Los amigos como argumento de viaje por Carlos Carnicero

Vuelvo a felicitar el año nuevo como una manera de pasar lista a quienes están repartidos por el mundo y cerca de mi corazón.

Carlos Carnicero
Carlos Carnicero

?Hay dos motivos sublimes para viajar: visitar buenos amigos o asistir a acontecimientos irrepetibles. En realidad, en la vida uno debiera tener un gran mapamundi con puntos de luces, igual que los que se ven en las películas de espías que tiene la CIA, en Langley, marcando los lugares en donde residen sus agentes por todo el mundo. Las luces se activarían cuando cualquiera de nuestros amigos repartidos por el mundo tuviera necesidad de nosotros; ni siquiera haría falta una urgencia médica o de salud. Debiera bastar con que fuera emocional, pura necesidad de platicar, como dicen en México.

La vida es un viaje con paradas en muchas estaciones, hasta que llega la estación término, de la que desconocemos cualquier cosa hasta que la locomotora se detiene en el andén. Entonces, si tuviéramos suerte, intentaríamos una retrospectiva rápida de nuestra existencia, sintetizando los aciertos y los errores: sin duda, entre estos figurarán la pérdida de ocasiones de disfrutar de la amistad. Cuando se produce la circunstancia excelsa de que nuestros amigos viven en países remotos, el placer de visitarlos radica en la mixtura entre el reencuentro y la asistencia a espacios que siendo ajenos tenemos necesidad de escudriñar.

Tengo amigos repartidos por todo el globo terráqueo. Amigos viejos, que han dejado un poso indeleble en mi existencia: si la amistad se derrumba, el problema no radicará en la causa que la hizo terminar sino en su desaparición misma. Los amigos viejos han superado con nosotros las pruebas que nos muestra la vida. Y son como los vinos nobles, mejoran en la barrica de la vida y se consagran en la botella de la convivencia. Y los amigos nuevos son una potencialidad de convertirse en viejos, en ir madurando conforme se les somete a las pruebas enológicas de cada encuentro; cuando se profundiza en la forma de ventilar las diferencias.

Amanecer en Puerto Escondido, sobre los restos de unas botellas de vino, con amigos que se acaban de iniciar en esa condición o con reencuentros antiguos es la mejor forma de aprovechar el tiempo. Hay relaciones que no necesitan asiduidad. Yo tengo amigos sólidos a los que no veo hace tiempo en Santiago de Chile, en México y en Estados Unidos, y siempre es un viaje pendiente que no tardará en repetirse. Tengo siembras y cosechas de amigos allí donde la vida me ha dado el lujo de vivir: en Madrid, en San Sebastián, en La Habana, en Buenos Aires y en Londres. No soy un privilegiado por haber ejercido de nómada sino porque en donde aposenté mi tienda de campaña coseché buenos amigos, que allí están, con la luz parpadeando en mi particular mapa de la CIA de la amistad, esperando el próximo vuelo, el siguiente encuentro, la próxima conversación.

Estoy recuperando costumbres que antes me parecieron, durante un tiempo, odiosas, por esa manía de navegar contra la corriente: vuelvo a felicitar el año nuevo, no porque crea que la manifestación de buenos deseos puede ser un sortilegio benevolente para quienes quiero; es sencillamente una manera de pasar lista a quienes están repartidos por el mundo y cerca de mi corazón.

Querer no es un verbo que se conjugue arropado a la voluntad sino a los hechos: se practica el querer; no se formula. La palabras huecas no cuestan esfuerzo; los hechos requieren movimiento, esfuerzo, complicidad.

Añoro la presencia de tantos amigos que he empezado a contar el tiempo que me puede quedar por vivir para visitarlos. Pero al final he encontrado consuelo en el lema de una pintura que ha significado, desde que me la regaló mi mejor amiga en la vida, un nuevo norte para mi existencia: "Todo empezó el día que se dio cuenta de que le quedaba justo el tiempo para las cosas importantes de la vida." Intuyo que falta poco para ese momento preciso. Cerca de la puerta de mi casa de Londres tengo siempre habilitada una maleta terciada, lista con lo imprescindible para partir de viaje, siguiendo las luces de mi particular mapa de Langley, para establecer quizá el último contacto con mis amigos: la cosa más importante de mi vida.

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