El año de Nansen por Mariano López

En la sierra de Guadarrama hay una colina bautizada en su honor como "La loma del Noruego".

El año de Nansen por Mariano López
Sergio Feo

Poco o nada sabía de la extraordinaria figura del noruego Fridtjof Nansen, de quien se celebra este mes de octubre el 150 aniversario de su nacimiento, hasta que cayó en mis manos, por azar, la reciente edición del libro Hacia el Polo, diario de un viaje imposible por un territorio extremo, una de las mayores aventuras motivadas por la búsqueda del Polo, que se publicó por primera vez en español en 1907 y ahora, con motivo del aniversario de Nansen y por la pasión que mueve a un editor cautivado por la montaña, vuelve a publicarse. Nansen había sido doce veces campeón nacional de esquí de fondo en Noruega cuando cruzó Groenlandia, de costa a costa, con esquíes, en una expedición formada por dos esquiadores samis y cuatro noruegos que recorrieron quinientos durísimos kilómetros orientados e impulsados por su determinación. El éxito de esta misión permitió a Nansen financiar la siguiente, su sueño de alcanzar los territorios polares con la ayuda de las corrientes. Nansen creía que existía en el Océano Ártico una depresión barométrica que causaba el movimiento de las aguas desde el Este hacia Groenlandia y la cuenca polar. Solo así podrían explicarse, a su juicio, fenómenos como el de los restos del buque Jeannette, que encalló al norte del archipiélago de Nueva Siberia y apareció cinco años después en las inmediaciones del extremo suroeste de Groenlandia. Tenía que existir una corriente por debajo de los hielos del Ártico, en perpetuo movimiento desde las islas del noreste hasta las inmediaciones del Polo Norte, en espiral, como el dibujo de un caracol. La cuestión era contar con un barco que viajara sobre la corriente. Tenía que ser capaz de saltar del mar al hielo, en cuanto se produjera la primera presión de los témpanos, para viajar, luego, cómodamente instalado sobre la banquisa, hasta una latitud por encima de los 85º; entonces parte de los expedicionarios abandonarían el barco para tratar de recorrer a a pie los últimos 600 kilómetros hasta el paralelo 90, el Polo Norte.

El proyecto parecía imposible, pero no más imposible que cruzar Groenlandia con esquíes. Nansen obtuvo la financiación necesaria y comenzó la construcción de un barco diferente a todos. El casco era redondeado, como el de una cáscara de nuez, para evitar que el hielo hiciera presa en la quilla y para poder deslizarse hacia la banquisa e instalarse en ella cuando los témpanos rodearan la nave y comenzaran a presionar. Llevaba a bordo una dinamo, movida por el motor cuando se encontraba navegando, y un molino de viento, en la cubierta, para generar electricidad cuando el barco realizara su viaje parado sobre la banquisa. Era relativamente pequeño, comparado con los barcos que movieron los británicos en su búsqueda del Paso del Noroeste. Apenas rebasaba los treinta metros de eslora y los once de manga, con aparejos para tres mástiles. Nansen le llamó Fram, que significa "Adelante". El 24 de junio de 1893, el puerto de Christianía, la capital noruega, luego rebautizada como Oslo, despidió al Fram, que partía a la búsqueda del Polo Norte con su casco redondeado y una tripulación de trece marineros seleccionados personalmente por Nansen. En el muelle se encontraban la mujer de Nansen y la niña de ambos, de seis meses de edad. Pocos apostaban que volvería a ver a su padre.

Pero Nansen volvió. Tres años después. Y también el Fram, aunque por distinto camino. Su aventura, la de ambos, fue tan extraordinaria como improbable. Sin mapas fiables, atrapados, casi de continuo, por el hielo, amenazados por los ataques de las morsas y los osos polares, y por el riesgo creciente del escorbuto, Nansen y sus hombres volvieron sin un rasguño, ni en su físico ni en su optimismo moral. A veces, por su propio relato, se diría que no pasaron privaciones. "Nuestra vida -escribe Nansen en Hacia el Polo- no es un sufrimiento constante. ¿Acaso es una prueba penosa deslizarse como una flecha por el hielo sin fin, bajo un cielo esmaltado de estrellas?".

El día 31 de diciembre de 1895, después de haber tenido que abandonar el Fram para emprender una nueva búsqueda del Polo a pie con su compañero Johansen, en mitad de la nada, con 41 grados y medio bajo cero, como resumen del año apunta: "Después de todo, el año no ha sido malo". Poco antes, había subrayado: "Las auroras, los hielos, la soledad, el cielo, crean una armonía indescriptible que solo la música podría traducir".

Nansen entró en el puerto de Oslo convertido en un verdadero héroe. Regresó a la Universidad, a sus clases de Zoología. Regaló su barco, el Fram, que hoy reposa en un museo de Oslo, a Amundsen para que le sirviera en su expedición al Polo Sur. Luego fue oceanógrafo y diplomático, el primer embajador en Londres de la recién independizada Noruega. Como Alto Comisionado de la Liga de las Naciones para Ayuda a los Refugiados impulsó la repatriación de 450.000 prisioneros de 26 países. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1922, ocho años antes de morir, a los 69 años de edad. Hoy llevan su nombre un cráter en la Luna, otro en Marte, tres islas del Ártico, una montaña en la Antártida y un premio internacional para programas de ayuda a los refugiados.

En Madrid, en la Sierra de Guadarrama, hay una colina bautizada en su honor que se llama La loma del noruego. Explorador, aventurero, político y científico, Nansen se veía a sí mismo con un solo oficio: soñador. "El hielo y la prolongada luz de la luna de las noches polares -escribe- parecen un sueño de otro mundo. Pero, ¿qué sería de la vida sin los sueños?".

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