mucho para que los gallegos le acepten a uno el idioma que compartimos y que ellos suelen conocer bien. Por ejemplo.

La labor de estos profesionales a lo largo de medio siglo ha debido de dar buenos frutos. Austria es hoy un país familiar y cercano. Muchos turistas y viajeros de paso rápido han descubierto la jovialidad, la buena vida y el entusiasmo que se respira en ciudades y pueblos austríacos. Los alegres y alcohólicos merenderos de las afueras de Viena, los Heurigen, sus amables cafés y una acogedora monumentalidad, tanto en paisajes como en construcciones humanas, se despliegan no sólo en Viena, que es una de las capitales más bellas y acogedoras de Europa, sino en Innsbruck, o Graz, o Salzburgo... Ciudades a las que habría que añadir sitios de peculiar belleza que merecerían por sí mismos un viaje: Valluga, Kaunertal, el lago Neu siedler, los numerosos centros alpinos e imponentes macizos, la región de Salzkammergut y sus pueblos idílicos, los viñedos del Danubio, insólitos castillos, palacios solitarios y preciosas iglesias y abadías.

Austria, naturalmente, parece reducida a sus tres cadenas alpinas y a los muchos dones que éstas proporcionan al viajero. Cuando no encorsetada en una mitología de pastel de chocolate, sí con su tarta Sacher, su Sissi, su Danubio y los bombones Mozart... Después del medio siglo de trabajo de los esforzados heraldos, cualquiera que lo desee en España sabe ya hasta los menores detalles de las ofertas culturales que cada semana se prodigan en todos sus rincones. Y no sólo musicales, inexcusables en la tierra de muchos de los más grandes compositores de la historia. Pues da la sensación de que este país pequeño goza de un músculo artístico y cultural superior al de la vecina Alemania. Y no digamos frente a la Hungría que tuvo la desdicha de vivir durante medio siglo bajo la zarpa soviética.

Alturas montañosas de Austria, paraíso de montañeros y caminantes de cumbres, pero se insiste menos en el carácter de sus gentes, la alegre levedad con que se toman la vida. Cierto que hablan alemán, lo que casi siempre dificulta la comunicación (pero hay muchos políglotas), mas quien se interne en el propio coche por aquellos parajes verdes y delicados muy pronto se dará cuenta de la simpatía y galanura del trato. País del Sur, mediterráneo honorífico (anduvieron mucho por allí los romanos), no tan agarrado a los rigores de la Europa central o eslava como se hubiera sospechado. También ese detalle explica quizás el éxito tan largo de la promoción del turismo austríaco en España durante los últimos cincuenta años.

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