Alejandría, vista por Javier Reverte

La que fuera gran metrópoli del mundo anciano transmite una sensación de pretérito que no es fácil encontrar en otros lugares del mundo. ¿Por qué?

Alejandría por Javier Reverte

Costa de Alejandría. 

/ zbruch

Hace muchos años que visité durante unos días la egipcia Alejandría. Era una bonita urbe, mucho más desahogada y saludable que El Cairo, que sin embargo la supera en vitalidad, abigarramiento cultural e importancia política y religiosa. Cairo es una localidad inmensa, vibrante, única en el mundo; pero Alejandría, sin conservar trazas de la remota Antigüedad, nos retrae indefectiblemente al pasado. Y más concretamente al mundo clásico.

Nacida del capricho de Alejandro Magno en el 331 antes de Cristo, que era un compulsivo fundador de ciudades, albergó la más importante biblioteca de los siglos posteriores al gran conquistador, hasta ser destruida por completo en el 391 después de Cristo. Pero, ya digo, sin templos clásicos, sin biblioteca y sin siquiera restos faraónicos, la que fuera gran metrópoli del mundo anciano transmite una sensación de pretérito que no es fácil encontrar en otros lugares del mundo. ¿Por qué razón?

Vista aérea de Alejandría por Javier Reverte

Alejandría, a vista de dron.

/ Ahmed El-Kabbani / ISTOCK

En primer término, porque conserva la misma estructura urbana que le confirió Alejandro, quien concebía sus ciudades con un estilo geométrico preciso, al contrario que las urbes del mundo oriental. Mientras que las alejandrinas seguían patrones clásicos, esto es, una cierta planificación, las del mundo de Oriente crecían de una manera anárquica, extendidas alrededor de la mezquita principal, ya en época musulmana, y del gran mercado. Si uno recorre Estambul, en muchas ocasiones le parecerá que se encuentra en la iraní Tabriz, lo mismo que no resultaría extraño darse un paseo por Atenas y cruzarse con Píndaro.

Parada tranvía Alejandría Javier Reverte

Parada de tranvía en Alejandría. 

/ holgs / ISTOCK

Un trazado urbano responde muchas veces a una manera de contemplar el mundo. Pero no solo eso, sino que transmite además una manera de vivir. En Alejandría se ha hablado griego desde los días de los Ptolomeo, su primera dinastía, de origen macedonio, hasta los albores del siglo XX, cuando el imperio otomano decidió expulsar de sus territorios a decenas de miles de pobladores de origen heleno. Todavía hoy queda una reducidísima población griega en la milenaria urbe, aferrada a sus costumbres y a su religión.

Nueva biblioteca de Alejandría Javier Reverte

La nueva Bibliotheca Alexandrina.

/ Emily_M_Wilson / ISTOCK

En la ciudad, además, nació, vivió y murió uno de los grandes poetas de la modernidad, Constantino Cavafis, quien fue enterrado en el cementerio alejandrino de Shaby el 29 de abril de 1933. Como vate que era poseedor de rasgos premonitorios, conocía bien el carácter de su patria. Y escribió: “...en la misma casa encanecerás, pues la ciudad siempre es la misma”. Durante una temporada vivió en Estambul –la antigua Constantinopla de los griegos–, pero no tardó en regresar al lugar que más amaba. En otro de sus versos, recordando al romano Antonio, dejó dicho:

“Dile adiós a ella, la Alejandría que se aleja (...), goza por última vez de los sones, la música exquisita de este místico coro, y dile adiós a ella, la Alejandría que ahora pierdes”.
“Dile adiós a ella, la Alejandría que se aleja (...), goza por última vez de los sones, la música exquisita de este místico coro, y dile adiós a ella, la Alejandría que ahora pierdes”.
Ilustración Raquel Aparicio para artículo de Javier Reverte

Alejandría, nacida del capricho de Alejandro Magno en el 331 antes de Cristo.

/ Ilustración: Raquel Aparicio

Un dato curioso: en el extremo oriental de la calle Horreya, llamada en tiempos romanos vía Canópica, se encuentra la Puerta del Sol, esto es, el lado por donde asoma el astro rey con cada nuevo día. Eso no significa que un madrileño se sienta en Alejandría como en su casa, pues las dos ciudades se parecen lo que un huevo a una castaña. Pero ese saludo solemne al día es algo de lo que carecen los cientos o miles de grandes ciudades del mundo, si se exceptúa a las dos citadas. Fue, en ambos casos, una manera de situar a la urbe en relación con la llegada del dios Helios. Cuenta Alejandría, sin embargo, con una cierta ventaja: que también tuvo una Puerta de Luna. Madrid debería de imitarla y colocarla en la cuesta de San Vicente.

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